Los exiliados: Fines y Reinicios de la Tierra 2 (libro completo)

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Queridos lectores, mi segunda de ciencia ficción, denominada Los exiliados: Fines y reinicios de la Tierra 2 estará disponible su lectura completa a partir del día de hoy.

CAPÍTULO V: COMUNIDAD

Una pareja mira una película romántica en su día libre. Recostados y con total vulnerabilidad entre ambos, la mujer aprovecha el momento propicio. 

  • Michael.
  • ¿Sí, Clarita?
  • Tengo que contarte algo.
  • Dime.

Clarita siempre llamaba a su esposo por apelativos. Aunque no se había dado cuenta hasta ese momento, llamarlo por su nombre era importante para capturar su atención. Por otra parte, ello hizo que el hombre se sintiese un poco más querido. 

  • Cuando tuve ese sueño pasó algo importante: desperté y habían muchas cosas flotando en la habitación. Fue cuando me di cuenta de que podía controlar los objetos. 
  • ¿En serio, Clarita?
  • Sí, Michael. 
  • Bueno… demuéstramelo. 

Clarita sintió resquemor por la forma natural en que Michael había reaccionado. Por un momento le pareció un desconocido o tal vez la estaba tomando por loca. Sin embargo, el momento era suyo y no iba a desperdiciarlo. 

Debajo de la pantalla había una mesa pequeña con dos cajones. Allí descansaban sus documentos y un frasco con tabletas que la mujer tomaba para la ansiedad. Entonces, la invisible influencia que desafiaba una de las leyes de Newton hizo su captura y alcanzó la mano del hombre. Este sonrió.

  • ¿Qué piensas, Michael?
  • En que soy feliz contigo, Clarita.
  • ¿Nada más?
  • Nada más.
  • Pero acabo de hacer algo que no habías visto antes. 
  • La verdad, sí lo había visto. 
  • ¿Cómo?
  • Cuando duermes, Clarita. 
  • ¿Cuando duermo?
  • Sí. A veces tengo frío y estoy flotando. Pero luego tengo que hacerte un pequeño masaje para que te calmes y lentamente vuelvo a la cama. 
  • ¿Y por qué nunca me lo dijiste?
  • Por dos razones, cariño: la primera es que no sabía si podías controlar este don estando despierta y la segunda porque esperaba que me lo dijeras.
  • ¡Pero no tenías que esperar tanto!
  • Sabes que soy paciente, Clarita. Así pasen los años, me gusta cuando confías en mí. 

Clarita miró al hombre que había asumido su discapacidad, que había aguantado sus apelativos y que esperó pacientemente que le cuente un secreto en el que él mismo había participado como cómplice. Por tal motivo, lo que ella le dijo después le pareció justo, pero absolutamente insuficiente. 

  • ¡Te amo, Michael! ¡Te amo y te amaré siempre! ¡Eres el amor de mi vida!
  • ¡Y yo a ti, Clarita!

II

El Director del Consejo Administrativo es la persona con mayor poder político en el mundo. Es quien determina las Prohibiciones y Derechos de todos los ciudadanos y en quien recaen todas las responsabilidades por el orden y la seguridad que representa Gobierno Central. Sin embargo, a diferencia de la época anterior a la guerra, las escuelas ya no enseñan clases de educación cívica. Lo único que saben los ciudadanos es que todo el territorio se encuentra dividido en regiones asociadas a puntos cardinales, las cuales son administradas por canales de seguridad y administrados por especialistas que heredaron mínimamente los privilegios y obligaciones de los cónsules durante los primeros cinco años de reconstrucción. Las órdenes son impersonales, salvo aquellas que vengan con la firma e identificación del propio Consejo Administrativo, considerándose leyes tanto para los canales de comunicación particulares como los que discurren por la televisión e Internet. 

Este tipo de poder autocrático pero solapado es ideal para la persona con dicha investidura, ya que se refugia en la idea de un Consejo de muchas personas cuando es él quien realmente toma las decisiones. Para lograr dicho efecto, se suele contratar a individuos que fungen de supuestos miembros del Consejo, pero que cuentan con guiones establecidos para toda clase de operaciones. Otros métodos más radicales consisten en la eliminación o el lavado de cerebro de los pseudo funcionarios o de quienes podrían haber representado una oposición o rebelión. En esto último reposan la mayoría de pensamientos del hombre que ocupaba dicho sillón.

