29 de March de 2024

Los exiliados: Fines y Reinicios de la Tierra 2 (libro completo)

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Queridos lectores, mi segunda de ciencia ficción, denominada Los exiliados: Fines y reinicios de la Tierra 2 estará disponible su lectura completa a partir del día de hoy.

CAPÍTULO II: PESADILLAS

I

Esa noche César tuvo un sueño intranquilo. Se halló a sí mismo a los seis años, regresando a su hogar. En aquella época vivía en el noveno piso de un colosal edificio en el centro de una megalópolis. Había mucho cemento y poco brillo solar. Además, las piernas le pesaban y la puerta de entrada -que estaba frente a él- le resultó tan lejana como infranqueable.

Una vez que llegó al ascensor ingresó solo. Marcó el piso nueve y vio cómo las luces iban cambiando. 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7… y de pronto, el ascensor pasó directamente al piso 11. Se abrió la puerta y encontró un lugar en ruinas. Era un piso abandonado. Marcó nuevamente el 9, pero también el 8 y el 7. El ascensor pasó directamente al séptimo piso.

Al salir de allí buscó las escaleras. Estaban enrejadas. Las jaló. ¡No podían abrirse! En la ventana se veía el sol ocultándose. 

De pronto,  tuvo una idea: ¡la escalera de emergencia! Corrió hacia ella. Al llegar no había reja, pero en el descanso encontró personas durmiendo en diferentes posiciones. Hizo un gran esfuerzo para no pisarlas. Sin embargo, tropezó con una de ellas y acabó en el suelo. Volteó hacia donde estaban y tuvo la certeza de que todos seguían dormidos. Finalmente, al terminar de subir, encontró su piso (tal como su memoria en el sueño debía recordarlo). Comenzó a caminar hacia su departamento. 

Para pasar desde la escalera de emergencia hasta la puerta tenía que recorrer el espacio de los ascensores. Ya no existían. visualizó su propia escalera. Habían pintas sumamente extrañas, como de una tribu urbana que tomó el sitio y luego desapareció sin dejar rastro. Faltaban solo cinco metros, expuestos al exterior por dos grandes ventanales. 

Mientras avanzaba, giró el rostro hacia el paisaje ofrecido. El día brillaba de forma inusual, pero esa luz se oscureció como si una nube negra se hubiese instalado justo encima del edificio. Y entonces lo vio: era el tercer monstruo, mucho más grande que el edificio. Estaba frente a él, olfateando su miedo, gritando su nombre, golpeando el edificio para capturar al niño indefenso que era en ese momento. También escuchó otros gritos desde atrás. Los durmientes habían despertado y sus voces eran de dolor y pesar. “Ya están dominados”, se dijo el pequeño César. De pronto, el edificio entero se oscurecía, capturado por las fauces del enemigo. 

  • ¿Qué fue eso? -preguntó Lena. 

César volteó y la miró. ¿También había tenido problemas para dormir o fue su sueño lo que la despertó?

  • Una venganza. 
  • ¿Del monstruo? -inquirió la mujer.
  • No, querida Lena. Una venganza de mi propia mente.

II

  • ¡Amor! ¡Ya llegué!
  • ¿Cómo? ¿Y no trajiste el jugo que te pedí?
  • Sí. ¡Aquí está!
  • No tontito. Ese no es el sabor que te pedí.
  • ¡Pero me dijiste que te trajera cualquiera!
  • Cualquiera, sí… ¡Cualquiera de los que me gustan!

Miras un momento el cándido rostro de Michael y recuerdas que no es la primera vez que se equivoca en lo mismo. “No es tan perfecto”, te dices. Y sientes un gran alivio. 

Aunque el cielo siempre está nublado, una mirada de reojo a la ventana te dice que pasan algunas nubes de lluvia. 

– ¿Te acuerdas, gordito?

– Sí, Clarita. Recuerdo cuando había sol. Pero aunque ya no lo veamos, hay que salir de vez en cuando. 

– Pero me duele cuando salimos, Michael. Siento que la pierna se me agarrota más, y sabes que ya no eres tan joven para cargarme.

– No. ¡Yo no estoy más joven, pero tú estás más flaca!

– Jajaja. ¡No mientas!

– Sí que lo estás. Casi puedo ver lo que hay detrás de ti. 

– Jajaja. Te amo Michael.

– Y yo a ti, Clarita. 

Michael te besa suavemente. A pesar de que solo es tu pierna la que te duele, tiene miedo de hacerte daño. Sin embargo, lo que más te preocupa es que cada vez que lo ves recuerdas que todos los doctores que han visitado no han hallado ningún problema físico. Michael siempre te cree; pero luego de tres meses, tú misma ya no sabes si debes seguir ocultándole todo. 

  • Michael
  • ¿Sí?
  • He tenido un sueño muy extraño.
  • ¡Cuéntamelo!
  • Soñé  que estaba en la cama durmiendo…
  • Mira, ¡qué novedad! -te interrumpe.

