El agente y la psíquica: Fines y reinicios de la Tierra 1 (libro completo)

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Queridos lectores, mi primera novela de ciencia ficción, denominada El agente y la psíquica: Fines y reinicios de la Tierra 1 estará disponible su lectura a partir del día de hoy.
Espero que esta experiencia sea igualmente grata, como lo fue para mí escribirla. Si quieren adquirir la versión original, pueden adquirirla a través de Amazon, o Tiendamía.

CAPÍTULO 2: FOTOGRAFÍAS

I

Manejar cinco años por el peor tráfico del mundo me ha hecho comprender lo solas que están las personas. Te bloquean o chocan porque quieren llegar antes que tú. 

En la actualidad no tenemos tráfico. Y la única parte a la que quiero llegar se parece más a una oficina que al lugar donde duermo. Mi familia actual se encuentra entre extraños que no saben mi apellido y nunca han visto las dos fotografías que siempre llevo conmigo. Tal vez se las muestre… Si regreso de este viaje. 

Aquí, en la lejanía, me doy cuenta que lo son. No veo gente, ni autos, ni señalización. La única voz humana es una grabación que me indica cuánto falta, a dónde debo girar, cuánto queda de energía eléctrica en el auto y cuál es mi siguiente parada. 

De pronto, un vehículo se atraviesa a 140 kilómetros por hora. Freno y giro hacia la derecha, con detención en un punto limítrofe entre el borde de la pista y la cuneta. El otro se detiene a cincuenta metros. Veo que sus cabezas giran desesperadamente, como discutiendo. Tal vez teman que esté vivo. El dispositivo de orientación de cada vehículo tiene su propia caja negra, y pueden terminar en la cárcel en cuarenta y ocho horas si presiono el botón de actualización. Deciden partir rápidamente.

No eran sobrevivientes. Un comportamiento tan estúpido, incluso en un momento de tensión como este, no les permitiría seguir en el anonimato. Mi coche no está chocado, así que solo pueden pensar que me quedé inconsciente, y voy a estar tan atontado que no pulsaré el botón de actualización cuando despierte. La gente está más sola que nunca en este tiempo.

II

Suena el despertador, y lo desactivas mirándola. No sabes cómo llegó, pero sí que la quieres. Ella te escogió. No es sano pensar cómo empezó todo. 

Cuando suben al coche te das cuenta que está sucio. Alternas el trabajo con viajes de una ciudad a otra, y no falta una carretera polvorienta. Ya no hay señales indicadoras, pero ya sabes a dónde ir sin que te lo diga un dispositivo de orientación, y también que tu localizador no mide los límites de velocidad. 

Ayer batiste tu record. Manejaste a 140 y te diste el lujo de subir dos veces a un cerro de arena. La máquina te hizo el milagro. Ella siempre te acompaña y te pone por delante. Se esconde detrás de ti y dentro de tu corazón. 

Te despides de ella sin necesidad de mucho recuerdo. Solo va a su oficina. Sus amigos son tus amigos. Trabajas con ellos. Sales con ellos. No temes. Tu sitio es el más grande.

No abres el correo desde el viernes pasado. Piden ayuda. Van a esperar. Tú eres imprescindible. Tú serás el que soluciona todo cuando estalle la crisis. 

Te piden una recomendación sobre un nuevo sistema. No sabes lo que ofrecen. Lo desapruebas inmediatamente. 

Regresaste rápido después del almuerzo. Debes pasar por ella. Se encuentran. Acabó la jornada. Lally te encuentra nuevamente, y nuevamente eres Barack, el que pone la luna y las estrellas para ella.

III

El diario de César fue un regalo de esposa. El día que se lo dio la abrazó con fuerza. El diario es un reconocimiento del valor del tiempo, de la memoria de sus vidas juntos y la razón por la que comenzó a escribir sobre su propia vida. Sin embargo, su trabajo con este solo duró un año y cinco páginas. Algunas noches, cuando es muy tarde y no puede dormir, hojea esas hojas con el mismo gusto de aquellas épocas. El silencio incorpora palabras de ella a los escritos de él. Les da profundidad humana, de la que hubiese gustado un poco más de tiempo. César cierra el libro. 

