Los exiliados: Fines y Reinicios de la Tierra 2 (libro completo)
Queridos lectores, mi segunda de ciencia ficción, denominada Los exiliados: Fines y reinicios de la Tierra 2 estará disponible su lectura completa a partir del día de hoy.
I
Liliana R. terminó la comunicación con Daniel sumamente complacida. Su discurso maternal había servido para conseguir lo que quería. Y los medicamentos eran solo un anzuelo.
Preparó el agua para hervir y revisó los insumos disponibles para los futuros invitados en una semana en la que esperaba estar sola. Una semana muy larga, sin su esposo griego.
De pronto, los gritos llamaron su atención. ¿Gritos? ¿No había terminado el toque de queda? ¿Era en el laboratorio de César?
Liliana R. dejó la puerta de su departamento abierta, dejó plantado al ascensor, cruzó la calle y contempló el humo del lugar que bloqueaba parcialmente la vista de diez hombres que intervenían el lugar desde fuera. Allí residía el inconfundible ruido de los rayos atravesando paredes y el olor a muerte.
– Alto. Levante los brazos y vuelva por donde vino -le increpó la voz de uno de ellos.
– ¿Se puede saber qué están haciendo? Este lugar es propiedad privada.
– ¡No lo es! Dése la vuelta. Aquí no hay nada que quiera ver.
– ¡Tiene razón! Aquí no hay nada que yo quiera ver.
Entonces, la mujer levantó uno solo de sus brazos y no hasta la indigna altura de quien se rinde, sino del saludo abierto. Allí se detuvo el mundo que la rodeaba: el humo dejó de ascender, los resplandores del interior se paralizaron, la exhalación de los hombres dejó de circular en el interior de los trajes y máscaras que ocultaban sus identidades, el cuerpo de Daniel dejó de sangrar y las lágrimas de Evelyn dejaron de derramarse en medio del olor a cenizas.
Liliana R. volvió a su departamento muy despacio. Rabia y tristeza se combinaban en el azar de las vidas recientemente truncas. La pérdida de una oportunidad para conocerlas era un mal menor. Un precio sumamente bajo para recuperarlas.
– ¿Hola?
La voz de Daniel se escuchaba inocente. Pero los hechos que Liliana R. había contemplado en un futuro desprogramado lo hacían particularmente bello. Le deseó un excelente futuro en sus pensamientos.
- Hola, niño. Escúchame atentamente: debes salir de allí o esconderte. No tienes tiempo. Déjalo todo.
- ¿Quién es usted?
- Una amiga de César.
- ¿Una amiga de César?
- Sí. Una vieja amiga. Y dile que tiene que cuidarlos mucho mejor… Y darles mucho zinc.
II
Protocolo de ayuntamiento es un término atribuido a una emergencia de información y de seguridad. Borra toda la data residente en las computadoras del laboratorio de César y actualiza el repositorio encriptado que tanto el ex agente como el especialista comparten en un espacio virtual. Por otra parte, dispone la apertura de una escotilla para un escape subterráneo a los habitantes del mismo. Evelyn y Daniel coincidieron con lo último. Estaban a salvo.
Los jóvenes llegaron a un punto de recojo a cuatrocientos cincuenta metros del laboratorio. Un grupo de sicarios no identificados no se arriesgarían a una movilización tan evidente.
– Puerta cerrada. Provisiones para dos días. Transmisión de menos de cincuenta segundos por día. Envío de señal de confirmación. Listo.
– ¿Y ahora qué? -preguntó Evelyn.
– Esperar, supongo -respondió Daniel.
– ¡Casi morimos, Daniel!
Entre morir o vivir había una distancia enorme. Daniel había visto mucha gente muerta en toda su vida. La mayoría de ellas fueron sus perseguidores. Muchos por miedo, otros para aprovechar su poder y unos pocos para tratar de replicarlo. Por ello, salvo sus cuatro primeros años de vida y la experiencia reciente no había sentido la transparencia del afecto humano. ¿Cómo verbalizar esa alegría ante el ataque de pánico de Evelyn? ¿Cómo decirle lo feliz que estaba de que ambos hayan salido con vida?
Al muchacho solo le quedó ensayar un incipiente abrazo. Uno en el que la chica a la que había empezado a amar optó por completar y aprisionarlo.
III
El automóvil de César era versátil no solo en estilo de manejo, sino también en modificar su registro, color y rasgos superficiales. El menú de casi tres mil combinaciones diferentes había optado por proyectar un blanco hueso en lugar de un blanco humo. Una distinción baladí para cualquier individuo, pero absolutamente radical para un sistema de seguridad inteligente.
- ¿Te gustó el cambio, querida Lena?
- No mucho. Si queremos cambiar, deberíamos distinguirnos un poco más.