  • Señorita Ana -dijo desde su intercomunicador-  ¿hay noticias del agente Marty?
  • No, señor. Hemos perdido contacto y señal de él y de su androide. 
  • No es su androide.
  • Mil disculpas, señor. No hay ubicación del androide. 
  • ¿Y qué me dice del ex agente? ¿Referencias?
  • Negativo, señor. Sin embargo, se estima que en tres horas más se podrá triangular su posición.
  • Entonces fue una captura infructuosa. Bien. Cambiemos el protocolo de captura por eliminación. 
  • Pero, señor…
  • ¿Pero qué, señorita Ana?
  • Nada, señor. Se cambiará el protocolo de captura por eliminación. 
  • Bien. Y en cuanto a los refugiados que se han establecido en la localidad De Gar, quisiera que se haga una medición de su peligrosidad e intenciones. Y si en promedio superan el nivel 3 de poder se procederá de la misma forma. 
  • Entendido, señor. También le confirmo que se culminó el borrado del registro oficial de cada uno de ellos. 
  • ¿Cuántos eran?
  • Mil cuatrocientos noventa y tres. 
  • Perfecto. 

III

Lena vio a su esposo reposando cómodamente sobre el diván del profesor universitario. No pudo evitar cierta ternura por el cambio de roles y la sensación de poder gracias al conocimiento adquirido de su nuevo mentor. 

Hasta el momento había conocido tres formas de trabajar sus dones: la lectura de mente, la impartición de órdenes a través del lenguaje y la visita simulada. La cuarta técnica consistía en una estimulación semántica, en la que el operador debía repetir términos de distintos campos del conocimiento hasta encontrar una anomalía o disfuncionalidad que delate la manipulación anterior. Allí debería operar y reparar. 

– ¿Estás lista? -preguntó Néstor.

– Más que lista, profesor

– ¡Entonces, empecemos!

Lena comenzó a repetir una a una las palabras asociadas con diferentes temas: familia, educación, trabajo, proyectos, felicidad, tristeza, amor, decoro, horror, ambigüedad, fe, verdad, mentira, belleza y muchos otros. Uno a uno, lanzaban estímulos casi globales. Cada vocablo se percibía como un destello en varios colores que la psíquica leía con rapidez. Algunas palabras eran del guión original de Néstor, pero la mayoría venían de las conversaciones con César. Esos destellos eran más brillantes que los otros. En esas palabras estaba su corazón, fue la explicación que le había dado el profesor cuando le explicó el ejercicio. Sin embargo, luego de una hora, hubo un último término fuera de la lista y fuera de todo lo que habían conversado que no solo no lanzó un destello de luz negra, sino que hizo estremecer el cuerpo Lena y provocó una seria convulsión en el de César.  

  • Traición.
  • ¡Hora de reparar! -gritó el profesor.

El enhebrado habitual de pensamientos había sido cortado y recortado, pero las capas de recuerdo seguían latentes. Allí están los recuerdos fragmentados. No había lugar para la lectura. Las imágenes superpuestas representaban muchos rostros. Rostros de individuos sin escrúpulos en su mayoría. Rostros que acechaban. Rostros de monstruos como los que enfrentaron antes. Rostros de personas que le sonreían y que luego se reían a carcajadas de su desgracia. No había tiempo para interpretar. El destello se iba eclipsando y quería dejar pendiente las claves de la memoria del paciente. Allí vio un ejército de agentes a su servicio. Una renuncia, el momento en que fue traicionado por un puñado de ellos y una sombra siniestra. Rostros de desconcierto y rostros de compasión. Luego un rostro dormido en medio del silencio. Finalmente, el rostro de la psíquica y el rostro de otra mujer. Justo allí cambió la luz negra por una luz blanca y culminó la visión. 

El profesor desconectó el monitor y los electrodos. Luego corrió y abrazó el cuerpo sudoroso y agotado de la psíquica. 

  • ¡Excelente! ¡Eres un verdadero prodigio!

Lena miró el rostro dormido de César. Se le veía igualmente cansado, aunque con más tranquilidad. No dijo ninguna palabra, pero sí acarició su frente y cabellos, notando por primera vez unas cuantas canas y algo de frío que quiso remediar con una manta disponible. 

  • ¡Muy bien! Muy bien! Ahora ambos deben descansar. Sobre todo él. No debe despertar antes de cuarenta y ocho horas. Caso contrario, podría sufrir un daño permanente. Y tú no podrás usar tus poderes por ese mismo tiempo. 
  • ¿Cuarenta y ocho horas, profesor?
  • Sí. Nada menos. 

Lena no había terminado de recuperar el aliento cuando el intercomunicador textual que Barack y César mantenían para casos de comunicación diferida envió un mensaje sumamente explícito: “Agentes vienen a matar”. 

IV

  • ¿Confías en ella? -susurró Daniel. 
  • Confío en César… Igual que tú -respondió Evelyn. 
  • Sí… De cualquier forma, ya estamos en el auto. 
  • Si no confían en mí siempre pueden desconectarme -sugirió Juvy, señalando un interruptor imaginario.
  • Perdona, Juvy. Es que nunca había conocido un robot parlante -respondió el muchacho. 
  • Androide -corrigió Evelyn.- Si quieres disculparte, debes llamarla apropiadamente. Incluso si se burla de ti. 
  • ¿Se burla de mí? -repitió el muchacho. 
  • Claro. ¿Acaso no te diste cuenta de que no tenía interruptor? 

