Lágrimas del cielo sobre el mundo: Fines y reinicios de la Tierra 3 (libro completo)
I
- ¡Qué linda pareja son ustedes! -exclamó la mujer que los atendía en el restaurante.
- ¡Gracias! Es que siempre estamos juntos -respondió Michael.
- ¡Qué buen hombre es usted! Se le ve tan enamorado y cómo ayuda a su novia…
- Esposa -ataja Clarita, con una sonrisa social-. Parece que poca gente se casa en esta época; pero los dos quisimos hacerlo.
- Ustedes tienen algo realmente especial. Quisiera tomarles una foto si no estuviera prohibido registrar momentos como este. Pero igual los voy a recordar siempre… Bueno, ya debe estar su pedido.
- ¡Muchas gracias! -responden los esposos, al unísono.
La mujer no termina de llegar a la cocina, se da media vuelta y regresa, como quien recuerda algo importante.
- Me van a disculpar, pero creo que tenemos un problema con su pedido… Y también con el local. Estamos cerrando.
Clarita envió una mirada de inteligencia a su esposo.
- Y una cosa más… El auto que tienen no se ve muy seguro. Creo que es más mejor que vayan volando.
No había dudas en el mensaje. La única pregunta que les asaltó era la identidad de esa mujer.
- Mi nombre es Paola… Por si les interesa. No. No les leí la mente. Solo son sus rostros los que me interrogan y lo que sé de ustedes lo acabo de aprender. Así que no se asusten de mí, como no se asustan de ustedes mutuamente. Vayan, chicos. ¡Deben irse ahora!
Los esposos salieron menos desconcertados de lo que hubieran pensado. Empero, Clarita dejó que su telequinesis tomara el control por unos minutos, hasta alcanzar una distancia segura. El automóvil los esperaría por tiempo indeterminado.
- Bien. Y entonces, ¿qué les trajo por aquí? -preguntó la dueña del restaurante a cinco individuos que materializaron sus figuras.
- Estábamos cazando, Paola. Y acabas de asustar a nuestras presas.
- ¿Presas? La gente no es presa y hoy en día ya no hay cazadores, que yo sepa.
- Pero tenemos armas… Y tú estás indefensa en este sitio.
- Sus armas no valen nada aquí, queridos. Este es mi restaurante y aquí donde estoy pisando comienza mi territorio. Pero la pregunta es dónde acabarán ustedes.
Una luz intensa y expansiva rodeó el lugar donde estaban la dueña del restaurante y los invasores. Estos últimos, cegados por el resplandor, recuperaron la vista en un lugar helado, despoblado y desconocido.
- ¿Ubicación actual? -preguntó el líder del grupo.
- 12756 kilómetros del objetivo -respondió uno de sus hombres.
- ¡Imposible! -exclamó el líder.- ¿Cómo se registró nuestra ubicación actual?
- Aparentemente, contamos con ubicación satelital -respondió un tercer miembro del equipo.- No lo hubiera imaginado.
Luego de la guerra, se había reemplazado la tecnología espacial por medidores regionales de distancia. El tiempo de transmisión de información fue más breve y se creía que sería el sistema más eficiente ante la cortina de nubes formada artificialmente. Sin embargo, las antenas colocadas en tierra tenían una cobertura limitada. Sobre todo, en lugares tan remotos como ese.
Mientras tanto, en el restaurante, la mujer limpió la mesa de sus últimos clientes y halló un olor a preocupación que le recordó los tiempos de la guerra, su reclutamiento en el cuerpo de cazadores (un organismo díscolo con las imposiciones del Gobierno Central) y su alejamiento gradual, luego de conocer la infiltración de agentes en ambos bandos. Esta nueva cacería significaba movimientos fuera de sus expectativas. Tenía que conocer el origen de estos y lo encontraría con un poco de concentración y un pequeño viaje. Solo tenía que pensar en la persona de más confianza y que podría estar más enterada en esta clase de asuntos.
