Lágrimas del cielo sobre el mundo: Fines y reinicios de la Tierra 3 (libro completo)

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Queridos lectores, mi tercera novela de ciencia ficción, denominada Lágrimas del cielo sobre el mundo: Fines y reinicios de la Tierra 3 estará disponible su lectura completa a partir del día de hoy. Ella se suma a la entrega de El agente y la psíquica (primera parte) y Los exiliados (segunda parte).

Espero que esta experiencia sea igualmente grata, como lo fue para mí escribirla. Si quieren adquirir la versión original, pueden adquirirla a través de Amazon o Tiendamía.


Lágrimas del cielo sobre el mundo

No piensen que he venido a traer paz a la tierra;
no he venido a traer paz, sino espada.
Pues he venido a enfrentar al hombre contra su padre,
a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra.
Cada cual verá a sus familiares volverse enemigos.

Mateo 10 (34-36)

CAPÍTULO I: EXPERIMENTOS

I

  • ¿Lo conseguiste? 
  • Sí. Aquí está -respondió el muchacho más grande, luciendo un puñado de monedas y billetes.
  • ¡Bien! ¡Dámelo todo! Luego te doy tu parte -ordenó el más pequeño.
  • ¡No! Yo soy quien te dará tu parte… o no te la daré. 
  • Vamos, querido. Fue mi idea amenazarlos con trucos de magia baratos. ¿No es cierto? 
  • Pero yo hice todo, enanito. -respondió, apartando a su compañero con el brazo.

El muchacho más pequeño cambió el tono de voz y sus ojos se volvieron sombríos.

  • ¿No me necesitas? ¿Qué tal si dejaras de caminar? No podrías correr ni escapar como lo has hecho ahora mismo, ¿no es cierto?
  • ¿Me estás amenazando? ¿Cómo que dejaré de caminar? -replicó el muchacho más grande.
  • Te lo demuestro, amigo. Ahora mismo ya no puedes mover las piernas. De hecho, tampoco puedes mover los brazos ni ver nada a tu alrededor.

Los ojos del muchacho más grande le mostraron una sombra gris que lo cubrió todo. Sus miembros se volvieron laxos y desparramaron el botín, junto con el resto de su cuerpo.

  • ¡Bien! ¡Ahora guarda silencio! Te diría que recojas las monedas, pero eres más útil como estás ahora. 

El niño más pequeño recogió las monedas sin dejar de mirar a su antiguo compañero. Registró cada elemento visual, cada gota de desesperación invertida inútilmente en moverse o pedir ayuda. El dinero serviría para unos cuantos días; el resultado de su experimento, para muchas décadas posteriores.

  • Me pregunto qué preferirías: ¿vivir así por el resto de tu vida o morir?

La desesperación del muchacho más grande se combinó con el terror. No ver, no hablar, no moverse, no sentir… ¿Era acaso una muerte anticipada o solo el inicio de una lenta y anónima agonía, repetida por cada una de sus cortas respiraciones?

II

El niño más pequeño pasó por casi todo el escalafón: mensajero, asistente, jefe, director, promotor de ayuda social, asesor máximo y procónsul. La guerra trajo nuevas vacantes. Sus habilidades hicieron el resto. 

Luego ocurrieron dos eventos inesperados: el Cónsul de Tecnología y Desarrollo Social modificó la atmósfera del planeta para vencer una crisis de lluvia ácida y dejó el cargo con funciones repartidas a la junta de cónsules restantes. ¿Por qué? ¿Qué sentido tiene abandonar el mejor lugar del mundo? ¿Por qué dejar la gloria de haber librado al mundo del aislamiento en cámaras sin vida y devolver la oportunidad de recorrer la tierra una vez más?

Las pocas veces que el procónsul tuvo la oportunidad de leer fragmentos de esa mente, se topó con una secuencia de ideas de trabajo y otras no causales: retención de ciudadanos, salud pública, suministro de leche, tecnología de comunicaciones, sistemas de apoyo, síntesis del ecosistema, desarrollo social y más suministros de leche.

En ese mundo debía haber algo más que vacas jóvenes pastando el grass estéril. ¿Por qué esa fijación por los alimentos para los pocos neonatos? ¿De qué servía un nuevo territorio si no se puede controlar? Controlar antes de que se evapore o explote. Dominar las especies antes que se destruyan. Destruirlas antes que se unan. Así ha sido la historia de una especie sobre otra. De una mente sobre otra. De un titán frente a las hormigas. De un anochecer, luego del día. 

