Lágrimas del cielo sobre el mundo: Fines y reinicios de la Tierra 3 (libro completo)

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CAPÍTULO IV: PREPARATIVOS

I

  • Entonces, ¿quién disparó? -preguntó Paola. 
  • Lena, por supuesto -respondió César.- Esta mujer es pura dinamita. 

La pequeña mujer lanzó una mirada de reproche a su compañero.

  • Sí. Pura dinamita… pero a punto de reventar en tus costillas y tu brazo -amenazó Lena.
  • Y yo te ayudo -concluyó Paola, divertida. 
  • ¿También te ha metido en cosas como esta? -preguntó la psíquica.
  • ¿A mí? No. Nunca pudo convencerme de trabajar con él. -respondió la anfitriona.- Además, conozco sus puntos débiles…

Casi sin darse cuenta, había empezado un concierto de piano. Los presentes dentro del restaurante se quedaron callados y voltearon en dirección de la melodía. 

  • Sonata para piano nº1 de Beethoven -indicó Lena. 

César sonrió imperceptiblemente. 

  • ¿Uno de sus puntos débiles? -preguntó retóricamente la Lena.
  • Y uno de los míos, también… -respondió Paola. -es una reproducción exacta de un concierto anterior a la guerra. 

La imagen holográfica concentraba un pianista virtuoso y embebido en su quehacer. Todos los que estaban cerca se asomaron a escucharlo. Estaba místicamente ligado a la secuencia de silencios y sonidos que se cubrían con las teclas y pedales. 

  • Existen dones más importantes que los míos, querida Lena -susurró César.- Y tú también los tienes en tus manos.

La psíquica miró a su alrededor. La gente guardó silencio. La expectativa crecía con el apasionamiento del intérprete. Las luces del día palidecían frente a la música. Estaban voluntaria y absolutamente absortos. 

  • Bueno -interrumpió César-. Ahora, supongo que debemos continuar. 
  • ¡Espera! ¡Si todavía no hemos terminado contigo! -interrumpió Lena. 
  • No, amor. Debemos continuar, pero por dentro -señaló su cabeza.
  • ¿Al fin te curarán tu locura? -preguntó Paola. 
  • Sí. Me cura definitivamente, o la contagio. 

II

  • ¿Dónde estás?
  • ¿Dónde?
  • ¿Dónde estoy?

Sientes una gota de sudor que baja por tu frente (¿será tuya?). En lo alto, ves una luz que te atraviesa y desespera. 

  • ¿Quién soy?

Escalas a la luz en medio de las piedras. Subes quince, veinte, ochenta, quinientos metros. Sigues subiendo, saltando de un extremo a otro de las paredes. Sigues subiendo. Pero la luz disminuye y termina por apagarse. 

  • ¿Dónde estoy?

Sientes que el límite de la luz era, en realidad, un nuevo fondo en el que te vuelves a caer. Fue una luz la que te puso aquí y otra la que no te deja salir. 

  • ¿Quién soy?

Tratas de recordar cómo se respira, pero no tienes seguridad si lo haces o es un recuerdo de otro tiempo. 

  • ¿Quién soy?

Te aferras a una pared, como queriendo fusionarte con ella. Quieres probar si ella respira sola o pueden unirse para formar un solo ser. Fracasas por anticipado. 

  • ¿Dónde estoy?

De pronto, el silencio reemplaza al ruido y sigues cayendo donde antes había piso (¿había?). Sale ruido de las paredes. Sale ruido de ti. Te invade. Te sofoca. Exprime tu mente hasta convertirla en algo retorcido. Las preguntas se transforman en sufrimiento. El sufrimiento en odio. El odio en todo tu ser.

Abres los ojos y apareces frente a tus dos compañeros. Las preguntas y los cuestionamientos se han borrado. Están conectados física y mentalmente. Saben de tu derrota. Sientes el reproche atravesando tus instintos. La culpa, la envidia y el deseo de venganza abarca todas tus sensaciones y pensamientos. Mientras te regeneras desde lo diminuto, los otros dos se preparan para cumplir su turno.

III

  • ¡Despertaste! ¡Ya era hora!

El César joven te saluda a su manera. Te ofrece una fruta y te devuelve una sonrisa.

  • ¿Dormí mucho?
  • Veamos… ¡Casi unos ochenta años!
  • ¡Pero si nos vemos muy bien para ser tan viejitos!

El muchacho extiende una carcajada que lo deja sin aliento. Finalmente, suspira aliviado.

El sitio en el que reposas es una pradera rodeada de árboles frutales. Más saludable que la que conociste anteriormente y con un sol que solo existía en tus pinturas. Las estatuas que encontraste la primera vez se encuentran alineadas en puntos estratégicos alrededor del oasis.