En la computadora repasa otro escrito. Es más funcional y con muchas aclaraciones. Isamu B. (así firma) parece un tipo de lo más amigable, entre palabra y palabra. Sería interesante conocerlo en otras circunstancias y tomarse un trago con él. 

Estimado Sr. César

Me es grato dirigirme a Ud., por encargo del Gobierno Central para comunicarle que hemos encontrado el registro de un sobreviviente. Según las indicaciones biométricas, se trata de una mujer de aproximadamente treinta años, 55 kilogramos de peso y 1.60m. de altura, la cual responde al nombre de Lena. Consideramos que se trata de una persona pacífica y conservadora, según los rasgos y movimientos registrados.

Por tal motivo, lo invito a que se reúna con mi especialista, Barack Flores, durante la próxima semana, según la dirección adjunta al presente correo. Él le brindará la información que Ud. requiere. 

Agradecemos su gentil interés y la confianza depositada en nosotros

Isamu B.

César sabía que no era posible evitar la mencionada entrevista. Los documentos clasificados son entregados únicamente por file impreso. Un viejo e inútil protocolo de seguridad que nunca se pudo curar del todo y que le tomaría el trabajo de hablar con un extraño. Hubiese preferido hablar directamente con Isamu (del cual ya encontró un punto en común por ocultar parcialmente su apellido). 

IV

La cita con Barack iba a ser inopinada. Se entiende que un especialista debe estar disponible en determinadas horas. Son expertos en procedimientos y cuentan con un arsenal de recursos logísticos gracias al apoyo del Gobierno Central. Ese poder suele ser entregado de forma vitalicia, a menos que el especialista haga algo que deshonre su investidura y se demuestre con pruebas contundentes. Así, al cabo de tres años de esta ley, las Prohibiciones hicieron su parte a favor de ellos. Nadie tenía derecho de tomar fotografías o grabar audios, salvo algún agente del gobierno o personas con la debida autorización. Por lo tanto, cada uno se volvió una especie de señor feudal.  

Barack no estaba acostumbrado a las visitas. Solía permanecer dos o tres días a la semana en la oficina, para luego cumplir comisiones fuera de la ciudad. Era la única actividad que disfrutaba, pues podía conducir fuera de los límites de velocidad establecidos. La carretera le pertenecía por completo, salvo uno que otro cruce de caminos. Por lo demás, las comisiones eran rutinarias y de poco aliento. 

Con todo, el primer día laboral de la semana fue particularmente monótono. No hubo rastros de trabajo, pues hacía dos años que Barack se convirtió en un jefe que delega funciones. Después de todo, la creatividad de un especialista no se motiva si no hay un gran problema. Uno que genere créditos y la posibilidad de un ascenso.

A su puerta se asoma Agnes, su secretaria (y seguro de vida). Hay un invitado. ¿Una queja por baja conectividad? ¿Una filtración de agua? ¿Una construcción sin licencia? No. Un invitado del gobierno.

  • Dígale que lo atiendo en seguida.

Barack mira a su alrededor. Todo debe estar limpio, pero con algo de trabajo encima. Abre un par de carpetas y traza garabatos rápidamente. Se pone las gafas. Nunca las usa, salvo en entrevistas como esta. Llama por el intercomunicador para que pase.

César pasa a la oficina. Es pequeña y funcional, pero parece que no requiere de más adorno. No ve trazas de coleccionar cosas, a menos que estén en el mismo ordenador o en casa del especialista. Finalmente lo ve a él y le estrecha la mano. Mediana edad. Complexión pícnica. Ojos hundidos. Preocupaciones monotemáticas. Es un hombre con suerte. Podría estar cavando hoyos.

– Bienvenido, bienvenido. Le ofrecería un té, pero estamos cortos de presupuesto. Jajaja. Pase, tome asiento por favor.

– Buenos días. Gracias por recibirme. El Sr. Isamu B. me comentó que Ud. podría ayudarme. 

