El agente y la psíquica: Fines y reinicios de la Tierra 1 (libro completo)
Queridos lectores, mi primera novela de ciencia ficción, denominada El agente y la psíquica: Fines y reinicios de la Tierra 1 estará disponible su lectura a partir del día de hoy.
Espero que esta experiencia sea igualmente grata, como lo fue para mí escribirla. Si quieren adquirir la versión original, pueden adquirirla a través de Amazon, o Tiendamía.
I
Barack ingresa a la base de datos exclusiva de los especialistas. Se le ha enviado una copia de la poca información visual que se tiene sobre los monstruos. Nada conspicuo. Ningún indicio de cómo se generó esta crisis ni de porqué se había evitado medidas radicales. El gobierno podría enviar un contingente y destruir la amenaza. ¿Por qué tanta inacción?
El plato de lasagna, acompañándolo en el escritorio, se había quedado a medio devorar. No pudo decirle a Lally las características de la crisis. Fue más fácil explicarle que tenía que revisar el sistema de seguridad de manera urgente. Los medios hicieron el resto. Podía avanzar con el rompecabezas sin más preguntas. Lally cumple con su rol de mujer prudente.
Luego de dos horas de revisión, la data no lo conduce a ninguna parte. Necesita despejar sus ideas y no lo puede hacer con otro ser humano. Solo tiene su ordenador y el suculento acceso a los archivos de su jefe. A veces las crisis pueden ser entretenidas. Allí estaba la versión digital del file que se llevó el invitado del gobierno. Copiar la información sin dejar rastro no es una tarea difícil. Duplica la carpeta y la lleva a una sección privada. Suculenta información.
II
Evelyn mira por la ventana de su departamento. El cielo sin estrellas le dice que está muy lejos. Tal vez cerca de una amenaza. “Volverá”, se dice. No se lo cree a sí misma. “¡Volverá!”, grita a voz en cuello. Se tapa la boca y se esconde de la ventana. Tiene miedo de haber sido escuchada.
En el departamento solo hay silencio. La televisión está apagada. Las luces apagadas. El corazón apagado. El estómago vacío. No tiene hambre.
“Volverá”, dice en voz baja. “Volverá pronto”. Una sonrisa ilumina su rostro en la penumbra. “Sí. Él volverá”, susurra con tristeza.
De pronto, tocan la puerta del departamento y pasan un papel por debajo de la misma. Un sobre se asoma con una extraña invitación.
III
– Ha venido por mí -sentenció Lena.
– ¿Estás segura? -cuestionó César.
– Sí. Lo he pintado tal y como se escucha.
– Y yo he soñado con su hambre. La siento tal y como ahora.
– ¿Qué podemos hacer?
– Sobrevivir, por supuesto. Pero, para eso, daré un paseo con él -sonrió como quien recuerda el sabor de la leche.
La pared se abre como estaba previsto. La bestia olfatea el rastro de sangre del hombro de César. Su aroma a dolor le deleita. César se siente seguro de que lo seguirá. Una ráfaga de luz sale de su mano. Un disparo. La bestia da un paso doloroso hacia adelante.
– ¡Ahora estamos en igualdad de condiciones! -le grita. Sabe que un disparo así solo sirve para aturdir y enfurecer.
César corre con la cabeza fría. Se siente asustado, pero actúa. Salta por la ventana. El ruido reactiva la atención de la bestia. Atraviesa la pared para salir. Otra ráfaga. Ahora en la pierna. La herida daña poco, pero acrecienta su furia. Comienza a correr a su objetivo. Se siente lenta con las dos heridas. Hace un amague de salto para llegar antes. Una ráfaga más le roza por la cabeza. Esta vez una de sus manos hace de bastón. Salta y cae pesadamente. César le robó un poco de equilibrio, pero la criatura se va acostumbrando al dolor y las quemaduras. Pronto atacará certeramente.
– ¡Vamos! ¡Ven aquí! -le grita César.