Con un ligero cuidado, cerró la puerta del restaurante y las cortinas cerradas disimularon levemente el resplandor.
- César -saludó con familiaridad y un poco de sorpresa al leer su nueva lista de habilidades- tenemos que hablar.
El titular de ese nombre, acompañado por su esposa, miró frontalmente a su antigua amiga y respondió con una sonrisa.
- ¡Encantado, Paola! Pero antes de las formalidades, necesitamos que hagas tu magia. Hay una luz muy desagradable encima de nosotros y está a punto de quemarnos.
En aquel momento, la tierra que ocupaban más de una miríada de exiliados con distintos dones fue abordada por numerosas ráfagas de luz que bañaron el cielo, cubrieron edificios y se precipitaron para castigar mortalmente a cientos de víctimas en distintas direcciones. Un resplandor mayor abarcó dos kilómetros de radio, desde la morada que albergó al ex agente, la psíquica y la transportadora, y desapareció toda la arquitectura un instante después.
Los tres habitantes reaparecieron en el restaurante.
- ¿Y los demás? -preguntó Lena.
- La mayoría está bien, mi niña. Solo que no los pude traer tan cerca. Transportar mucha gente toma algunos segundos que no teníamos. Así que la mayoría está en un radio de tres kilómetros de aquí.
La mujer guardó un silencio luego de su respuesta. Cada instante contó en contra de ellos y sintió, virtualmente, todas las emociones de la tripulación, así como entendía los dones de las personas con tan solo verlas.
- Nos haremos cargo de esto -respondió el ex agente.- Y ya sabes de quién hablo.
- Espera, César. Hay alguien más que se está moviendo -respondió la anfitriona.
Lena observó atentamente a su esposo y leyó un atisbo de pensamiento sobre la amenaza a la que se hizo referencia.
- ¿Son ellos? -preguntó la psíquica.
- Sí, querida Lena -respondió el ex agente.- Tenía un leve presentimiento, pero ahora está mucho más claro. Los monstruos están moviendo fuerzas a lo largo de la tierra… Y tenemos el mayor tesoro para ellos justo a nuestro alrededor.
II
Diana abrió los ojos luego del resplandor. Su equipo personal estaba intacto y lo mismo pasaba con sus funciones vitales. En un tercer segundo activó su habilidad, potenciada con el dispositivo que le dio César y corroboró la existencia de un 86.3% de la antigua población que los acompañaba. El porcentaje restante había sido alcanzado por la tragedia. Atisbó a los que estaban cerca y los invitó a acercarse, a preguntarles discretamente si estaban bien. Todos resultaron afectados psicológicamente por las ráfagas de destrucción, pero maravillados por la persistencia de la vida. Estarían bien.
A unos metros del círculo que habían formado, un niño lloraba silenciosamente.
- ¿Cómo te llamas? -le preguntó Diana.
El niño no respondió.
- ¿Ves a tu familia cerca?
Las lágrimas le respondieron negativamente.
Una ráfaga de aire capturó al niño. Una madre experimentada comenzó a consolarlo y brindó libertad a la ex agente. Solo tenía dos problemas por delante: el reagrupamiento y un escuadrón de desconocidos que apareció frente a ella.
- ¡Atención! -irrumpió una voz magnificada por amplificador digital- Todos los presentes deberán reunirse en este punto para ser reubicados… Quienes no acaten la orden serán ejecutados.
- ¡Si lo pudieras decir mejor estaría tentada de hacerte caso! -respondió Diana.
Un disparo hacia la vidente hizo brillar el campo de fuerza que estaba utilizando. La reacción de la gente también fue rápida. Uno de los sobrevivientes activó otro más grande, dependiente de su habilidad natural. Una mujer a la izquierda de Diana hizo levitar a los invasores. Blancos fáciles para ser reducidos con una carga no letal.
- ¿A quién sirven? ¿Por qué nos quieren capturar?
- ¿Y tú? ¿Te has preguntado a quién sirves? -le respondió el que parecía el líder, con unos ojos idénticos a los que su antiguo compañero le mostró y aterró años atrás.
