El agente y la psíquica: Fines y reinicios de la Tierra 1 (libro completo)

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Queridos lectores, mi primera novela de ciencia ficción, denominada El agente y la psíquica: Fines y reinicios de la Tierra 1 estará disponible su lectura a partir del día de hoy.
Espero que esta experiencia sea igualmente grata, como lo fue para mí escribirla. Si quieren adquirir la versión original, pueden adquirirla a través de Amazon, o Tiendamía.

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Y Él les dijo: Id y decidle a ese zorro: “Yo expulso demonios, y hago curaciones hoy y mañana, y al tercer día cumplo mi propósito.  Sin embargo, debo seguir mi camino, hoy, mañana y pasado mañana; porque no puede ser que un profeta muera fuera de Jerusalén.

Lucas, 13: 32-33

Yo tengo una guitarra con sueño de varios siglos
Emilio Adolfo Westphalen


I

Les dije que no vinieran, pero están aquí. Ya no es miedo lo que sienten, sino una preocupación silenciosa. Huele y aturde menos. No quiero mirarlos. Desviaría la atención hacia ellos. Quiero quedarme en curiosidad y sorpresa. La verdad, sigo sorprendido de mi supervivencia en estos tres segundos. Los recuerdos se hacen sensaciones. ¿Será el fin? ¿He vivido esto antes? ¿Lo he soñado? Solo estoy seguro de su realidad. No es un hombre quien me amenaza, sino algo diferente. Su presencia me da infinita tristeza. Parece que se carcajea, pero no lo escucho más allá de su propia tristeza. Todo lo demás se hace lejano, a pesar de su proximidad. 

Dar un paso, dos. Decir algo. No sé la respuesta. Todo es un segundo. Reprocho mi inacción actual. Espero reaccionar. Otro reproche. Otro más. 

Esta es la clase de situaciones en las que deseo sobrevivir para contar una buena historia. Algo que sorprenda al ajeno y acerque al propio. Una mejor historia que la de Perceval cuando no preguntó por el Santo Grial. Querer. Poder. Faltó el Saber. Solo necesitaba de una pregunta. Algo que sea digno de recordar. Te cruzas con tu destino y sabes que debes hacer algo. Rebusco en mis recuerdos por alguna pista. Por ejemplo, la historia de una madre que buscó a su hija desaparecida, y que preguntó lo mismo a todo el mundo. 

-¿Dónde está Gracia? ¿Dónde está mi niñita? ¿A dónde ha ido? ¿Con quién está? 

Y la respuesta siempre era negativa. No la conocían. No conocían a esa madre. No conocían sus sentimientos. No conocían su dolor.  

Y no fue en el pueblo, sino en uno de los caminos que la vio: 

– ¡Gracia! ¡Mi niñita! 

Gracia no respondió. Caminó de largo, mirando hacia su decisión buscada voluntariamente. Un hombre robó una hija y la única luz de su madre. 

La madre de Gracia llevó ese silencio de casa en casa, de camino en camino, de pueblo en pueblo. Caminó sin rumbo. Caminó lejos. Caminó hasta encontrarse en una mesa y soltó todo su dolor con una desconocida. 

– Si quieres vengarte de tu hija -le susurró- enciende una vela en la iglesia. Lleva una prenda de ella y recita la oración que te voy a decir.

Recitar un canto de odio en un sitio de piedad y misericordia es romper el centro del mundo. El de la madre estaba roto. Ahora le tocaba a la hija que no volvió al hogar. 

El primer hijo de Gracia nació ciego. La segunda también. El tercero alcanzó a ver y tuvo brazos fuertes para trabajar. Pero solo habló de vez en cuando, y sus manos siempre hicieron cosas imperfectas. Sufrió una cadena de venganza de dos generaciones atrás. La de él o alguna más adelante tendrá que repararla. Irá a la iglesia en un camino de piedad y pedirá clemencia por los que no pudieron ver, por quien se fue y por quien se vengó. Tomará tiempo, pero acabará con una pregunta crucial, una respuesta correcta y una buena historia. 

Otras historias asaltan mi mente. Trato de reconstruir la mía. Mi antigua familia, el daño que sufrió Evelyn, el rostro furioso de Lena, el temor de Daniel, la supervivencia de Barack y Lally. Todo se cuenta en distintas personas, como si pudiera tomar una cámara y filmarme a mí mismo y a los otros para contar lo que pasó días atrás. 