  • ¿Te gustan? -te pregunta.
  • ¿Qué están cuidando?
  • A ti. Por supuesto. Que nada entre a perturbarte y que tú tampoco salgas.
  • ¿Y tú? ¿Qué estás haciendo ahora?
  • Invitándote a salir de aquí, querida Lena.
  • Sabes que no voy a salir de aquí, César.
  • No, querida Lena. Si te hubiese querido fuera de esta mente ya te hubiese sacado. Te invito a que me acompañes fuera de este territorio.
  • ¿Y las estatuas?
  • Ya no nos sirven. Hay que romperlas.
  • Pero me dijiste que me estaban cuidando…
  • ¡Exactamente, Lena!

Intentas utilizar tus poderes en la mente del adolescente; pero solo percibes sus emociones a través del olor. Es similar al cerezo que crecía en tu huerto privado: nostálgico y emotivo.

  • ¿Ya te diste cuenta? -te dice la voz del joven, con vibraciones que vienen dentro de ti.

Tratas de buscarlo, pero solo lo llegas a encontrar como una lanza en tus manos. Larga, con trabajos de filigrana y una cuchilla de tres niveles de perforación. Tu mente asiente.

  • Asiente con tus emociones, querida Lena. Confía en mí.

Empuñas a quien te guió en tu último viaje y cortas el aire con un silbido preciso.

  • Eso es. No basta con sentir las emociones. Las tuyas también deben hablar por sí mismas.

Sientes que cortarías todo a tu paso. Vas donde las estatuas que te reciben en son de amenaza. Las derribas con los ojos cerrados. Avanzas con los ojos abiertos. Sales del sitio, como atravesando una bruma de tu propia mente.

  • ¿Dónde estamos? -preguntas.
  • Escondiéndonos de él. Debes callar por un momento.

Apareces en el último piso de un altísimo edificio. Un humo profundo atraviesa el salón principal y una sombra comienza a erguirse como escombros que se convierten en una estructura humana frente a ti. Te arroja cuchillos que se asimilan en la pared a tus espaldas.

  • Sabía que César te traería aquí para que mueras. ¡Siempre ha sido así!
  • ¿Quién me va a matar? ¿Tú o él? -respondes.
  • ¿El y yo? ¡Pero si eso no es una pregunta!

El rostro revela la imagen de tu pareja, pero mucho mayor. Un rostro ajado y sin luz te invade con la mirada.

  • Ven, querida Lena. -dice una voz que te arrastra hacia él.

Tus pies parecen arrastrarte por una fuerza gravitatoria imposible.

  • Ven. Y conocerás la verdad. -repite.- ¡Más cerca! ¡Ya pronto sabrás todo!

En tu mente aparece la imagen del César que habías conocido hasta entonces: el momento en que te conoció y te salvó del primer monstruo; su sacrificio para que integrasen un equipo; cuando lo salvaste de sus olvidos y liberaste su mente; el momento en que te entregó su voluntad y aquel en que su versión joven se convirtió en un arma para ti.

El César que amas usa la fuerza como última instancia, el que llevas en tu mano es la fuerza en sí y el que está al frente usa la fuerza para destruirte. 

De pronto, el joven que tienes en tus manos te susurra algo al interior de tu corazón: la imagen de un caballero con una gran lanza. Te hizo recordar la última pelea, en la que lideraste el ataque y César fue el arma.

  • ¡Así que tú eres el caballo! -le gritas a la amenaza frente a ti.

El cuerpo frente a ti desboca una ráfaga de su propia materia, triturando el suelo y sofocando el ambiente. El golpe fue torpe ante tu rápido movimiento. Sin embargo, una segunda embestida te quita la lanza de las manos y lacera tus extremidades.

  • ¿César?

El muchacho yace en el suelo, mirándote con amor. El anciano lo mira y se ríe con maldad. ¿Pueden ser la misma persona?

  • ¡Este chico morirá después de ti! -te grita el mayor.
  • ¡No es cierto, Lena! ¡No puede matarse a sí mismo! Solo quiere vivir aquí encerrado.

El mayor patea al joven, como respondiendo a su atrevimiento.

  • ¿Qué te hizo amargarte tanto? -le increpas.

     El anciano se descubre el pecho. Podías ver el otro lado de la habitación a través de un gran agujero.

  • Es que su carga fue demasiado grande -te dice una voz a tus espaldas- A veces, no quisiera culparlo.

Un tercer individuo aparece a tu lado. Era casi idéntico al “César” que conociste. Sin embargo, no tenía armas y sus emociones eran totalmente transparentes. Un aroma como a pasto mojado por la lluvia se pobló por todas partes y los llevó a una ciudadela que conociste solo por fuera.

