29 de March de 2024

Los exiliados: Fines y Reinicios de la Tierra 2 (libro completo)

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Queridos lectores, mi segunda de ciencia ficción, denominada Los exiliados: Fines y reinicios de la Tierra 2 estará disponible su lectura completa a partir del día de hoy.

CAPÍTULO III: ENCUENTROS

I

Nombre: César N.N. 

Edad: aparente: 35 años

Edad real: 55 años

Cargos: Ex Agente de Élite del Gobierno Central, Ex Cónsul Primigenio de Tecnología, Ex Cónsul Primigenio de Desarrollo Social

Principales atributos: elevada capacidad de aprendizaje, lectura sinestésica de emociones, diplomacia, entrenamiento en el uso de armas tecnológicas, lesiones severas en el hombro izquierdo

Tipo de sangre: indefinida

Personalidad: indefinida

Actividades recientes: desconocidas

Paradero reciente: autopista de la zona rural de Nuevo Reino. 

Órdenes: sometimiento, detención y presentación del sujeto ante el Consejo Administrativo

Dificultad de la misión: B

Prerrogativas: actuar con extrema precaución. Se permite el uso de armas de contusión y la violencia en grado tres. 

  • Bien, Yuvy. ¿Qué te parece la joya que nos tocó el día de hoy. 
  • Incoherente, Marty. Los datos no revelan ningún delito que devele el motivo de su captura. Por otra parte, la modalidad de acción recomendada no se condice con las características del individuo.  

El hombre mira hacia la androide con sorna. Compartir el vehículo le motivó la ilusión de que podría hablar con complicidad sobre el extravagante funcionario que les tocó capturar. Después de todo, un intelectual moribundo y sin dones ofensivos no debería ser problema para ambos.

  • Yuvy, ¿cuándo aprenderás a  pensar como los seres humanos?
  • Eso no está en los planes de mis fabricantes, Marty. El plan es que obedezca tus órdenes en un campo de acción. Por eso llevas ese transmisor en la muñeca.

La ilusión de Marty se reanima. Yuvy tiene casi toda la apariencia de un ser humano, excepto por la falta de parpadeo en sus ojos. ¿Habrá algo de intencionalidad detrás de esa burda máscara?

  • Marty, tus neurotransmisores dicen que estás dudando. ¿Deseas abortar la misión?
  • No Yuvy. Me preguntaba si alguna vez has querido ser libre. 
  • Marty, yo no quiero cosas. Solo hago inferencias y establezco juicios basados en la programación y el registro de situaciones. Por supuesto, también estoy leyendo los valores químicos de las personas y actúo en función de situaciones que surjan dentro de una misión determinada. 

Marty mira nuevamente hacia el horizonte. Parece que se acerca el mediodía y piensa en la semejanza de su trabajo y el de la androide. Su deducción respecto de la misión es la que él hubiese tenido años atrás. Pero a estas alturas tener una opinión no solo es inútil, sino también peligroso. 

II

Cuando César y Lena se fueron tú también saliste de escena. Pasaste la puerta abierta de tu habitación y la cerraste muy despacio, apoyándote detrás de la puerta y acabando de espaldas a ella. Finalmente, pudiste percibir el rubor y los latidos acelerados de tu corazón. 

 ¿Te habrá visto salir? ¿Qué pensará Daniel de ti? Tal vez crea que estás con sueño y deseas descansar. Después de todo, todavía no estás de alta. Sin embargo, lo que menos quieres hacer es dormir. Te sientas en el suelo, sintiendo que este momento lo has vivido antes, de otra forma, con alguien más, en algún tiempo lejano… Miras tus manos y no ves la huella de ningún anillo de compromiso. No. Lo que ha pasado no tuvo un buen final. ¿Qué pasará esta vez?

Cae la noche y las luces se encienden automáticamente. Daniel te toca la puerta. Trae la cena para los dos. Comen en tu habitación como si nada de lo anterior hubiese pasado. Él no te reclama y tú no lo importunas con el tema. Han iniciado una curiosa complicidad. 

III

Aire fresco. Comida a medio camino. Descanso. Solo conozco su nombre y un poco de su mente distraída. Tal vez lo he pintado detrás del monstruo que vino por mí. ¿Realmente sobrevivimos? Tal vez nuestras almas viajaron a otro lugar y se encuentran deambulando  por lugares que queremos recordar, porque en ellos hubiésemos sido felices. Lo miro allí, digitando en una pantalla con un brazo y confiando en que el automóvil avance solo. Debo decirle algo. 