La bestia adivina la intención. Voltea hacia la casa. Huele un blanco más fácil. Ahora es César quien se enfurece. Dispara hacia su espalda una y otra vez. Solo lo ralentiza un poco más. Ya se acostumbró al dolor.
César corre con todas sus fuerzas hacia la espalda de su contrincante. Adivina el golpe reverso y lo esquiva. Un bloqueo resultaría fatal. Lanza un jab zurdo y un golpe menor con la palma de la mano derecha. No causa mella en su contrincante, el cual lo sigue ignorando. César se aleja de la bestia.
– ¡Lena, no salgas de la casa!
El monstruo voltea como si lo hubiesen llamado a él. César siente alivio por el estupor que causó. Luego, un poco de temor por la sorda inteligencia que allí se asoma. Los olores percibidos desde el inicio de la pelea son claros y definidos. Mucho más que los de un ser humano. Sin embargo, nunca había sentido tantos cambios en una misma circunstancia. Eso solo puede significar una cosa: aprendizaje.
César activa el botón. La palma derecha, cuyo impacto podría haber sido discreto, incluso para un ser humano, no tenían como propósito lastimar sino condenar con una bomba.
Desde su casa, Lena percibió el resplandor de la explosión. El impacto es impecable y ascendente. Y la mixtura explosiva está corroborada por químicos que aseguran quemaduras permanentes. Un daño muy por encima de lo que causa el dolor. Al mismo tiempo, un grito desconsolado y ensordecedor. El visitante menos grato de la granja de Lena se desploma de bruces y se consume de dolor.
César camina airadamente hacia las carretillas. Recoge un tubo de fierro y lo clava en el corazón del cuerpo extraño.
– ¿Por qué has hecho eso? -Le increpó Lena.
– Porque todavía tenía la intención de matarnos. Solo estaba recuperando sus fuerzas.
– ¿Qué cosa era?
– No estoy seguro, pero sí sé lo que quería. -concluyó César.
Lena mira de nuevo hacia el amante de la leche. Se le distingue triste y solitario, como encerrado en una celda sin paredes ni techos. Entre los harapos de su camisa se refleja el brillo escarlata de sangre acabada de brotar. Pero nota que su origen es una herida sumamente vieja, la cual se abre inoportunamente para reemplazar su sonrisa.
IV
Sabías que algo raro había en ese sujeto. ¿Por qué los privilegios? ¿Por qué tantas facilidades? ¿Por qué no tiene apellido? Barack es Barack Flores. César no es nadie. No está en ninguna parte. No tiene domicilio declarado. No tiene familia. No tiene oficio conocido. Claro. César debe ser un mercenario. Solo actúa por dinero, y va a recolectar a los sobrevivientes para dar gusto al gobierno. Hiciste bien en no buscarlo nuevamente.
Pobre Lena. Ha caído en manos de un miserable. ¿Qué hará para capturarla? ¿Irá de frente y la someterá con violencia? ¿La dormirá con gas? ¿La cambiará por dinero o por otra cosa? Tranquilo Barack. Ese miserable ya está fuera de tu vida, y debes expulsar su fantasma.
De pronto, llaman a la puerta.
- No abras, Lally. Es peligroso. Recuerda que estamos en toque de queda.
- Pero, querido. Es alguien que puede tener problemas. Hay que ayudarlo.
Tres golpes sordos te dicen que tendrás que hacer algo. Quieres llamar a la policía, pero recuerdas que tú tienes la sartén por el mango. Si no deseas que ingresen, nadie te obligará. Tu puerta es sólida y no saben si tienes armas dentro. Tú lo obligarás a retirarse.
Cuatro golpes sordos interrumpen tu pensamiento. La progresión aritmética siempre ha sido una de tus debilidades.
Enciendes el intercomunicador, instalado en el hall de recepción.
- ¿Sí?
Escuchas una voz familiar, aunque no logras distinguirla.
- Abre, Barack. Necesito tu ayuda.
- ¿Quién es? -repites mecánicamente. Aunque sepa tu nombre, no debes aceptar lo que sabe.