  • ¡No te metas en esto! -grita el anciano.- ¡Sabes que no puedes ganarme!
  • Ni siquiera puedo competir contigo. Tu odio no tiene olor -replica el adulto.- Y si tanto lo deseas, puedes acabar conmigo en este momento. ¿Eso te hará feliz?
  • ¡No lo hagas! -grita el joven, más al fondo-.

El adulto se puso frente a ti, como queriendo intercambiar su vida por la tuya.

  • ¿Por qué hacen esto? -les gritas-. ¿No son la misma persona?

Los tres hacen una pausa por un momento. Su silencio y el intercambio de emociones no pasa inadvertido para tu nariz ni tu mente. Las tres partes habían convivido en estancias separadas, como evitando el caos y el desequilibrio. Sin embargo, tu presencia hizo que se vuelvan a juntar. La respuesta eres tú misma.

  • No te preocupes por mí, querida Lena. Solo somos representaciones -te dice el adulto.
  • ¡No! ¡Sabes que no puedes engañarla! -rebate el joven.

El mayor de todos toma al joven por la pierna y lo convierte en una nueva lanza (mucho mayor que la que tenías en tus manos). Sientes que el instrumento llora y grita. Lo llamas con tus propias emociones, como tratando de liberarlo. Tú también lloras, pero tus lágrimas salen por el rostro del adulto.

El anciano retiene al instrumento. Lo maltrata y reprende. Su voluntad y fuerza resultan avasalladoras. Sus emociones despiden consternación.

  • ¿No vas a hacer algo? -te pregunta el adulto.
  • ¿Hacer algo? ¡No quiero acertijos, César! ¡O me lo dices ahora mismo o te haré lo mismo que a Marty!

El adulto se carcajea como lo hizo el más joven. 

  • Pues claro que te lo dije antes y te lo digo ahora: “solo un psíquico puede vencer otro psíquico”.

El adulto corre y forcejea con el anciano. La pelea es brutalmente desigual, pero el retador insiste. Es arrastrado por el suelo y se levanta. Sin embargo, perderá inevitablemente.

¿Cuál fue el daño que creó al anciano? ¿La pérdida de su familia? ¿El ataque del monstruo durante la guerra? ¿Las responsabilidades para salvar al mundo? ¿La agresión de Erik? Ese agujero en el pecho parece encenderse más a cada momento, como queriendo llenarse con más poder. ¿Dónde está tu poder?

Miras en todas direcciones y encuentras un espejo de cuerpo entero. Su imagen te hechiza. Allí apareces completamente indemne. Tus ojos en ese reflejo te muestran las dimensiones de tu universo interior.

  • ¿Dentro de qué mente estoy?

Tocas el reflejo y este te corresponde. Allí estas tú misma: única, compacta y todopoderosa. Por un momento quieres que ese momento dure para siempre, pero las emociones del lado en el que estás te siguen doliendo. Tus heridas son las heridas del joven y del adulto. Esos hilos invisibles te hacen convocar lo que necesitan esas mentes. En esa lista aparecen incontables seres: la imagen mental de Diana, pero más joven y decidida; un Daniel confiado y maduro; un Barack con tanto poder como inteligencia; habitantes de la ciudad donde se refugiaron unas horas atrás; tú misma, en tu versión detrás del espejo; la imagen de Juvy humana, buscando al César adulto con la mirada; Evelyn, arengando a quien se encuentra en desventaja. Muchos otros comienzan a rodear la lucha y la detienen. Cubren al anciano, lo consuelan y llenan el agujero con la luminosidad de sus virtudes.

  • En verdad, siempre tuvimos más derrotas que victorias, querida Lena -te sonríe el adulto.- Por eso él siempre fue el más fuerte de los tres: acumuló el peso de las culpas, de las emociones negativas de otros, de nuestro miedo al fracaso y nuestra soledad. Por eso, cuando Erik lo encontró, tuvo dos opciones: compadecerse o desesperarse. Por supuesto, la segunda opción le alcanzó únicamente para huir y borrar algunos recuerdos.
  • ¿Y ahora qué pasará? -le preguntas.
  • Comenzará a sanar con mejores imágenes. Las mejores de antes de la guerra y las que empezamos a tener cuando te conocimos.

La sensación de alivio te trae nuevas preguntas:

  • ¿Y qué conseguí con todo esto?
  • En primer lugar, que sepas el alcance de tu poder. Por ejemplo, convocaste una multitud de personas.
  • Pero, no son personas. Son imágenes mentales.
  • Aquí sí lo son, Lena. Y si tienes el control de mente y emociones al unísono, esculpirlas con tanta fidelidad es un valor agregado.

Observas al anciano. Ha dejado su constitución de escombros y su nueva forma humana te transmite una sensación parecida a la del adulto. El cuadro lo completa el joven, un tanto celoso por quien conversa contigo y las personas que conociste la última época. Una de ellas, un poco más guapa que en su versión real, llama tu atención.