  • ¿Por qué aceptaste venir? -le pregunto. 

César deja el teclado táctil luego de dos pulsaciones finales y me mira con curiosidad.

  • Porque has dejado algo más que animales, querida Lena. 
  • ¿Sí? ¿Cómo qué?
  • Cosas que necesitas ver para darte cuenta de dónde estás ahora. Cada diez minutos pienso que es una mala idea volver a tu granja. Pero el hecho es que yo también quiero ir… Y a diferencia tuya, no conozco las razones. Me basta con que tú quieras. No solo porque te amo, sino también porque tú y yo somos muy parecidos. 

César me provocó un sobresalto que subió de mis pies al rostro. Quiero decirle algo sarcástico, pero mis mejillas queman. Él no disfruta de su victoria. Se voltea inexpresivo hacia el horizonte y continúa:

  • Lena, parecemos casi de la misma edad. Pero la verdad es que soy mucho mayor que tú. Y estos años me han hecho aprender algo muy importante. En este mundo existen dos clases de personas: las que tienen algo que perder y las que tienen algo que ganar. Y nosotros somos del primer tipo… Los más escasos. 
  • ¿Por qué crees eso?
  • No lo creo, querida Lena. Lo sé, lo siento y lo olfateo. Cada vez que encuentro menos de nosotros siento que estamos más lejos de una solución. 
  • ¿Una solución a qué, César?

Su rostro no me mira esta vez. De pronto, pienso que está dolido por no corresponder a sus palabras de amor. O tal vez está preocupado por algo más que nosotros. ¿Estará pensando en el monstruo? 

  • Lena, ¿sabes por qué no me he contactado con el Gobierno Central en medio de esta crisis?

Su rostro se encuentra nuevamente conmigo. Aun si no me mirase hubiese entendido todo. Hay más de un monstruo. Hay muchos monstruos. Y el que debemos combatir es el único que parece serlo.

  • Sí, corazón. Lo entiendo muy bien. 

IV

“Granja de Lena” se lee en el letrero. Fue una broma cuando elegí el nombre y en el momento que regresé pensé en que era una ironía del destino. Ya no sabía si era mío lo que íbamos a ver. El camino nos respondía silencio y la noche me decía que los restos de lo que fue la pelea con el primer monstruo tendrían que esperar hasta mañana.

Lentamente, pasamos el cerco y nos dirigimos a la cabaña. Solo el olor a pasto húmedo me agradaba. Eso y un pensamiento ajeno. “Todo está bien”, me dijo. Él me llevaba de la mano por los recodos de la angustia y de la luz. Pensamientos unidos. Ocultamientos. Aperturas. “No soy tan fuerte”, me dije. “No tengo que serlo cuando tengo una mano cálida que acaricia la mía”. Él me llevaba a una puerta silenciosa que abrí muchas veces y enciende una luz que fue utilizada en nuestra ausencia…

  • ¿Cómo? ¿Cómo lo hiciste? -le dije, con alegría y sorpresa. 
  • No lo hice yo, querida Lena. Algunos de tus vecinos son restauradores. Un poco rudos, pero sumamente amables en las cosas del hogar. 
  • ¿Y cuál fue la historia?
  • Ah… La historia de la restauración de tu granja es un libro con muchas páginas iguales. Pero no te preocupes del monto o de la fama. Este es un texto de una sola edición y con tiraje exclusivo. Lo importante es que llegó a la mejor lectora del mundo.

Cada cosa estaba en su lugar. Excepto que mis cuadros habían sido colocados en distintas paredes, de forma estratégica. Miré a César y él me confirmó con su mirada. Había planeado todo a través de cámaras remotas, adivinando el sitio para los cuadros de niños, los ciclistas, los osos pardos (ya extintos) y las calles de la antigua Italia. Y en el medio de la sala estuvo el cuadro que César elogió la primera vez. 

  • Parece que somos nosotros, querida Lena.

La pintura representaba a una pareja de jóvenes caminando bajo la lluvia. No tenían paraguas, pero estaban juntos y se les veía felices. Ese fue uno de mis primeros cuadros. Uno de los que hice sin pensar en mí… Era demasiado bueno para mí. 

  • ¿Sabías que la crítica de arte era bien pagada antes de la guerra? -le interrogué.
  • Lo sé, querida Lena. Antes de la guerra teníamos sol, religión y muchos nacimientos. Y en honor a todo lo que perdimos, lo que somos y lo que debemos ser, quisiera pedirte algo muy importante… Algo que ya no se estila y que me pone en evidencia…

No identifiqué el momento, pero César ya estaba hincado delante de mí con un anillo en la mano. Esta vez me lo puso mucho más fácil.