El monitor de su oficina emitió una alerta de  interés:

Nombre: César 

Edad cronológica: 45 años

Cargos: Agente de Élite del Gobierno Central, Ex Cónsul Primigenio de Tecnología, Ex Cónsul Primigenio de Desarrollo Social

Ubicación actual: Antigua Zona Industrial B-49

Misión: Reconocimiento de nuevas formas de vida, posteriores a la lluvia ácida

Principales atributos: elevada capacidad de aprendizaje, lectura sinestésica de emociones, premonición, canalización concentrada de energía solar, supervelocidad, diplomacia, lesiones severas en el hombro izquierdo

¿Por qué publicar sus habilidades? ¿Estaría dando el número de agentes necesario para matarlo? ¿Sabría que está siendo vigilado? ¿Era acaso un desafío? 

La pantalla adquiere vigor sobre un nuevo mensaje:

Misión cumplida. Muestras recogidas exitosamente. No se reporta bajas o pérdidas significativas.

El monitor proyecta el vehículo del antiguo cónsul en marcha. ¿Buscaría una cura para sus lesiones? ¿Ingredientes para un pastel? El cielo nublado por el que se monitorea la actividad de su próxima víctima recordó al procónsul que hacía cinco años empezó la medianoche del mundo. Por lo tanto, había tiempo para prolongar la madrugada. 

III

  • ¿Recogiste todo? 
  • Claro que no, César. Debemos aprender a respetar la naturaleza, o ella será nuestra enemiga -respondió Diana.

El hombre trató de mirar neutralmente a su compañera, pese a la presencia de un pensamiento lejano. ¿Será una alusión personal a su medida para detener la lluvia ácida o solo una respuesta espontánea? El buen olor de sus emociones le dijo que ese tipo de detalles no eran importantes.

  • ¿Sabes por qué te invite a venir?
  • No. Pero sabía que me lo dirías tarde o temprano -respondió la mujer.

La mirada neutral de César reveló un ligero brillo de placer. Después de todo, Diana había venido por voluntad propia y fuera del registro de otros agentes. Si estaban juntos en esa misión era por dos razones: para eliminarla o conversar en privado. Ella no sospechó nada malo y esperó pacientemente. Para el antiguo cónsul, cada acción de esa mujer era un tesoro.

  • Estoy pensando salir de escena. Ya hice un movimiento llamativo, pero era necesario para transparentar las acciones del próconsul. 
  • ¿Erik?
  • Sí, Erik. Hace años está merodeando mi mente. De hecho, quiere conquistarla o destruirla de una u otra forma.

Diana frunció el ceño. Erik era un tipo sin moral. Hombres como él habían destruido el mundo una generación atrás gracias a dos métodos: manipulación  psíquica y redes de poder.

  • ¿Pero, por qué huyes de él? -cuestionó la agente.- En verdad, podrías aplastarlo en cualquier momento. ¡Podrías haberlo hecho cuando fuiste cónsul!

César disimuló su azoramiento mirando las muestras recogidas durante la misión. Diana era una buena guerrera y una de las personas más brillantes que conocía, pero no había compasión en sus palabras. 

  • No me tomes a mal, César. Sabes mejor que yo que casi todo el mundo sería tu enemigo si no fueses invencible. -continuó la mujer.
  • ¿Tu también lo serías?
  • No lo soy y no lo sería nunca. -respondió la agente.- Este mundo está renaciendo gracias a hombres como tú. Y yo me pondría delante tuyo para detener un disparo si no supiera que lo puedes resistir. 

César miró nuevamente a su compañera. 

  • No, querida Diana. No soy yo quien hace renacer este mundo. 
  • ¿Entonces, quién? ¡Mírate a ti mismo! Aunque hayas renunciado a tu cargo, tus cualidades te siguen otorgando autoridad.
  • Ese es el punto, Diana. El poder destruye y la misericordia crea. Y este mundo ya no necesita de gente poderosa… Sobre todo, de gente poderosa que está muriendo.

Diana visualizó con más atención a su compañero. Se veía relativamente joven. Sin embargo, la iluminación del cielo opaco que perfilaba su rostro le mostraron un tono morado propio de la falta de oxigenación en la sangre y revelaron surcos de expresión propios de un hombre mucho mayor. ¿Cuánto tiempo le quedaba? ¿Cuántas personas habían notado su deterioro? ¿Qué pasaría si más personas se enterasen de ello?

  • ¿Saldrás de escena para morir como un elefante? -preguntó Diana, con la voz disimuladamente quebrada.
  • No, querida Diana. Saldré de escena para buscar una cura. Pero antes de irme, debo hacer algo con Erik. -respondió el agente, con resolución. 

