30 de April de 2024

El agente y la psíquica: Fines y reinicios de la Tierra 1 (libro completo)

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Queridos lectores, mi primera novela de ciencia ficción, denominada El agente y la psíquica: Fines y reinicios de la Tierra 1 estará disponible su lectura a partir del día de hoy.
Espero que esta experiencia sea igualmente grata, como lo fue para mí escribirla. Si quieren adquirir la versión original, pueden adquirirla a través de Amazon, o Tiendamía.

CAPÍTULO 3: LENA

I

Una de las cosas que Lena había aprendido desde hace quince años fue decir lo que cree. La otra, menos agria, era leer los pensamientos de la gente. Por lo tanto, había elegido vivir en una zona rural y con pocos vecinos. El primer café del día le servía para asomarse a la ventana y contemplar el amanecer; el segundo para sus labores matinales; el tercero, para acostarse un poco tarde. Era una vida tranquila, y no necesitaba de apellido para cuidar un par de vacas, tres caballos de carreras, unas cuantas gallinas y dos perros. Lo que ellos producían alcanzaba para mantener sus acuarelas y comprar algunos lienzos. 

Lena nunca tuvo problemas con los vecinos. La mayoría de ellos eran personas alegres, aunque algo extrañadas de esa delgada mujer de granja. Al mirarla, unas cejas negras y una mirada inteligente alcanzaban para mantenerla a salvo de los intrusos. Su vida personal era un misterio y la mayor parte de la gente pensaba que tenía poderes mágicos y un cuarto secreto con un caldero de hechicería. 

Lena sabía muy bien lo que pensaban. Eso era bueno. Se sentía estable, como una flor acuática protegida por un oasis invisible.

El heno de los caballos lucía un poco seco, pero un par de zanahorias resultaban tan deliciosas que compensaron la inquietud de los animales. Tanto fue el disfrute de estos que se animó a masticar una con los ojos cerrados. Como tenía la otra mano apoyada en el cerco, su yegua se animó a besarla en señal de agradecimiento. De pronto, un ligero ruido de motor la despertó de su ensueño. No parecía un proveedor.

Al asomarse a la puerta del establo, Lena visualizó un auto blanco y un hombre joven de talla media que bajaba de este. No parecía de la zona, pero sí que buscaba algo, o alguien.

  • ¡Hola¡ ¿Buenas tardes? ¿Es la granja de Lena?
  • Sí, claro. Es lo que dice el cartel.
  • Oh. Jaja. Es cierto. ¿Qué tal? Estaba buscando a la dueña. Me dicen que su leche es la mejor de la zona. 
  • ¡Qué raro que venga de tan lejos a buscarla! ¿Es para sus hijos?
  • No. Es para mí. La verdad es que tomé leche materna hasta los tres años, y siempre tengo nostalgia por un poco más.

Lena sonrió y miró en otra dirección. Era extraño que un hombre le hable con tanta naturalidad y que le dé una explicación como esa. Por un momento se puso seria.

  • ¿Usted no viene solo por la leche? ¿No es así?

El hombre le sostuvo la mirada. Era algo parecido al rostro de un padre orgulloso por la inteligencia de su hija. Una mezcla entre sonrisa y admiración por el ser que contemplaba. 

  • No, querida Lena. También deseo curarme y curar a otros como yo. 

II

¿Por qué tuviste esa estúpida parálisis? Miras tus manos. Le entregaste el file con un torpe movimiento y sin decir palabras. Bajas la mirada. Tú y Lally abrazados en una foto del verano pasado. Esa foto te dice quién es el que manda. 

– Agnes… ¿Ya se retiró el invitado del gobierno? 

– Sí, señor. Acaba de irse hace 10 minutos. 

¿10 minutos? ¿Qué te pasó, Barack? ¿Estuviste en trance? 

– ¿Dejó un teléfono o algo?

– No, señor. Solo se despidió.

– Muchas gracias.

Cortas la comunicación con Agnes y vuelves a tus papeles. Algún invitado del gobierno debe dejar rastros. Del file no habías visto ni el nombre. No importa. Solo es cuestión de atar la madeja. Tu mala costumbre de no preguntar nombres. Se lo pides a Agnes personalmente. Después de todo, amas la caligrafía de esta chica. 

III

Lena miró a César con más atención. Por momentos le parecía un niño, descubriendo, por primera vez, el sabor de la leche con chocolate. Por otra parte, parecía ocultar una molestia con décadas de antigüedad. Debido a ello, era la primera vez en mucho tiempo que relajó su capacidad de leer las mentes de desconocidos para que las palabras y los gestos fuesen los que le den información. 

– Y entonces, ¿qué es exactamente lo que tienes?

César miró a Lena con atención. Había ingresado con extraña facilidad a su casa y se dio el lujo de dejar su rol de turista ingenuo. El aroma de las rosas del jarrón era similar al de los sentimientos de Lena. 