- Abre, Barack Flores, o tendré que intervenir tu sistema de seguridad, y repararlo te costará caro. ¿Tengo que decirte quién soy?
Un frío te asalta por la nuca y atraviesa tu columna vertebral, al punto de hacerte doler una vieja contusión. Abres la puerta despacio, mecánicamente. Allí estaba ese miserable con Lena. Ella estaba libre y él impaciente.
- ¡Gracias, Barack! -te expresó César mientras se precipita hacia dentro.
- En verdad, apreciamos mucho tu apoyo -te dice Lena, estrechando tus manos, ceremoniosamente.
César miró rápidamente tu sala y se sentó en tu escritorio. Inmediatamente, comenzó a escribir, abrir programas y generar accesos.
- Solo te pido unos cinco minutos. Después nos iremos -declara sin perder la vista de lo que estaba haciendo.
Quieres acercarte, pero la extrañeza te embarga. La mujer que acompaña a César, ubicada entre tú y él, te sonríe y se adelanta a tus palabras.
- Seguramente tienes muchas preguntas, pero es mejor que no sepas. Las cosas se han complicado para todos.
- Gracias, Lena -contestó César, con lejanía.
La mujer que acompaña a César era joven y delgada, con un hermoso pelo ensortijado y muy segura de sí misma. Lally, quien había visto toda la escena, también compartió tu admiración por ella. No había dicho nada desde el ingresos de los extraños, obedeciendo a su natural prudencia. Sin embargo, como toda mujer que gobierna su casa, tenía que dar señales de su territorio.
- ¿Desean comer unas galletas? ¿Una cerveza? ¿Un refresco?
No miras a Lally. Te da gusto que uno de los dos tome una iniciativa, pero no te alcanza para salir del estupor en el que te han puesto.
- Eres muy linda. En verdad te lo agradezco mucho -atajó la visitante-. Pero no te esfuerces tú sola. Te acompaño.
Cuando las dos mujeres salen por la puerta de la cocina solo quedan tú y la espalda de César. Tu ordenador ya no te pertenece. Quieres sentir cólera contra él, pero algo te lo impide. El odio cambia por un poco de fascinación. No solo vinieron juntos. Comparten un vínculo que nunca llegaste a compartir con Lally. Es algo distinto al amor. Más intenso que tus emociones y carente de angustia.
- ¿Encontraste lo que buscabas? -señalaste con más grosería de la que pretendías.
- Casi, casi, Barack. Tu acceso a los registros de Isamu me trajeron hasta aquí. En verdad, la mayor parte de la información que tiene es irrelevante. Sus accesos solo llegan a nivel 5. Sin embargo, la interfaz que te han abierto me permite ir un poco más allá.
- ¿Nivel 6? ¿De verdad existe algo así?
- Sí que existe. Solo necesitas un par de llaves, generadas por uno de los orates que diseñaron el sistema posguerra. Allí están los registros que necesitamos.
- ¿Que necesitamos? -repetiste intensamente. No se te había pasado por la mente que la visita de César trascendiera la invasión de tu ordenador.
- Bueno, eso depende de ti. Puedes escoger olvidarte de lo que pasó esta noche y seguir manejando tu coche a lo bestia cuando todo esto termine… Si es que termina. Es una linda opción que probablemente deberías tomar.
- ¿Y cuál es la otra?
- La otra es mirar fuera de tu oficina y enfrentar el mundo real. La verdad, Lena y yo no estamos muy convencidos de que sea lo que te conviene a ti o a tu esposa. En cierto modo, preferimos hacer esto solos. Sin embargo, cuando entramos aquí, algo nos dijo que podrías hacer algo distinto. Después de todo, eres un hombre curioso.
No te habías dado cuenta de que César dijo lo último mirándote de frente. Era mucho más transparente que el Gobierno Central. Ya había terminado de usar tu ordenador y te consta que la tarea que hizo fue casi mecánica e irrelevante. ¿Realmente habría obtenido información importante o lo que importa es lo que te acaba de decir?