- ¿Cómo qué?
- El auto rojo de ellos me gustó mucho -respondió la mujer, con un breve suspiro.
- Lo pensé. El rojo te sienta muy bien Sin embargo, el algoritmo puede interpretar el hecho de que tomamos el auto de ellos.
- Un algoritmo que no distingue dos colores tan similares no puede ser obra de alguien tan inteligente… ¿Quién hace estas cosas? ¿Gente como Barack?
- O como yo. La verdad, a estas alturas, es difícil saber si fue un trabajo mío.
- ¿Y por eso no confías en ti mismo como para recoger a los chicos?
- Antes de recogerlos, debemos saber si es seguro continuar como hasta ahora.
- ¿Y qué tanta diferencia puede haber entre lo que eres ahora y lo que puedes haber sido? -inquirió Lena.
- No lo sabemos, querida Lena… Según el canal clasificado por donde pasó la misión de Marty y Juvy hay detalles en mi memoria que se han ocultado intencionalmente. Si decidimos recuperarlos, tendríamos que enfrentar un yo diferente. Y si no es confiable, deberías detenerme o modificarme de inmediato.
- Bien… Entonces, déjame entrar a tu mente para ver qué hay allí.
- Espera, Lena -interrumpió Juvy-. Si deseas ingresar a una mente manipulada podrías encontrarte con defensas muy poderosas.
- ¿Crées que no puedo defenderme? -preguntó Lena a la androide.- He manipulado seres más poderosos que Marty.
- Es verdad, querida Lena. -acotó César.- Sin embargo, no has ingresado directamente a la mente del monstruo para explorarla. Hay una diferencia entre dar una orden y explorar abiertamente… Y lo que puedes encontrar dentro de mi mente puede no ser ordinario.
- Es verdad, Lena. Las lecturas que tengo de César son atípicas. Es como si tuviera varias mentes en colisión.
¿Varias? Esa palabra se podía negar, rumiar o dramatizar. Pero la atención de César estaba en la cadena de posibilidades. Durante quince años solo había luchado contra una de ellas. ¿Sería adecuado visitar a Néstor?
- César…
- ¿Sí?
- Tú, más que nadie, sabes que los riesgos son necesarios. Si tú pudiste asumirlos contra el segundo monstruo, yo quiero asumirlos contigo.
El ex agente detuvo el automóvil al lado del camino. En sus ojos ya no había discusión o réplica. Era necesario confiar en Lena.
En la lejanía no se escuchaba el sonido de ningún ave o vehículo cerca de ellos. Desarrolló un rápido inventario de tareas en su computadora, considerando la contingencia de que Lena tuviera que seguir solamente con la androide.
- No debes preocuparte tanto, corazón. Lo que hay dentro de ti no puede ser tan malo. Si hay amor, lo demás no importa.
- Amor es una palabra que debes buscar allí dentro, querida Lena. No sé qué forma tendrá, pero estoy seguro de que sabrás encontrarlo.
En el horizonte rayaban los primeros atisbos de claridad que les hacía recordar el sol ocultado hacía quince años. Allí se recostó Lena, exhalando un hondo suspiro para encontrarse con alguien que no solo había visto el sol más años que ella, sino también uno de los responsables directos de que ya no lo puedan ver.
IV
Despiertas. ¿Habrías dormido cuando ingresaste a esta mente? Tal vez fue una sensación en la penumbra del viaje o el recuerdo de un desmayo cuando ingresaste. ¿Puede la mente desmayarse dentro de otra?
- Puede, querida Lena. Eso y muchas otras cosas.
Quien te habla es una versión adolescente de César. Te mira con curiosidad e interés.
- Realmente te tomas tu tiempo… Has dormido casi todo el día -continúa.
- ¿Dormí aquí?
- Dormir, soñar, despertar. Todo depende de cómo lo veas -te dice tu anfitrión-. La verdad, es difícil saber si sigues durmiendo… Tal vez puedes pedirme que te pellizque.
- No gracias, niño -dices con la intención de darte tu lugar.- Todo lo que quiero es información.
- ¿Información? -te pregunta retóricamente el muchacho, mientras enciende un cigarrillo.- Yo la tengo toda, pero aquí las cosas no funcionan como allá afuera. Aquí las cosas se ganan por mérito o poder. Y decirle niño a tu anfitrión no demuestra ni lo uno ni lo otro.
- Pero eres un niño, querido César. Un niño mimado.
- Sí, querida Lena. Un niño mimado que, por lo menos, tiene el poder de leer tu mente. ¿Puedes hacerlo tú conmigo?
Tomas el desafío implícitamente. Una mente joven debe ser fácil de leer. No existen cúmulos de experiencia que disimulen su transparencia. Además, el predominio de la parte límbica la hace mucho más permeable. Sin embargo, no encuentras significantes. No hay deseos. No hay recuerdos. No hay nada.