Diana no tuvo mucho tiempo para reflexionar, pues uno de los invasores había activado una cadena de explosivos impregnados en su vestimenta de cazadores. El impacto y las esquirlas se alojaron en los cuerpos de varios de los presentes, incluyendo una de las piernas de Diana. Sin embargo, otro contacto la sorprendió mucho más.
- Lamento llegar tarde -saludó César, borrando las heridas a través del tacto.
- ¿Cuándo aprendiste a hacer eso? -le preguntó la veterana.
- Hace dos minutos, querida amiga… No lo aprendí del todo bien. Pero será suficiente para que puedas caminar.
Las manos de César te parecieron relativamente pequeñas y suaves. Debió ser difícil para él pelear como una persona normal durante todos esos años.
- Ya está -sentenció el ex agente.- Ahora debo irme. Solo trata de dejarme algunos a mí. ¿De acuerdo?
- ¿A dónde vas? -interrogó Diana.
- A responder una llamada… Han pasado muchos años y siempre la había escuchado sin hacerle caso -se apuntó a su cabeza-. Es hora de responder como es debido.
III
Fetidez. Esa palabra se repite por mis narices y hace que vea las nubes hacia colores más oscuros.
- ¿Son ellos?
- Sí, querida Lena -le respondo-. Tenía un leve presentimiento, pero ahora está mucho más claro. Los monstruos están moviendo fuerzas a lo largo de la tierra… Y tenemos el mayor tesoro para ellos justo a nuestro alrededor.
- ¡Entonces, vamos!
- Sí, corazón. Es hora de que te lleve y veas lo mismo que yo -le digo, apuntando a mi cabeza.
No está lista. No está lista. ¡La vas a matar! ¡Y será tu culpa!
No, querido. Eres tú el que no está listo para desaparecer…
Lena se posa en mi cabeza. Apenas puedo sentir su presencia, de no ser por la sensación de mis órganos palpitando, la disminución del zumbido en mi oído y la percepción del bombeo de mi sangre. La voz se esconde. Mis ojos se sienten más en el interior de mi ser, como albergándose en la profundidad de una caverna.
La lista de cazadores se reduce frente al campo magnético de mi escudo personal. Disparo calor por las manos. Salto y aterrizo, golpeando los lugares donde se atrincheran. Se aterran de mi presencia. Siguen atacando con instinto y sin convicción. Fracasan.
Me acerco a una batalla desigual. Los invasores arrojan redes eléctricas a un hombre que cuida a su hija indefensa. Él recibe la descarga y ella grita por los dos. Arrojo una descarga similar a los agresores. Se vuelven a levantar mientras retiro las redes del hombre herido. Disparo cargas letales hacia los tres enemigos más cercanos. Tomo sus armas. La hija cura a su padre a través del tacto. Es una habilidad sumamente rara. La registro y asimilo. Me agradecen. Me siento más agradecido que ellos.
Recibo lecturas de la nueva Juvy. Había sobrevivido al ataque satelital. La convoco para auxiliar heridos. Demorará quince minutos. Detengo cinco disparos a mis espaldas y un sexto me hiere en el hombro izquierdo. El agresor disfruta su proeza, pero siente la opresión de mi mirada. Dispara dos, tres, cinco, diez, quince veces.
- ¡Tú eres el monstruo! ¡Tú eres el monstruo!
Lo dejo inconsciente. La mente de Lena acaricia mi rostro y me dice que no lo escuche.
Ayudo a Diana y pongo a prueba mi nueva habilidad de sanación. Converso con ella. ¿Dónde están Evelyn y Daniel? Me alejo. ¿Por qué no le pregunto a Diana por ellos? ¿Mi piloto tendrá que ver en todo esto?
Me inspira la cercanía de la batalla. Me vuelven a llamar monstruo. Suspiro la falta de olores agradables; excepto los de quien me consuela. Incluso los que me agradecen su rescate sufren consternación y miedo.