Sigues hablando seria. Realmente quieres contarle.

  • De pronto, abrí los ojos y me di cuenta de que tenía alas.
  • ¿Cómo de ángel?
  • Sí, pero de varios colores. Luego salí por la ventana y me elevé cientos de metros hacia arriba. Pasé las nubes y vi un sol cálido. Mucho más que el que recordábamos. Era muy reconfortante. También vi que se elevaban otras personas. Todos seguíamos subiendo, hasta que vino una imagen oscura que comenzó a perseguirnos. Era muy grande y derribó a varios. Allí comencé a caer y aparecí nuevamente en la cama. Fue muy extraño, porque no tenía miedo.
  • Es hermoso y triste a la vez. Creo que deberías escribirlo…
  • ¿De verdad?
  • Sí. Pero ponle un final bonito, para darle esperanza a la gente. 
  • Sí. Puede que lo haga. 

Estuviste a punto de contarle, pero algo te detuvo. Michael te habló de escribir. Tú querías contarle que, al despertar de tu sueño, las cortinas y  sábanas se estaban moviendo por algo distinto al aire. Querías decirle que has comenzado a mover objetos con tu voluntad. No es fácil decirlo. Dejaste de mover la pierna, pero has comenzado a soportar un extraño privilegio. 

¿Qué vendrá luego de esto? ¿Cuánto tiempo pasarás sin decirle? Lo miras y tienes la esperanza de llevar una vida normal. Sin embargo, una voz interior te dice que algo grande e inevitable está a punto de ocurrir.

III

Estamos en todos los lugares alejados de la luz. Estamos lejos y cerca. Allí donde crece el miedo, nos extendemos como la marea. Jugamos con ahogar a nuestras presas. Nos comunicamos en el silencio. Esperamos que las presas jueguen a vivir. Que piensen que su vida durará para siempre. Allí donde hubo guerra habrá otras guerras. Allí donde las presas se sienten fuertes, las cultivamos para que sigan hinchándose como peces globo. Lindos peces globo. Lindas presas.

Allá, donde hubo una presa grande se multiplicó nuestra hambre. No era un pez globo. Era carne pura. Trajo carne. Trajo luz. Trajo muerte. Trajo más hambre. Trajo otra muerte.

¿Esa presa será alimento? ¡La queremos! ¿Por qué perdimos esa presa? ¿Por qué dejamos de ver nuestra presa? ¿Dónde está? La herida que provocamos nunca sana. ¿Dónde está su sangre de hace quince años? ¿Dónde está su sangre oscura? ¡Nuestra sangre oscura!

Paciencia. 

Ya tenemos un espía en los sistemas. Ya está en el Gobierno Central. Luego cazaremos guerreros para que traigan nuestra presa. Luego haremos sangre oscura y cuerpos nuevos. 

Paciencia

Gobierno Central

Peces globo

Guerreros

Gran presa

Sangre oscura

Cuerpos

IV

  • Sabemos que es peligroso -contestas.- Pero tu leche lo merece. No conocí vacas tratadas con tanto amor. 
  • ¿Y allí me darás mi momento especial? -te consulta Lena, con coquetería.
  • Allí, y en todas partes.
  • ¿Y qué haremos nosotros, señor César? -te pregunta Daniel.
  • Descansarán, comerán y se cuidarán el uno al otro, por supuesto. -respondes.- Y les tocará lavar la ropa de invierno.
  • Y también quiero que aprendan a preparar queso para cuando regresemos. -finaliza Lena, ante la mirada temerosa de un adolescente que no quiere estar a solas con la chica que le gusta. 

Abres la maletera e introduces las cosas de Lena. Al fondo visualizas los documentos que hablaban de ella. Cifras y fotografías no dicen nada sobre ella. Hay una bondad en esa mujer que escapan a tus heridas y a las emociones que te otorga este mundo. La leche te alimenta el cuerpo. Lena ayuda a sanar tu mente y tu espíritu. 

Miras nuevamente a los muchachos y les pasas la lista: intercomunicadores encriptados, alimentación, medicinas y botón de emergencia. Sientes envidia por ellos: sus preocupaciones son diáfanas, profundas y simples. Las tuyas luchan por aflorar en lo que no sabes si es el renacimiento o el final de este mundo. 

  • No te olvides de mí, César.. Yo nunca dejo de mirarte. Nunca dejo de sentir vergüenza. La última vez te salvaron por un pelo. No volverá a pasar. Míralos. Se están enamorando… Y cuando eso pasa ya no ven el resto. ¡Van a perder la cabeza! ¡Tú también te estás enamorando! ¡No lo hagas! ¡Ella no va a salvarte y lo sabes!

Otra voz interrumpe a la que habla directamente en tu cabeza. 

  • ¿Todo bien?
  • Sí, querida Lena. Parece que los antibióticos me relajan demasiado -respondes con una sonrisa de alivio. Similar a la que te provocaron hace más de treinta años.

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