- ¿Y entonces? -te interroga el muchacho.
- ¿Por qué no puedo leer tu mente?
- Antes de leer mi mente, debes saber si puedes leer algo, querida niña. -te dice sonriente. -Lo bueno para ti es que has caído en una zona segura. Aquí puedes descansar y despreocuparte. ¡Y hay espacio para ambos! ¿Por qué no te relajas un poco y contemplas el paisaje? Después de todo, solo me has mirado a mí.
Es verdad. Solo lo has visto a él. Has dejado de ver que alrededor de ustedes hay un bello bosque con árboles cuidadosamente distanciados, poblados por estatuas de guerreros de tamaño natural, pero sin cabezas. Allí están todas las épocas de la historia que habías alcanzado a estudiar. Desde los hombres de las cavernas hasta la época actual. La legión francesa, los templarios, samurais, soldados con trajes moteados. Todos ellos a punto de desenfundar sus armas.
- ¡Maravilloso! ¿No es cierto? Y lo mejor de todo es que hay un momento en el día en que empiezan a moverse.
Miras con espanto que el muchacho ha cambiado su cigarrillo por un lanza y se pone frente a ti.
- ¿No tienes un arma? Pobre. Entonces, tal vez no deberías estar aquí.
- ¿No dijiste que este era un lugar de descanso?
- Descanso. Lucha. Todo tiene su momento. Pero si no quieres luchar, tal vez quieras ingresar a la ciudadela y buscar tus respuestas.
- ¿Qué ciudadela?
La que está detrás de mí.
Ya no miras la versión de César joven. Ya no ves el bosque ni a los guerreros a punto de moverse. Más allá de estos descansa una ciudadela montada sobre la roca que trata de llegar hacia las nubes. Allí aparece una luminosidad contagiante.
- Te gusta, ¿no es cierto?
- Es hermosa. ¿Qué hay allí?
- No lo sé. Y tal vez no lo sabrás si no me ganas.
- Pero no puedo ganarte, César. No tengo un arma.
- Oh, sí. ¡Qué descuidado! ¿Por qué no buscas una?
Los guerreros de todas las épocas se acercan a ti y te ofrecen sus armas. Hay que escoger.
- ¿Entendiste, querida Lena?
Miras a César joven y entiendes que tal vez es pronto para llegar aquí o a cualquier otra parte. Tienes que decidir. Si te quedas, tendrás que tomar un riesgo… Si huyes de la batalla, la ciudadela será mucho más difícil.
- Bien. ¿Qué arma eliges?
Miras nuevamente a César joven. El único de todos que tiene cabeza. El único de estos guerreros que tiene vida y pensamientos propios. El único que no tiene uniforme, ni traje, ni galones de sus batallas.
- ¿Te intimida mi apariencia? -te interroga.
- Para nada. Solo estaba viendo que eres el único que tiene cabeza entre todos ellos.
El chico se carcajea como si le contaras un chiste graciosísimo.
- ¿Qué pasa?
- Me hiciste el día, querida Lena. Es todo… Sin embargo…
- Tengo que elegir.
- Si la guerra llama a tu puerta debes escoger un arma.
- Bien, entonces te elijo a ti, querido César.
Escuchas una voz más madura desde tu propio interior. Una que te reanima como un calor benéfico que ayuda a curar las heridas de tus viejos recuerdos.
- Entonces, este es tu segundo momento especial, querida Lena.
Despiertas nuevamente. Pero esta vez te encuentras recostada en el pecho del hombre con el compartiste anillos. No sabes cómo saliste de su mente. Hay una ciudadela y muchos espacios inciertos más allá de lo que viste. Sin embargo, ya solo te queda tiempo en el agotamiento de esta visión para darle un beso de buenos días y una siesta junto a él en la parte posterior del automóvil.
Centímetros adelante, Juvy toma el control del vehículo y los lleva hacia la Universidad de Grass IV. Uno de los pocos refugios para hombres que todavía creen en el valor del conocimiento y en el que encontrarían a Néstor, último especialista en manipulación de mentes y profesor principal con más de cinco años de amistad con César.
V
- ¡Usted es un irresponsable! ¿Cómo puede ponerle esta calificación a mi hijo? ¿No ve cómo está llorando? ¡Ha perdido a su padre hace cinco años!
- Señora. Con todo respeto, su hijo ha faltado a diez clases. La calificación que tiene no depende de mí…
- ¡Pero usted se la ha puesto!
- Señora. ¡Su hijo respondió una sola pregunta del examen! ¡No puedo aprobarlo aunque me grite!
- ¿No le da vergüenza actuar así? ¿Acaso no pagamos nuestro dinero?