II

Eran las ocho de la mañana y no llegaba César. No recuerdas tanto el momento en que lo conociste. Solo sabes que que lo extrañas. Que siempre viene con su café en la mano, que te cuenta alguna anécdota que te hace sonreír y que no sabes lo que hace todo el día. Alguna vez te pidió ayuda con una contraseña y luego de agradecértelo lo perdiste nuevamente. ¿Cómo saber quién es? Llega sin ánimos de llamar la atención, aunque siempre lo hace. No es la vestimenta. Siempre viste de forma sobria. Cada dos días cambia totalmente de prendas, pero no hay nada de radical en ello. Su automóvil tiene acceso en la sección de ejecutivos, aunque la mayor parte de las veces estaciona en la parte más lejana. Su identificación no lleva su apellido y prefiere que no lo detengan con preguntas en el segundo control. 

Parece que César solamente viene a juntar y recoger información. Escribe mucho. Conversa con tu jefe con confianza. Habla contigo con la misma confianza. Saluda a todos los que se cruzan en su camino, y a veces se anima a estrechar la mano de quien está más cerca. Alguna vez estrechó la tuya. Debió ser la primera vez. No lo recuerdas. Es difícil preguntarle sobre algo más que el diálogo de cinco minutos que pueden otorgarse. Su discurso es profundo, pero funcional; por lo que prefieres seguir escuchando. Como en un laberinto, inicia de forma fría y desalentada, pero luego va calentando el ritmo de las ideas, como un motor gigante que se va activando por partes, arrastrando fenómenos físicos y encendiendo luces de previsión, para evitar un cortocircuito. Sientes envidia de ti misma por esos momentos de exclusividad; pero luego te gana el arrepentimiento al no poder capturarlo más tiempo. 

Cuando César llega, nunca después de las 7:30, sabes que los primeros cinco minutos de tu tiempo le pertenecen. No sabes cómo se los ha ganado. Solo te ha traído algunos chocolates, pero no se sintieron como un pago. Tampoco pide ayuda con las copias que pueda tomar de los documentos. Él mismo espera su turno y los procesa; pero le cuesta trabajo ordenar las hojas, pues parece debatirse entre la lectura inmediata y la disfuncionalidad de sus manos para esta tarea. Tienes ganas de ayudarlo, pero la barrera invisible que él tiene solo se rompe los primeros cinco minutos. Luego está lejos de todos. 

Un día lo encontraste muy temprano. Eran las 6:30. Aquella vez no te dio cinco minutos. Únicamente lanzó una mirada destemplada al universo y atinó a decir “buenos días, Evelyn”. Luego, casi desplomando su rostro, reanudó su lectura. 

Un día también llegó a las 6:45 cargado de libros. Se sentía la misma derrota que aquella vez. Y casi como un muerto, ingresó a la sala de reuniones. Aquel día tu jefe les explicó a todos que no debían utilizarla por motivos de seguridad. No sabes si César comió o no. Únicamente querías ver que se asome y pida algo. Un lápiz, un borrador o una engrapadora. Algo que lo conecte contigo. Esa vez estuvo más ausente que nunca.

Al salir de trabajar viste su carro en el estacionamiento. Siempre parecía intacto, sin contacto con el exterior. Tampoco te comunicaba nada. Era un silencioso vehículo de gama media. Querías decirle algo con el pensamiento. Pedirle que te dijera algo acerca de su dueño, pero la rutina te impidió quedarte mucho tiempo. Además, desde que se establecieron las Prohibiciones, cualquier persona que se quedara de pie por más de cinco minutos en la vía pública podía ser arrestada sin lugar a reclamaciones. En verdad, parecía una medida absurda, pues el mundo tenía muchos espacios exteriores sin la menor vigilancia. 

En la vía pública, y caminando hasta tu departamento, las calles se sentían solitarias. Cuando eras niña, antes que perdieras a tu familia, era sumamente difícil recordar a las personas o a sus cosas. Todo estaba lleno de seres vivos. Y el día en que todo ocurrió, tus padres estaban tratando de pasar por encima de un mar de automóviles. La mitad de estos se hundieron bajo la tierra. Un cuarto restante fueron abandonados por sus dueños, quienes trataron de alejarse de edificios que se venían encima. Otros tantos fueron reportados como desaparecidos. Ahora casi todo el mundo (de entre los que quedan) van a pie. De un lugar a otro parece haber poca distancia. Además, ahora son más áreas verdes que casas; más árboles que personas; más silencio que ruido. Los automóviles son únicamente para los que tienen prisa o viven demasiado lejos.  

