Lágrimas del cielo sobre el mundo: Fines y reinicios de la Tierra 3 (libro completo)

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CAPÍTULO V: CAMILO LUMINOSO

I

  • ¿A quién más llevaremos? -interrogó Diana.
  • Solo nosotros cinco. Lena se queda de piloto y Paola vigilará toda la operación.
  • ¿Solo nosotros? -respondió escépticamente la ex agente.- ¿No crees que los demás podrían aportar? Sabes que esto no tiene que ver con tapar el sol. Se trata de una batalla.
  • Exactamente, Diana. Las batallas las ganan quienes tienen un menor número de bajas. Y los seres que enfrentamos tienden a fortalecerse con las nuestras.  

Lena recordó la discusión que tuvo con la ex agente. Aquella vez se sintió en desventaja emocional frente a la veterana. En esta oportunidad, César le pareció más fuerte. No por los múltiples poderes, sino por la seguridad de sus conclusiones. Cada vez que vencieron a los monstruos, él jugó a ser la primera víctima. Y sin embargo, siempre siguió vivo. ¿Cuál era el secreto detrás de ello?

  • ¿Por qué siempre te has puesto delante ante ellos? -irrumpió la pregunta de Lena.
  • Por las razones que siempre te di. Pero tuve un presentimiento que se volvió realidad cuando recuperé la memoria: ellos se alteran cada vez que me ven. Por eso, Barack tuvo dos tareas: supervisar el diseño de los nuevos androides e investigar el origen de los monstruos. Nuestros enemigos eran humanos que quisieron replicar mi habilidad de aprendizaje; pero  el poder los transformó física, mental y espiritualmente. O, mejor dicho, reforzó lo que ya tenían dentro. 

La tristeza invadió a las tres mujeres. Los monstruos habían sido enterrados por quince años y su retorno únicamente había sido para consumirse en el rencor. ¿Qué desconcierto habrían sufrido en su existencia? ¿Habrían olvidado quiénes eran? ¿Qué objetivos de vida habrían tenido antes de caer en ese infierno?

Las manos de César tocaron los hombros de cada una de ellas, junto con una gota de sanación. 

  • Por favor, no me abandonen ahora. 
  • Entonces, ¿nos vamos, César? -respondió Diana.
  • Claro que sí… Paola, te pediría ayuda, pero todavía no has tratado con nuestros amigos. Así que esta vez yo intentaré el viaje.
  • Bien, César… Pero cuando regreses me pagas la cuenta y la habilidad. -respondió la mirada inteligente de la ex cazadora.
  • Con creces, amiga. Hasta puede que toque el piano para ti. Por favor, dile a Daniel y a Evelyn que dejen de esconderse. Ya sé que se están cuidando por tres. Lena, no me despido de ti porque estarás multiplicada junto a nosotros. 

Una luz rodeó a Diana, César y los tres androides. El túnel por el que atravesaron, breve, pero interiormente largo, fue suficiente para que la voz aprovechara en salir.

  • ¿Ahora sí me vas a escuchar?
  • Eso depende de lo que tengas que decir.
  • Si mueres, Lena no te lo perdonará. Y ella sabe que ya no podrás culparme.
  • Pues, gracias por el consejo. Es de mucha ayuda.
  • No lo es, César. El “consejo” se trató de una función fática para ver si estabas atento… Lo que te quiero decir es que quiero que ganemos.
  • ¿De verdad?
  • De verdad. Merecemos ganar. 
  • Pero, ¿qué significa ganar para ti?
  • Vivir tranquilamente, con los que amamos. ¿No es lo que siempre hemos querido?
  • ¿Eres el viejo o el joven?
  • Somos los tres, querido César. Vive bien y sueña con la victoria… Aunque fuese una posibilidad entre mil, estamos contigo.

Apenas terminó el mensaje, los dos humanos y los tres androides aparecieron ante un ejército de hombres y mujeres controlados. Todos se veían hostiles. Empero, los tres visitantes menos orgánicos lanzaron una voz al unísono:

  • Arrojen sus armas y aléjense caminando lejos de aquí durante un día. 

Todos obedecieron las órdenes.