- Usted paga por la educación de su hijo. No para que lo aprueben…
- ¡Pero él merece aprobar! ¡Tómele otro examen!
- No puedo hacerlo.
- ¿Por qué no puede hacerlo? ¿Tan incompetente es?
- No puedo darle más privilegios que a otros porque sería una inmoralidad.
- ¡Y ahora me llama inmoral! ¿Qué se ha creído, usted? ¡Yo pago su sueldo!
- ¡Felizmente no, señora!
- ¿Cómo que no? ¡Yo aporto a la universidad con donaciones! ¡Y así me pagan!
- No, señora -irrumpió una pequeña mujer al fondo del pasillo.- Usted no ha aportado nada a la universidad.
- Sí. No aporto nada a la universidad. -secundó la señora, mecánicamente.
- Además, su hijo es un bueno para nada que no merece estar en la universidad. Debería estar trabajando. -continuó la visitante.
- Sí. Voy a ponerlo a trabajar. ¡Vamos, Remy!
- ¡Sí, mamá! Pero, ¿a dónde?
- Voy a ponerte a trabajar. Ya has descansado mucho.
Y Remy salió del lugar con desconcierto por no saber a quién culpar de su suerte.
- ¿Qué te parece, Néstor? ¿No es una maravilla? -preguntó César.
- ¡Bienvenidos! ¡Sí. Una maravilla! Hace años que no veo una mujer tan guapa. No he tenido el gusto, señorita…
- Lena -completó la psíquica.
- Lena. Sí. ¡Un verdadero placer conocerla! -dijo el viejo profesor, con mucha compostura. Totalmente distinta de la situación anterior.- Mi nombre es Néstor Almado.
- Un gusto conocerlo, profesor. César me ha contado cosas maravillosas de usted.
- Jajaja. No lo creo. Él siempre se guarda lo bueno. Tal vez por eso están juntos…
Lena se dio cuenta que la mirada de Néstor había recorrido su rostro, el anillo en su mano y la forma de su cabeza. Estaba corroborando informaciones biológicas sobre su forma de pensar.
- Hablando de lo bueno, tenemos algo que contarte, Néstor -atajó el ex agente.
- ¡No se diga más! ¡Vamos a mi oficina!
En aquel sitio imperaba el desorden, muy en desacuerdo con la impecable combinación de vestimentas del profesor universitario.
- Me disculparán. es que estoy investigando…
- Como siempre -completó César.
- Sí. Como siempre. Sí. Ahora, lo que quiero saber es si la paciente es Lena o tú.
El hombre de ciencia no era psíquico, pero tenía un dominio avanzado del lenguaje no verbal y César no iba precisamente en posición de fingir nada. Eso sucedía cuando se consideraba amigo de alguien.
- Sabes que soy yo.
- En verdad estaba esperando este momento por mucho tiempo. ¡Y me trajiste el ingrediente maestro!
- Supongo que soy yo -respondió Lena.
- En efecto, mi niña. Y no quiero juzgar a César, pero a veces es un poco…
- Manipulador -completó el aludido.
- Sí. Eso.
- Lo sé. Pero este no fue su plan.
- ¡Vamos, querida Lena! ¡Siempre es su plan!
Lena miró fijamente a los dos hombres. César había rastreado la información de Marty, pero no fue sino por insistencia de la mujer que salió el nombre de Néstor como posible solución al conflicto. Por ello, ir a buscarlo era una fruta que se caía de madura. Sin embargo, los episodios con el segundo monstruo y su viaje seguro por la mente de César parecían corroborar la versión del profesor. Este, por otra parte, era un especialista en la naturaleza humana. Rápidos movimientos de manos y de observación indicaban que tenía necesidad de recibir y liberar información. No era necesario leer su mente para darse cuenta de que correspondía con un perfil obsesivo, pero sincero. Por tal motivo, la mirada escrutadora de la mujer casi lo obligaron a darle una disculpa.
- Perdone, estimada Lena. A veces tengo envidia de mis amigos. Pero quiero que sepa que mis intenciones siempre serán legítimas.
- No se preocupe, estimado profesor. Admiro su sinceridad en ambos sentidos. Además, tiene razón. Este hombre es escandalosamente manipulador.
- Y lo mejor es que no se da cuenta… -completó Néstor.
- ¿No se da cuenta? -repitió Lena, con curiosidad.
- No. Esos planes se forman en una profundidad preconsciente… Por eso es que casi siempre consigue resultados.
Lena miró nuevamente a César. El aludido había estado presente; pero su mirada se sentía lejana. Sin embargo fue él quien habló primero.
- No, no tengo miedo. Solo estaba recapitulando. Y si les parece, me gustaría empezar de una vez y enviar a Juvy para que recoja a los chicos.
- ¿Ve, mi querida niña? César siempre tiene planes.
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