Tienes espacio de sobra en tu departamento. No hay un comedor extenso y la única silla la usas para cambiar focos o merendar con la radio encendida. Tampoco tienes una mascota. Sales temprano y regresas temprano, con el solo propósito de caminar cuando todavía es de día, con el recuerdo de lo que era el brillo solar. Algunas personas han aprendido a reír nuevamente. Tú solo sonríes. Sabes que tu vida podría haber sido mucho peor, y que cada día en el que César llega, se despierta un recuerdo que siempre habías querido tener. 

III

Regresar cada día a esa oficina te está matando. Es bueno que no haya brillo solar, pero el cambio de un ambiente a otro está destruyendo tus órganos. ¿Por qué regresas? ¿Por la esperanza de encontrar algún vivo entre tantas personas fallecidas? ¿Por esa flor que crece en medio de las sombras? ¿Por la loca idea de que tu remota vejez será digna? ¿Por qué quieres vivir una vida normal? Escúchame atentamente: tu vida nunca fue y nunca será normal…

Cada día que pasa te desengañas más. Encontraste un remedio para que todos vivan luego de la guerra. Con esas hélices en la estratósfera, la gente cree que vive de su trabajo. Se engañan, y no hay nadie que te lo haya agradecido. Todos viven sus sueños personales en este cielo gris. Tú apenas si duermes, pues cada año que pasa le quitas más segundos a las noches. ¿Has contado tus años?  Todavía pareces joven, casi igual que cuando se acabó el mundo. Pero ahora tienes menos vigor y nadie por quien luchar. Cuando mueras, nadie te extrañará.

No puedes reparar tus tejidos para siempre. Ya tuviste tu triunfo. Ahora déjate fallecer. Descansa. Otro encontrará este remedio para los sobrevivientes que queden. Te has vuelto inhábil para conducir un automóvil. Puedes venderlo o regalarlo o abandonarlo, si te place. Enciérrate en el lugar que vives. Bebe alcohol. Duerme. Regocíjate en tus triunfos de años atrás. Nadie te pedirá nada. Nadie te juzgará. Aplaca tu conciencia. Estos papeles no dicen nada diferente. Lo sabes antes de leerlo. Ni siquiera tienes que venir hasta aquí. Te obligas a hacer sonreír a la gente. ¿Para qué darles eso? ¿Qué han hecho por ti? ¿Hay belleza en ellos? ¿Dónde estaban cuando lo perdiste todo? ¿Quién te ayudó a recuperarlo? ¿Quién de ellos te espera a que llegues a esta oficina? Solo están aquí por obligación. Apenas se acaba la jornada, salen corriendo. Especialmente esa chica, Evelyn, a la que le dedicas tus primeros cinco minutos. ¿No has notado que se va apenas puede? Ella no quiere nada contigo. Solo te distrae de un sueño que jamás cumplirás.

IV

César enciende la luz en la sala de reuniones. Recoge los libros que se le cayeron. Es un espacio silencioso, como el de su laboratorio. Sin embargo, si se asoma a la puerta, puede escuchar el susurro de gente caminando. Es irónico que quiera estar en una oficina si puede percibir las emociones de la gente como si fuesen olores. Viejas heridas de la guerra. Aquí se siente el olor propio y una suave brisa de los ajenos. Lo ayudan a concentrarse. Le recuerdan que las emociones son como el clima. Cambian mucho… Algunas veces para bien. 

No podía quedarse en su laboratorio. Allí las voces lo persiguen como una sombra. En la oficina, ese ruido disminuye considerablemente. Sin embargo, una fuerza invisible lo envuelve para que retroceda. El dolor sube desde el dedo medio de su mano izquierda hasta el corazón. Levanta el brazo. Mira hacia el exterior. No hay nadie en la sala de reuniones. Baja la mirada. Los papeles muestran más listas de personas. Reconoce dos o tres. Todas desaparecidas. Información escueta. Desde que establecieron las Prohibiciones, es fácil saber quiénes son y dónde están. Todos, excepto él mismo y a los que busca. 