– Sí, claro que sí. Estamos siempre al pie del cañón, o, como se dice ahora: al pie del acantilado. 

César ve que Barack junta sus manos, destacando un lujoso anillo de matrimonio. Por el extremo cuidado del mismo se nota que no se lo pone siempre. Es un trofeo. Y la placa recordatoria de su triunfo es la fotografía al lado de la computadora, lo suficientemente inclinada para ser percibida, pero no para que se pueda hurgar en su contenido. Los celos pueden más que el orgullo.

  • Lo que necesito es muy simple. Hay un registro de una persona desaparecida. La descripción que me dio su superior es de una mujer de aproximadamente treinta años que responde al nombre de Lena. Me comentó que el file completo se encuentra en su poder. 
  • Hum… Ya veo. Bueno, Hay muchos registros aquí que podrían coincidir con lo que usted me menciona. Por otra parte, tengo que revisar el correo que usted recibió.

César cerró parcialmente los ojos. 

  • Creo que la pregunta es innecesaria, Barack. No tengo nada que quiera obtener de mi, excepto preocupaciones. ¿Tengo que decir que hay un registro de la orden que le dio su superior?
  • Señor César (así le había informado Agnes) un anuncio verbal o un correo no son suficientes. Tengo que tener certeza de que estamos hablando de la misma persona a la que usted hace referencia, y de que la información que me proporciona es veraz. 
  • Bien, entonces, ¿cuál sería el procedimiento?
  • Tengo que realizar las verificaciones. Tal vez tome una semana o dos. Hay un mecanismo de encriptación de los correos que debe ser verificado para saber que el mensaje que recibió de Isamu fue legítimo. 
  • Entiendo, entonces su procedimiento requiere de una o dos semanas, además de los papeleos pertinentes. Entonces, quisiera preguntarle algo: ¿su especialidad son los sistemas? ¿No es así?

Barack cambió de expresión. Sus ojos hundidos se abrieron de golpe. 

  • Sí. Precisamente. Fui el desarrollador de dos procedimientos posteriores a la guerra. Actualmente todavía se utilizan varias de mis propuestas. 
  • Ya veo. Bueno, le hice la pregunta porque quería aprovechar la oportunidad para consultarle cuál es la velocidad de transmisión de una caja negra de un vehículo hacia la computadora central. Entiendo que el canal es limpio y que debería darse de forma prácticamente instantánea. 

La figura regordeta de Barack se inclinó hacia adelante. Quería hurgar en las intenciones de César, pero le resultaba sumamente difícil. No había sonrisa ni mueca previa durante toda la entrevista que habían tenido. El recién llegado interrumpió su trance. 

  • ¿Se encuentra bien? ¿Tal vez no recuerda la velocidad? Digo, los sistemas cambian muy rápido. 
  • Bueno… Sí. Los sistemas cambian muy rápido. Creo que es de treinta nanosegundos. ¿Por qué la curiosidad?
  • Sí, creo que eso es lo que decía el manual. Bueno, lo digo porque tengo una inclinación natural por dos cosas: la velocidad y la eficacia. Sin embargo, no siempre van de la mano. A veces una velocidad excesiva puede ocasionar una pérdida de eficacia. Por ejemplo, un vehículo que registra los movimientos de otro que va a excesiva velocidad… Digamos, 140 kilómetros por hora, puede significar la pérdida de vidas humanas o el final de una brillante carrera. ¿Coincide conmigo?

V

Cuando César salió con el file se sintió insatisfecho. Había invertido mucho esfuerzo en no mostrar los sentimientos que le inspiraron el especialista. Esa falta de visión integral, esa inoperancia y las ganas absurdas de ser imprescindible eran las cosas que menos extrañaba de la gente. Su olfato se sentía viciado y el aire fresco del exterior le devolvió la compostura lentamente. 

Al subir a su auto miró su diario de reojo. Dos fotografías en el interior de este fueron lo único que tenía en común con Barack. Sin embargo, ese pensamiento se disolvió con un fortísimo dolor de hombro. 

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