Daniel miró el rostro casi perfecto de Juvy con desconcierto. No sonreía ni lo miraba, pero parecía leer sus pensamientos como lo hacía Lena. ¿Qué cosa tendrían en común?

  • Ya estamos llegando a la universidad. Por favor, pónganse estas máscaras una vez que pasemos el segundo control. Solo modificará ligeramente sus rasgos para efectos del control biométrico. Sin embargo, serán perfectamente reconocibles entre ustedes.

Los jóvenes miraron con atención los edificios. Evelyn con familiaridad y Daniel con desconcierto. A pesar de las condiciones sociales favorables con las que se formó su generación, el joven nunca pudo acceder a la educación universitaria. 

  • Hemos llegado -informó Juvy.

Los dos jóvenes actuaron con discreción por recomendación de la androide. Aunque ninguno de los jóvenes o adultos que allí pasaban estaban demasiado interesados en ellos. El claustro combinaba los efectos de bipolares del elitismo apolíneo de algunos maestros y la masificación dionisiaca de la mayoría de sus estudiantes. Si Juvy no contase con el disfraz de piel sintética que cubriese sus placas metálicas y de plástico podrían pasar igualmente inadvertidos.

Al llegar a la oficina del profesor Néstor Almado el panorama emotivo fue desalentador. El rostro sumamente serio de Lena, el desconcierto del anfitrión y la inconsciencia de César. 

– ¿Están bien? ¿Falló la operación? -preguntó Daniel.

– No, Daniel. La operación fue exitosa… Pero debemos salir de aquí. No solo nos persiguen los sicarios que invadieron el laboratorio de César, sino también el Gobierno Central. 

Los jóvenes hicieron el ademán de dar la vuelta y regresar por donde vinieron.

– Profesor, sería un honor si nos acompaña -propuso la psíquica.

– No, mi niña. Mi labor no lo permitiría.  Además, alguien tiene que engañar a esos tontos del Gobierno… y esa es mi especialidad. 

V

Aunque Juvy podría cargar con el ex agente, fue Daniel quien llevó la responsabilidad de llevarlo en una silla de ruedas y con una manta. Todo encuentro con un agente de seguridad o alguna persona falsamente piadosa se resolvía con un “sufrió un desmayo”. 

Ya en el auto se generaron dos interrogantes: ¿dónde ir? y ¿dónde vivir? Ya no había laboratorio y la granja de Lena era el lugar menos seguro posible. Solo tenían el auto, el brazalete que manejaba la psíquica en su muñeca y casi cuarenta y ocho horas sin César. Empero, estaban juntos nuevamente. 

– ¿Dónde vamos? -preguntó Juvy.

– En primer lugar, vamos a un sitio al que no hayamos ido antes… Por la ruta menos transitada -respondió la psíquica. 

– Bien. Dirección noreste.

– Perfecto.

A cinco kilómetros de distancia recibieron la llamada de un número desconocido. 

– No contestes -dijo Evelyn.

– Lo siento, Evelyn. Tengo que hacerlo. 

La mujer presionó el botón de contestar y esperó que le hablen.

– ¡César! No te preocupes por lo que vas a decir. Es un canal seguro con ochocientos rebotes. Tenemos cuarenta segundos…

– Hola, Barack. Soy Lena. César está inconsciente; pero estará bien pronto. 

– ¿Inconsciente? ¿Qué pasó? ¿Los alcanzaron?

–  Por favor, dame el mensaje. 

– He encontrado información importante sobre los sobrevivientes… Ya sé dónde están los que faltaban… ¡Están bien! ¡Bueno, por ahora!

Lena había conversado con César muchas veces sobre esa lista. Ella fue la primera que encontraron. Daniel se unió al equipo posteriormente. Otros murieron en las luchas con los monstruos. Por un momento había creído en que la fatalidad había hecho que cayeran en manos del tercero. Felizmente, habían otros hombres y mujeres con habilidades como los de ellos.

  • Dame las coordenadas.
  • De acuerdo… ¿Pero, irás allá con César inconsciente? ¡Puede ser peligroso!
  • Ahora mismo estamos en peligro, Barack. Tú mismo fuiste quien nos dio el mensaje.
  • Tienes razón, Lena. ¡Suerte!
  • Gracias, Barack… Y ponle mi nombre a tu bebé.
  • Jajaja… ¡Gracias! Pero, ¿si es niño?
  • Confía en mí… Después de todo, soy una psíquica, ¿no es cierto?

La mujer transmitió las coordenadas remitidas por el especialista. Eran un día completo de viaje y sin paradas para descansar el algún punto intermedio. Allí se declaraba el lugar donde una comunidad rechazada y aislada por causa de sus habilidades había comenzado a forjarse con amenaza desconocida de extinción.

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