Vuelve a escuchar ruido. Se están yendo a almorzar. Algunos se van contentos. Otros solo van a alimentarse. César vuelve a la computadora. Noticias frescas. Un correo. Una nueva idea. Tejidos sintéticos. Remedios. Algo más. No puede seguir. Es hora de cambiar los vendajes. 

César siente que el hombro le quema cada setenta y dos horas. El aire acondicionado en la sala de reuniones está al máximo, pero no dañará sus pulmones. La quemazón no lo hace sudar. Tampoco genera radiación. Esa punzada de hace quince años bastó para que pierda salud, gane longevidad y extienda la necesidad de seguir buscando respuestas. El tiempo está en su contra.

Ya volvieron de almorzar. El cambio de vendajes le quitó el apetito. Aprovecha un par de minutos para descansar otro poco. Todos vuelven a su sitio. César revisa el último correo antes de la quemadura. Ahora sí es noticia fresca. Encontraron una persona viva. Alguien como él.

V

Hoy no vino. Trabajas lentamente, tratando de realizar una tarea a la vez. Tu mente te tiene ocupada.

Por la tarde, tu jefe se acerca y te dice:

  • No te preocupes, Evelyn. Está de viaje y va a volver pronto.

Alzas la mirada y te sonríe. No es la sonrisa de César, pero crees verla cuando pronuncia su nombre. Volverá. No tienes que temer por su ausencia. Él seguirá viniendo… Pero, ¿para qué esperas que siga viniendo? ¿Seguirás esperando que te hable un día tras otro? ¿Te irás temprano para seguir huyendo? 

Algo se enciende en ti. Sientes ganas de verlo ahora mismo. Quieres hablarle. Lo único que sabes es que volverá de un viaje. ¿Qué viaje? ¿A dónde se ha ido? ¿Por qué ha venido todos los días? ¿Qué hay en esos informes que lee?

Caminas hacia la oficina de tu jefe. Él te mira como esperando una eternidad por tu pregunta.

  • Señor, yo quisiera… 
  • Él me dijo que compartiera esta información contigo si venías a preguntarme por él -te interrumpe.
  • Pero todavía no le he preguntado. 
  • ¿Hace falta?
  • No. Y le agradezco mucho. Pero, ¿quién es él? 
  • La verdad no lo sé. No tiene registros, salvo el de su nombre. Pero me dijeron que le abra todas las puertas. Hace lo mismo todos los días. Busca información sobre las personas que sobrevivieron en las explosiones del 05 de noviembre de hace quince años… 

Vuelves a tener ocho años. Tus padres no llegaron ese día. Sabías que tu vida había cambiado cuando llegó la noche y la casa se quedó a oscuras. La guerra te quitó a tus padres. Te quitó a tus amigos. Empezaste de nuevo, con algunas cosas que había en casa. Pero en un momento difícil conseguiste una beca de estudios, la posibilidad de alquilar un departamento en un edificio nuevo. Pese a todo, había recursos para reconstruir las vidas de las personas. Había electricidad, camiones de agua y provisiones regularmente. Ahora, cada manzana tiene un máximo de cuatro edificios y un parque en el medio. Era la ley. La ley te da calidad de vida y Prohibiciones.

  • Pero, ¿qué ocurre con todas esas personas?
  • El noventa por ciento falleció en el acto. El diez por ciento restante tuvo problemas de salud durante algunos meses. La mayoría falleció. Otros fueron dados por desaparecidos. 
  • Pero, ¿puede alguien desaparecer alguien el día de hoy?
  • No con las Prohibiciones. Pero quedaron 1500 casos poco esclarecidos. Y en nuestros archivos hay algunas referencias indirectas a ellos.  
  • Y si alguien está como desaparecido… ¿no estaría, entonces, sin localizador y sin paradero definido?
  • Así es. Podría evadir las Prohibiciones. Serían 1500 personas sumamente peligrosas, en cualquier parte del mundo.
  • Entonces, ¿César es una especie de cazador o agente?
  • Tal vez. Quizás por eso no tiene apellido. El gobierno también borra las identidades de quienes desea tener más cerca… O más lejos. 

Agradeces a tu jefe por la información. Quedan muchas preguntas, pero te das cuenta de que es todo lo que sabe. No te dice nada que te comprometa. Son solo especulaciones. Sabes que vendrá… ¿Alguna de ellas seguirá viva? ¿Qué ha hecho la sociedad para que huyan del bienestar que nos han dado a todos?

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