  • Tu mujer es alguien especial, César. -dijo la voz de Diana.
  • Sí que lo es. Su único defecto soy yo. -respondió el ex agente.
  • ¿Y qué de interesante encontró en ti? 
  • Para empezar, no me vio como un monstruo. Y aunque a veces me trata como a un extraterrestre, creo que eso la divierte…
  • Algo parecido dice Frank sobre mí. 
  • Y Frank es… ¿tu pareja?
  • ¡Pues, claro! ¿No pensarías que te iba a esperar por siempre? ¿No es cierto?

César sintió un incremento en la intensidad del olor en Diana. Podía ser una broma, pero también había un poco de reproche en ella. Esa mujer tenía la misma edad, experiencias parecidas en  batalla y más habilidades de combate que el antiguo cónsul. Pero lo más admirable en ella estaba profundamente enraizado en su corazón.

  • ¿Por qué me miras así? -increpó la ex agente.
  • Frank también debe ser alguien especial… Se me viene a la mente Sidhartha o Gandhi …
  • ¿Quiéres que te haga otro agujero en el hombro?

Dos figuras monstruosas interrumpieron la conversación. La de la derecha era de mayor tamaño y perfecto control de su cuerpo. Correspondía a un experto en combate, con un rango de ataque indeterminado. El de la izquierda era pequeño, casi de las dimensiones de César. Sin embargo, se veía mucho más siniestro y despertaba total aversión. 

El anciano se instaló junto a Diana. Lo propio hizo el joven con César. Juvy se mantuvo a la retaguardia y se desvaneció entre ambos duetos.

  • La última vez que seguí tus planes no me gustó ¿Seguro que funcionará ahora?
  • Funcionó, querida Diana. Por eso nos acompañan mis hijos.
  • ¿Los de adelante o los de atrás?

Un rayo proveniente del más grande fue disparado y se dividió en cinco blancos distintos. Si no fuera por la merma en el poder destructivo y la posibilidad de repeler dichos ataques a través de los escudos, ambos agentes hubieran elogiado dicha habilidad.   

  • Ese es tuyo, Diana.
  • ¿Por qué tan caballero?
  • Porque quiero aprender un poco más de mi lectura sinestésica a través del otro.
  • ¿Puedes ser menos técnico alguna vez?
  • Puedo, pero eso es lo que me inspiras -respondió el ex agente, mientras disparó un haz luminoso, previo a la formación de batalla

II

¿A quién controlas? ¿Al mundo? ¿A tus hombres? ¿A ti mismo?

Observas, en el monitor, cómo tu enemigo trata de cambiar el mundo, y tu corazón se debate entre dejarlo ser o destruirlo. Sin embargo, algo te detiene: el hecho de no haber podido derrotarlo por ti mismo ni por la tecnología que gobiernas. 

Sientes que una parte de ti se perdió cuando lo conociste. Saliste corriendo de su mente, y esa mezcla de miedo y nostalgia se confundió con las luces que cayeron del cielo. ¿Presionarás el botón nuevamente? ¿Irás por tu propia cuenta? 

  • Señor, hemos encontrado la señal de origen de los androides. ¿Confirmo un ataque?
  • No.
  • ¿Perdón, señor?
  • No. Iré yo mismo. Preparen el transporte y un batallón de acompañamiento.
  • Sí, señor. 

Miras tu rostro en el monitor apagado y se te antoja algo más avejentado de lo que esperabas. Te pareció el de alguien desconocido, con menos convicciones que la que tuviste al ocupar esa silla. Piensas que necesitas un verdadero cambio en tu vida, empezando por lo que significó el ex cónsul para ti. 

III

Controlar a los androides, hacer huir a un ejército y pretender hacer lo mismo con los monstruos parece una tarea imposible. Sin embargo, lo intentas. Lo que ocurre en el mundo físico a tu alrededor deja de tomar parte. El anciano es potente y está lleno de armas que utiliza o provee a la ex agente. El joven hace de señuelo para César y desaparece antes de recibir un ataque. El fuego cruzado bloquea mucho de tu visión; pero los sensores de los androides responden casi igual que cuando piloteaste a un ser humano. 

Con Juvy, la operación es mucho más sencilla. Rodea la construcción y deja sus cargas una a una. No hay señales de enemigos. La androide se congracia especialmente con las paredes, dominando las alturas y camuflándose entre las sombras. No queda nada más que una ventana en la que divisas un ser solitario, regenerando su propio cuerpo. ¿Por qué siempre regresan? ¿Qué se encuentra dentro de esa habitación que los renueva constantemente?