  • ¿Y qué pasó entre Diana y tú? ¿Un amor de verano? -lo interrogas.

César te devuelve una mirada paternal, como el día que te conoció.

  • Más bien de invierno… -te sonríe, irónico.

IV

  • ¿Y cuál es el siguiente paso? -preguntó Diana, como una especie de saludo.

Lena despertó y volteó en dirección de la ex agente. No tuvo que leer su mente para darse cuenta de que acabó con todos los asuntos relacionados con la reducción de enemigos. Era la primera vez que la veía transpirar de esa forma. Sus manos estaban desgastadas por una combinación de lucha cuerpo a cuerpo y uso de armas.

César no miró inmediatamente a su antigua compañera de armas. El olor del orgullo herido proveniente de ella había calado profundamente en la sensibilidad del antiguo cónsul. Una reacción que solo le podía ocurrir con personas que realmente le importaban, ya sea por amor, admiración o respeto. Por eso, la presencia de las tres mujeres resultaba mucho más temible que todos sus enemigos juntos. Tenía que hablar antes que se den cuenta.

  • El siguiente paso, querida Diana, es acabar con la cacería. Y contigo de nuestro lado, lo ideal es seguir el plan C.
  • ¿Plan C? -preguntaron las mujeres.
  • Exactamente -atinó el ex agente, como si ellas hubieran descifrado su contenido.- El plan A es muy riesgoso para todos; el plan B no me lo perdonaría Lena. El C parece ser el ideal.

De pronto, el reloj de pulsera de César emitió una señal. La imagen holográfica de Barack le confirmó el milagro.

  • Y parece que ya están llegando los demás actores.

Dos automóviles aparcaron cerca del estacionamiento. En cada uno de ellos estaban las figuras de seres que la psíquica había conocido en la mente del protagonista: la imagen de un adolescente impetuoso y la de un anciano robusto. Ambos ingresaron al restaurante y se presentaron ante la dueña y los visitantes.

  • ¡Bienvenidos, amigos! ¡Parece que ya es hora de hacer historia! -saludó César-. Juvy, ¿nos acompañas?

La triada de Juvy (recién aparecida, desde la esquina del salón) el joven y el anciano se alinearon al frente. La androide procedió con la entrega de una tiara a su dueño.

  • Querida Lena, ¿recuerdas la pulsera de la antigua Juvy?

La psíquica adivinó parte del juego.

  • Entonces, ¿los tres son androides que debo controlar?
  • Son y no son androides, amor. En parte, fueron diseñados para no tener deseos propios y en otra, para heredar la esencia de una voluntad más pura. -apuntaron los ojos de César, directamente hacia Lena.

La psíquica no conocía la imagen de Erik, pero lo imaginó causando daño a la mente de su esposo. Ese cuadro se mezcló con las representaciones de tres edades distintas en su mente: el joven, el adulto y el anciano. Finalmente, vio nuevamente el descubrimiento de su propio potencial a través del espejo. Por eso, la oferta de conducir a los androides parecía estar en un territorio gris entre lo providencial y lo absolutamente maligno. Se lo preguntó a sí misma millones de veces. Gastó energía en no verbalizar la pregunta. ¿Esa sonrisa, frente a ella, era la de un genio hermoso o la de un monstruo más grande que los que enfrentaban? ¿Había conocido todas las presencias de su mente? Solo le quedó lanzar una pregunta para comenzar a enhebrar la verdad.

  • ¿Quién es Juvy? 

César se había distraído como un niño con sus nuevos androides y solo entonces sintió la preocupación de Lena. Esta se mezcló con una vieja tristeza. 

  • Juvy fue alguien que quise mucho… Alguien que me acompañó como tú hasta antes de la explosión de hace quince años. -respondió, con la voz entrecortada. -Los demás, ya los conociste en mi mente.

El corazón de Lena se contrajo. La tiara en su mano no era el control de un grupo de androides: era la vida de su esposo, entregada una y otra vez. 

Un par de lágrimas saltaron de la pequeña mujer y el resto fueron retenidas con un beso impulsivo. Y luego otro, mucho más suave.

  • Ya. Ya está bien, ¿no creen? -increpó Paola. 

La pareja se rió.

  • Pero todavía no nos cuentas cuál es el plan C, César. Lo vas a decir o te lo tendremos que sacar -Dijo Diana, amenazante.
  • Tú sabes muy bien, querida Diana. Cuando el problema es más complejo, lo mejor son las soluciones más simples. Y si nuestra complejidad es parte del problema, es hora de que la apaguemos… Al menos por un rato.

La ex agente observó un brillo nuevo en los ojos de su compañero. Un brillo contagiante que cambió sus antiguos temores por una nueva forma de pasión. Aunque no sabía todos los detalles, se sintió capaz de explicarlo meridianamente.

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