  • ¿Quiéres que te haga el desayuno seis días por semana durante el resto de nuestras vidas?
  • ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí quiero!

Ya lo estaba abrazando cuando sonó su teléfono… Y aunque lo hayamos ignorado, el daño que trajo tardíamente estaba hecho. 

V

Las líneas telefónicas fijas son anacrónicas. Un mundo en el que la gente camina, trabaja y sale a comer con amigos más que con parejas no corresponde al de un espacio en el que se deba dejar muchos rastros. Sin embargo, en el laboratorio de César había uno que sonó durante la cena. Daniel corrió instintivamente a contestar y solo se dio cuenta de lo extraño de la situación cuando escuchó la voz de su interlocutora:

  • ¿Hola?
  • Hola, niño. Necesito que me envíe un desinflamante muscular. 
  • ¿Perdón?
  • ¡Ay, joven! ¡Qué lento es usted! ¿No ve que le estoy ayudando a mantener su negocio? La farmacia siempre está cerrada y el dueño siempre sale temprano. Y a veces se desaparece dos o tres días. No sé cómo paga sus cuentas y la verdad no quiero saber. Pero sí quisiera que me haga el servicio. 
  • Bueno… Sí señora, creo que tenemos desinflamantes. 
  • ¿Bien? ¿De qué laboratorio? ¿Ustedes lo fabrican, no es cierto? ¿O tercerizan? Por favor, dígamelo con transparencia para ver cuánto compro. 

Daniel no supo la forma en que una desconocida lo había convertido en farmacéutico. Era una voz entrenada en dar órdenes. Sin embargo, eran órdenes agradables. Como si le indicara lo que es correcto. Felizmente, César había dejado un catálogo de medicamentos para Evelyn. Contaban con tranquilizantes, vacunas, antibióticos, desinflamantes, antihistamínicos de una dosis semanal y una leyenda según las características de la persona. El pedido que inició con desinflamantes y acabó con tres cosas más no fue ningún problema.

  • Muy bien, señora Liliana R. Estoy revisando el catálogo y veo que tenemos dos cajas disponibles. Sí. Puede enviar el dinero a este número con toda confianza… Sin embargo, tendremos una demora con la expedición de los comprobantes. 
  • No hay problema, jovencito. ¿Ya ve? Hasta parece que le gustara su trabajo. Así debe hablar con todos sus clientes. Y le recomiendo que tome zinc. Ya se va a dar cuenta de que ningún cliente le va a parecer difícil. Ni yo. Recuérdelo. El zinc le va a ayudar. ¿De acuerdo? 
  • El zinc…  Sí, señora Liliana. Lo recordaré.
  • Muy bien, joven. Así cuando me llame me recordará como la señora del zinc. 
  • Jajaja. ¡Muchas gracias, señora Liliana! ¡Que tenga un excelente día!
  • ¿Quién era? -preguntó, Evelyn.
  • Ah… Una señora.
  • ¿Una señora?
  • Sí. Me dijo que quería comprar medicinas.
  • ¿Medicinas?
  • Sí, Evelyn. Aquí tengo todo apuntado.
  • ¿Y no te dijo cómo consiguió el número de aquí?

El sentido común es un ingrediente poco frecuente en los hombres; a menos que sus experiencias los acerquen al mundo de las madres, las hermanas, las amigas o las parejas. Incluso, si es una característica desarrollada mediante esas influencias, pocos hombres logran mantenerla en un estado natural durante mucho tiempo. Daniel no solo era un hombre joven y de frágil desarrollo social. Sus primeros años de vida había estado al margen de experiencias de familia. Por eso, aunque llevaba la capacidad para decidir quién vive o muere con el poder de sus ojos, recién con esa pregunta había percibido lo descuidado de su proceder. Empero, no tuvo mucho tiempo para reaccionar o dar una respuesta a Evelyn, debido a los golpes secos y enérgicos en la puerta de ingreso.

De pronto, dos hombres armados hasta los dientes se introdujeron por la ventana izquierda.

  • ¡Están rodeados! ¡Pongan las manos sobre la cabeza y cierren sus ojos!

Esta vez no fue la falta de sentido común, sino el instinto lo que impulsó a Daniel a ponerse al frente, justo entre Evelyn y la línea de fuego.