Juvy culmina su carga e ingresa por ti. No hay reacción del ser que habita dentro. Se encuentra incubando su nueva figura. Una respiración lenta parece su único testimonio de vida. Una respiración que, por un momento, parece detenerse. 

  • ¿Te sorprendí? -dice una voz detrás de ti.

Las vibraciones de esas palabras impactan directamente en tu médula espinal, zumban en tus oídos y percibes un ligero malestar a lo largo de tu cuerpo. Una sorpresa como esa podría ser el menor de tus males. 

  • Erik… supongo. Aunque en realidad, no estás aquí. ¿No es cierto?
  • Así es, mi niña. Estoy ahí -te dice su dedo apuntando a la frente de la psíquica.- Y deberás suponer que allá afuera todo es un gran desastre para ustedes.
  • ¡No te creo! -gritan tus labios.
  • ¿No me lo crees? Ni siquiera sabes cómo ingresé a tu mente. O en la mente de quién estamos. O si lo que ves está en un monitor o si es exactamente lo que tú misma puedes ver.

Algo de sus palabras tenía sentido. Ves que tu vehículo no es Juvy, sino tú misma.  

Frente a ti, la figura de Erik, que parecía tan pequeña como la tuya, cobra tamaño y poder. Su cabeza compite con el techo del salón, como en una pesadilla donde las cosas cambian a cada momento. 

  • ¿Y ahora qué? -preguntas desafiante.
  • Ahora devoraré tu pequeña mente. Tus recuerdos serán míos. Tu voluntad será mía. Tu diminuto poder será mío. Y cuando esto termine no habrá nadie que se me oponga.
  • Pero si no tengo que esperar ayuda, Erik. ¿No te has dado cuenta de que estás en desventaja?
  • ¿Qué quieres decir? ¿Quiéres ganar tiempo para seguir aprendiendo? ¿No sabes que tengo décadas de ventaja frente a ti?
  • ¿Décadas? Yo hablaba de verdadera ventaja, estimado Erik -respondió la psíquica.

Junto a Lena apareció la versión mayor de César. No el androide, sino el anciano con una figura humana más poderosa que la del viaje anterior. Al otro lado, el joven con su propia lanza en sus manos. Lo mismo pasó con Diana, Juvy y un batallón de exiliados.

  • ¿Crees que un puñado de hormigas podrá vencerme?
  • Eso no depende del tamaño de la hormiga, sino de las picaduras.

El pequeño ejército batalla contra Erik. Cada figura es una combinación de tu conocimiento e imaginación; pero también de la singularidad de cada uno de ellos. Eso los fortalece. Lo hacen tropezar, lo acorralan, lo reducen. 

  • ¡Alto! ¡Si siguen avanzando, ordenaré que bombardeen la zona donde están César y Diana!

El incremento de tu aversión te dice que es verdad. 

  • Eso depende de quién dé la orden -dijo una nueva voz a tu lado.
  • ¡Néstor!  -dijo el hombre frente a ti.
  • ¡Bingo, querido Erik! ¿Sabes qué es lo bueno de ser maestro? Que tus alumnos tienden a creer que siempre les dices la verdad. Así que esta será mi primera y última mentira para ti. Por otra parte, creo que me sentará bien andar con unos kilos menos.

Por un momento, tus emociones se contagian con las de Erik. Había sido superado por ti y emboscado por Néstor, quien se alojaría en su cuerpo. La presencia mental que había estado latente solo en leves respiraciones también aprovecha para hacer un movimiento. Captura la mente del psíquico y lo convierte en parte suya. Justo en ese momento, todos son expulsados hasta su punto de origen. Nuevamente estás en el restaurante.

  • ¿Qué pasó? -interrogas.
  • Ejecutaron el plan, mi niña. -te dice el rostro de Erik, con una tranquilidad ajena y poco común en ese semblante adusto. -Esperemos que lleguen dentro de poco.
  • ¿El plan? -preguntas.
  • Sí, claro. No fue fácil, pero llegaron algunos refuerzos. Ahora te pido que me dejes limpiar el desorden que mi anfitrión hizo por aquí.

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