Diana aguzó la vista en cada detalle. El riesgo de muerte de su compañero había despertado compasión en ella. Tal vez era un sentimiento similar al que él sentía por su enemigo. Pero, ¿cómo curar una mente enferma cuando uno mismo está sumido en la agonía? ¿Tendría una habilidad para hacer algo semejante? ¿Algo diferente al propio sacrificio?

IV

  • Procónsul, Erik. Necesitamos de su apoyo.
  • Claro que sí. Todos lo necesitan. 
  • Queremos pedirle que asuma un cargo temporal en el Departamento de Salud Pública. Reitero, es un cargo temporal, pero muy importante para determinar las consecuencias de la nueva atmósfera. 
  • Vaya. No es lo que esperaba.
  • ¿Perdón?
  • Me refiero a que, en esta coyuntura, lo lógico sería que ascienda a cónsul. 
  • Es posible. Sin embargo, el régimen de función pública es para servir al mundo y no al revés… Asimismo, le recuerdo que las coyunturas no nos gobiernan. 
  • Comprendo, cónsul Benjamin. Acudiré a partir del día de mañana. Tengo algunos asuntos que disponer mientras me ausento. ¿O se plantea que no regrese a mi cargo actual?
  • En lo absoluto, procónsul Erik. En el peor de los casos, regresará a su cargo actual. Es más, seguirá manteniendo sus privilegios y accesos actuales. 
  • Bien… Bien. Le agradezco mucho, cónsul Benjamin. Cuenten conmigo.

Erik apagó el monitor mecánicamente, repasó sus palabras y las juzgó ligeramente prematuras. Después de todo, el éxito en un trabajo aburrido podría tener consecuencias naturales para cambiar de silla. Tal vez no tendría que provocar el cambio.

El ventanal de cristal templado le reflejó las gotas de lluvia provenientes de una depuración artificial del ácido. Lluvia amarga, pero salubre. Si hubiera sido su proyecto, habría dejado el ácido o lo hubiera convertido en agua dulce… O en agua venenosa. Una lluvia simplemente amarga no era emocionante.

V

  • ¿Ese es tu plan?  -preguntó Diana, con escepticismo. -¿Dejar que ingrese a tu mente? 
  • Sí… Así es. 
  • ¿No te parece demasiado riesgo para tan poca ganancia?
  • Siempre ha sido así -replicó César.- Si arriesgo mucho, la posibilidad de ganancia es mayor. 
  • Sí… También la posibilidad de que mueras. O algo mucho peor. 
  • ¿Ser controlado? Creo que esa opción no está en el tablero. 
  • ¿Y por qué lo dices? ¿Acaso eres psíquico?
  • No. Esa habilidad nunca la tuve. 
  • ¿Y, entonces? ¿Qué te protege de Erik?
  • Es difícil de explicar…
  • ¿Incluso para mí? 

El olor de indignación de Diana se propagó por la médula espinal de su compañero. Habría deseado ser psíquico para introducir la experiencia en su mente. Sin embargo, ese era el precio de tener amigos. De tener alguien de confianza.

  • Mucha gente piensa que puedo tener todas las habilidades, pero no es cierto. Cuando tienes algunas durante mucho tiempo, estas van adquiriendo personalidad y pueden chocar entre sí. 
  • ¿Y cuál es esa habilidad que te impide aprender a leer mentes? ¿La cualidad de meterte y meterme en problemas?
  • Exactamente, querida Diana. No te puedo poner en problemas si tú no lo quieres…

La agente insistió.

  • Si aprendieras a ser psíquico podrías resolver todos los problemas, ¿no es cierto?

El antiguo cónsul le devolvió una mirada con los ojos sumamente abiertos. Una mirada que solo el mismo César conocía al mirarse frente al espejo cuando dejaba que sus barreras mentales se debilitaran. Detrás de su brillo humano había una gama de rostros y emociones dispares. Desorden, caos, confusión, seguridad, miedo extremo, angustia y muchas otras cosas. Era la mirada de una persona que vivió mil vidas de crueldad y sufrimiento. No se necesitaba una habilidad especial para sentir terror por lo que Diana estaba presenciando.

  • ¿Qué me estás mostrando?

La mirada del agente se apagó y recobró la adustez de sus males. Parecía un hombre fulminado por la desgracia. 

  • El peor problema de todos. Ese que nació con esta herida en mi hombro izquierdo… Y el deterioro físico es el menor de los males. 
  • Entonces, ¿cuál es mi papel en todo esto? 
  • Uno muy importante, querida Diana. Tomar una decisión definitiva si se hace necesaria. -dijo el  antiguo cónsul, entregándole un dispositivo que la mujer llevaría consigo todos los días de su vida. 

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