  • ¿Quiénes son ustedes? 
  • ¡Eso no importa! ¡Ríndanse y nadie saldrá lastimado!
  • ¡No tienen derecho a forzar la propiedad privada!
  • ¡Silencio!

Daniel cerró sus ojos para volver a abrirlos en dirección a los hombres. No quería hacerlo, pero no era solo su vida: Evelyn estaba detrás de él. El laboratorio de César podría convertirse en una trampa. La falta de referencias de esos hombres los despojaron de cualquier garantía de supervivencia. Los rayos de sus ojos despegaron hacia el infinito, en una ofensiva indiscriminada. Sin embargo, sus blancos eran numerosos. Por el otro lado, la puerta se abría con violencia y una ráfaga de rayos se dirigieron hacia un joven que había conocido muy tardíamente al amor de una vida en familia.

VI

  • ¡César!

El protocolo establecido con Barack era utilizar locuciones impersonales en lugar de nombres. No aplicarlo significaba problemas.

  • ¡César!
  • ¡Fuerte y claro!
  • ¡César!
  • Reporte

Barack entendió el mensaje.

  • ¡Cubil invadido! ¡Buitres!
  • Retención de tres horas. ¡Protocolo de ayuntamiento!
  • Positivo

César miró a Lena y se apuntó a la cabeza con el índice. Era una solución práctica. Lena le leyó la mente antes de que pudiera explicar la situación con palabras.

  • ¡Nos vamos! -concluyó la mujer. 

Ni bien cruzaron la puerta, una pareja diferente los esperaba. 

  • Oh, no. No se van a ir. ¡Si apenas han llegado! -dijo el extraño, empuñando un dispositivo láser, mientras su acompañante analizaba fríamente a Lena.
  • Disculpa, pero tenemos prisa -respondió César.- Y ustedes tampoco se pueden quedar. Esta es propiedad privada. 
  • Ya no más, César -respondió el desconocido. 
  • El protocolo establece que un agente del gobierno que interviene una casa debe identificarse. Caso contrario, sus acciones son por cuenta y riesgo propios. Por otra parte: un portador de dones está condicionado a un régimen especial que restringe aún más su capacidad de intervención -culminó César. 
  • Es verdad, Marty -señaló la androide.- Le debemos una disculpa al intervenido. Además, resulta muy interesante que te haya identificado tan rápido. 
  • De acuerdo, Yuvy. Bien. Eso somos. ¡Agentes! ¿De acuerdo? Así que somos la autoridad para dar órdenes a civiles. Y estos agentes ya dieron una orden. 

César estaba más tranquilo con el desordenado proceder del agente. Si bien sus emociones no eran perceptibles al olfato, era evidente de que su falta de convicciones lo hacían vulnerable. Por otra parte, el plan de captura era solamente para él. Caso contrario, hubiesen tomado las previsiones ante la psíquica. 

  • Perdón -dijo Lena-, pero estamos en medio de una conversación, así que deben dejarnos solos. Vuelvan a su auto y quédense allí hasta que les diga. 
  • Sí. Volveremos a nuestro auto. Vamos, Juvy. -dijo el agente, volteando en dirección al vehículo. 
  • Negativo, Marty. Estás actuando bajo una influencia externa. Por lo tanto, no tienes autorización para darme órdenes. 
  • Ordénale, Marty. Tú eres el jefe -prosiguió Lena. 

El agente presionó el botón de reprogramación en su pulsera.

  • ¡Vamos, Juvy! ¡Debes obedecerme!
  • Sí, Marty. Voy. 
  • Espera, Marty. -interrumpió Lena.- Antes de subir a tu auto, quiero que le entregues la pulsera, tu identificación y tu dispositivo electrónico a César. 

Marty entregó lo solicitado con una mirada inexpresiva. No había perfume ni hedor en sus emociones. Su don lo hacía casi un equivalente a la androide que lo acompañaba. Sin embargo, esta última tenía más ventajas: la capacidad para rastrear todo registro visual proveniente de las cámaras de seguridad remotas, identificar falsificaciones y observar cambios en la estructura informática de los niveles más altos de seguridad. Era el modelo más logrado de la época.

  • Muy bien, Juvy. Ahora quiero que retires tu dispositivo localizador y lo pulverices. Haz lo mismo con el de vuestro auto. 

La androide obedeció sin decir palabras. Los neurotransmisores de su nuevo dueño eran mucho más claros que los del anterior. 

  • Bien, querida Lena. Parece que ahora tienes competencia. 
  • Sí, corazón, hasta que te comience a dar órdenes con mi nuevo anillo. 

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