Un golpe cerca de la nuca me hace rodar diez metros. Pongo mi mano y reconstruyo tejidos dañados, mientras trato de recuperar la vista. Mis ojos, casi funcionales, no sienten la presencia; pero mi nariz me dice quién está casi frente a mí.
Un segundo golpe ensombrece mi frente Siento que Lena sufre mi dolor.
- ¿Por qué no te cubres? -me increpa.
- Porque se lo debo, querida Lena.
Un tercer golpe invisible viene hacia mí. Un golpe cargado de locura -más fuerte que el anterior- y que atrapo con ambas manos.
- ¿Ves que ya sané del todo? -pregunto al vacío de donde vino la agresión.
El tercer monstruo se materializa. Tres metros. 50% más fuerte que el anterior. Aproximadamente cinco habilidades desconocidas, aparte de la invisibilidad. 200% de poder destructivo adicional, comparado con nuestro anterior enemigo.
El monstruo sacude su brazo y me expulsa de este. Recupero el equilibrio y aterrizo.
- ¿Qué esperas para esconderte? -le interrogo.- ¿No me estás cazando?
- ¡No! Te estoy invitando a unirte. Quiero que seas uno de nosotros -me responde con energía.
El golpe mental es visible, pero inocuo. Lena reacciona rápidamente.
- ¿Unirme? ¡Pero si ya estoy completo! -le respondo. -Y que yo sepa, ustedes ya se tienen de sobra.
El monstruo lanza una llamarada por la boca. Si fuese el rayo de Daniel podría quebrar mi escudo y atravesar mi pecho. Sin embargo, este recurso natural no surte efecto más allá de un desagradable calor. Sigue gritando y lanzando llamas. Huelo su frustración
- ¡Únete a nosotros! -ordena.
Levanto dos armas y disparo ininterrumpidamente. Mi enemigo sufre y se regenera casi al mismo tiempo. Su resistencia también se encuentra incrementada. Detrás del humo, aterriza otro golpe hacia mí. Es mucho más fuerte que el anterior y siento el crujir de mi brazo, oportunamente colocado para bloquear el camino hacia mis órganos vitales.
El monstruo viene corriendo hacia mí. Me patea. Sangro para su beneplácito.
- ¡Únete a nosotros! ¡Únete! ¡Tendrás todo este poder!
- ¿Para qué ser como ustedes? ¡Si ustedes quieren ser como yo! -respondo, mientras me incorporo.
Finalmente, aparece el odio por recordarle su origen. El odio cambia hacia el forzamiento de sus músculos. El forzamiento de sus músculos se convierte en una nueva carrera hacia mí.
A cinco metros de distancia, sus brazos se transforman en espadas. Apunta y extiende los brazos, como lo hiciera uno de ellos hace quince años.
- ¡César! -me grita Lena.
La imagen de Daniel viene a mi mente por tercera vez. Existen pocas habilidades tan poderosas como las que él tiene. Sin embargo, el temor que siente en volver a lastimar le ha impedido pasar del primer nivel. Por eso dejé que el monstruo me golpeara. Por eso dejé que hablase y tratase de controlar mi mente. Tenía que sentir la amenaza frente a mí… Tenía que creer que estos poderes son necesarios para remediar un gran mal. Tenía que sentirme amenazado y complacer la mente que me había salvado.
- Tú mandas, querida Lena.
Aunque sumamente efectiva, la habilidad de Daniel tiene una desventaja: no permite ver con claridad durante los segundos de disparo a través de los ojos. Si la combino con una descarga adicional de mi brazo sano es imperativa la presencia de Lena para dirigir y mantener la ofensiva. Muchos años después, la gente recordaría ese episodio como la Batalla de la Esperanza, porque percibieron lo que es tener una luz en medio de las tinieblas. Yo, por mi parte, no supe nada más durante veinte minutos, pues Juvy registró que mi desmayo fue por agotamiento. Sin embargo, la última imagen que me queda antes de la inconsciencia fue totalmente nítida: el rostro de Lena, reprochándome por mi inmadurez.
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