– No te preocupes, César. Guardaré tu secreto. Y si quieres, haré lo mismo con tu apellido.

– Perdóname, Lena. Creo que la falta de apellido es algo que tenemos en común. Y aunque todo esto parezca negativo para nosotros, quisiera convencerte de que es más que bueno.

Algo se iluminó en el rostro de Lena. Un leve síntoma de alivio y un breve atisbo de angustia. 

– Ven, César. Quiero mostrarte algo para que te animes a contarme tu historia. 

César la siguió en silencio. Sentía que algo importante estaba ocurriendo después de quince años. Había encontrado una sobreviviente. Alguien como él, pero con otras singularidades. Quería conocerlas. Se dejó conducir ciegamente hacia afuera de la cabaña. Pasaron a la espalda, con una puerta posterior semioculta. Lena puso la llave delicadamente. 

El salón estaba con el mismo material rústico de la cabaña, pero compartía la impecabilidad del comedor. Sin embargo, no descansaban utensilios de cocina o rastros de animales. Era un estudio de pintura. Un espacio exclusivo dentro del paraíso natural que Lena había formado. Aquí descansaban sus cuadros. Aquí estaba el olor a acuarela que César recordaba de su infancia, pero trasladados a formas concebidas con la más absoluta dedicación. 

  • Este cuadro es bellísimo -exclamó César. 
  • ¿Qué? ¿Entonces, los demás son horribles?

César se rió tanto que le extrañó que no pudiese detenerse. Sus lágrimas casi llegaron hasta el suelo, como escapando con una gran parte de su dolor de hombro.

IV

Barack volvió a casa de mal humor. Lally no lo había visto así desde que fueron novios. En aquella ocasión, ella se había comido su plato favorito. Nunca más repitió la atrocidad y él moderó su enojo hasta hacerlo casi imperceptible. En ambos reinó un acuerdo silencioso, el cual fue llenándose con numerosos retratos por toda la casa. Como especialista, Barack nunca tuvo problemas para portar una cámara fotográfica en su móvil. Era un lujo que los ponía en evidencia. 

  • ¿Hola, amor? Te sirvo lasagna.

Barack la miró como si acabase de despertar de un extraño sueño. 

  • Sí, corazón. Hoy no estuve bien. 
  • No te preocupes. Mañana estarás mucho mejor.

Barack la abrazó suavemente. Lally era todo lo que ella necesitaba esa noche. Podía confiar en que no le preguntaría nada más ni ese día ni en lo sucesivo.

V

En un lugar, no muy lejos la granja de Lena, se despierta un ente con quince años de silencio. Quince años en los que nadie percibió su existencia, y que le han dado tiempo para crecer en rencor gracias a un doloroso ensueño, para acumular un hambre sin fondo sobre todo lo que camine sobre la tierra, y especialmente sobre los llamados sobrevivientes. 

En dos lugares remotos se levantaron dos más. Semejantes en naturaleza y sufrimiento. Bípedos, pero sin rostro y con solo una voraz boca que orienta sus pasos. Veloces como gacelas y de una inteligencia retorcida. Caminan veloces en busca de alimento: un animal, una persona o un sobreviviente. A los cinco minutos se activa un toque de queda en tres lugares alrededor del mundo. A los cincuenta minutos se envía un mensaje falaz pero efectivo sobre problemas en el sistema de seguridad, por lo que se puede arrestar a cualquier persona que camine por la calle. Nadie sale de sus casas, y los centros laborales suspenden funciones. Las carreteras quedan en silencio, salvo una luz pública, alimentada por la energía eólica. 

La interconexión de los medios resulta eficaz para casi todos. Los especialistas que reciben la información de primera mano se devanan los sesos para encontrar una explicación a todo esto. ¿Radiación? ¿Mutaciones? ¿Experimentos? Nadie lo sabe. Los monstruos devoran animales y causan infertilidad en el suelo por los sitios donde pasan. Tienen el tamaño de un humano, sin alcanzar las dimensiones precisas. Algunas fotografías satelitales indican metro y medio. Otras sugieren un poco más de dos. Según los registros fotográficos, el color parece verdoso, pero en otros es claramente negro. El gobierno llama a los pocos biólogos que quedan en una época de especies limitadas. Les preguntan de todo. Se les pide informes cada cinco minutos. Se les hace responsables por la resolución del problema. 

El monstruo más cercano a la granja de Lena penetra a través de la cerca. Camina en línea recta hacia la casa, orientado por la vistosidad de las presas. En el camino, extiende un brazo a la derecha y devora dos animales mientras los demás huyen. Se asoma por la ventana que tiene la luz encendida, con un movimiento discretamente humano. Abre los ojos codiciosamente e ingresa atravesando la pared de madera como si fuese un cartón corrugado. 

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