Cómo evitar relaciones (y personas) tóxicas (libro completo)

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Mira y observa

Si quieres entender a una persona, no escuches
sus palabras, observa su comportamiento.
Albert Einstein

El lenguaje es limitado; pero tiene suficientes recursos para que tengamos una relación cultural clara con esta expresión. Todos tenemos la capacidad para mirar (darnos cuenta cuando cambia la luz del semáforo; si la persona frente a nosotros es un hombre o una mujer, si nos hacen una broma, si se dirigen a nosotros con tranquilidad o agitación, etc.). Sin embargo, pocas personas trabajan su capacidad para observar (notar un cambio discreto de comportamiento, establecer inferencias sobre el mismo, darse cuenta de los logros o carencias ajenas, analizar correctamente una situación con información incompleta, etc.). 


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Mirar (lo evidente) y observar (lo profundo) son dos actos complementarios. Si solo realizamos lo primero, estaremos a merced de muchas relaciones tóxicas, por no darnos cuenta de su proximidad. Si nos enfocamos únicamente en lo segundo, también nos perderemos de otras situaciones que pueden ser constructivas… ¡o de la simple espontaneidad de la vida!

De hecho, mientras más observamos, también podríamos evitar las situaciones tóxicas antes de que ocurran. Te sorprendería saber cuántas personas se han salvado de ellas, actuando como buenos observadores… Aunque muchos también se perdieron (por suspicacia o exceso de agudeza) experiencias de vida interesantes. 

Como te dije en un principio, no se trata de una ciencia exacta. Puedes dedicarte a mirar solo lo evidente (a veces, tan de cerca, que solo alcanzas a tu propio estado de ánimo); alternar tu percepción en distintos niveles (según el grado de exposición que tengas frente al mundo); o dedicarte a lo profundo, sin la mínima tentación por establecer o fortalecer tus relaciones con los demás. Si bien, la mayoría de personas está en lo primero (con muchas relaciones tóxicas en su haber), el otro extremo tampoco es recomendable.

Primero, hablemos de mirar. Esta actividad surgió para que podamos hacer cosas como cruzar la pista, combinar colores al vestirnos y darnos cuenta de que alguien también nos está mirando. Hasta allí todo bien. Ahora, imagínate que estás en la naturaleza, en medio de una escala alimenticia. Debajo de ti están las frutas, verduras y todo lo que se encuentre a tu alcance con un mínimo de esfuerzo; arriba, los grandes depredadores, en busca de una deliciosa presa: tú o yo. 

Si te diste cuenta, casi todo el mundo vive de esta forma. Confunden la aceptación social con ser presas de quienes se les pongan al frente. Si desean continuar con esto, les siguen la corriente, hasta que se dan cuenta de que cayeron en un círculo vicioso. En casos más complicados, llegan a aferrarse a este, con consecuencias funestas como escándalos, crisis de identidad y problemas legales.

Felizmente, hay más mundo que esta persona. Por eso, quiero que partas de una premisa: si quieres construir, debes buscar a personas con capacidad y disposición para hacerlo. Elegir incorrectamente puede llevarte a retroceder en tu camino o hacerte daño. Sé paciente. Recuerda que esta decisión es a largo plazo. 

Para pasar del mirar a observar, quisiera brindarte algunas preguntas orientativas. No son infalibles; pero es difícil que alguien finja tanto (a menos que se presenten anomalías como la psicopatía, las cuales implican una conducta manipuladora, fría y con carencia de interés por los sentimientos de otros [Daniel, 2015; Muñoz, 2016]).

A ver qué tal nos va: 

  1. ¿Trata bien a los demás? 
  2. ¿La mayor parte de la gente que lo/la saluda se ve cuerda/sana? 
  3. ¿Es transparente cuando te habla de sí o de su familia?  
  4. ¿Le apasionan las cosas buenas? 
  5. ¿Sus vicios (porque casi todos los tenemos) son inocuos?
  6. ¿Busca conseguir las cosas honestamente? 
  7. ¿Es capaz de comprometerse con una idea o con las personas? 
  8. ¿Sabe aceptar sus errores? 

No te ilusiones si tiene dos o más respuestas en negativo… Por otra parte, si te haces estas preguntas y pasa lo mismo contigo, piensa en el resultado como una suma de ambos,  elevada al cuadrado… o al cubo. Algo parecido ocurre si ambos tienen todo en positivo: sus virtudes serán gratamente potenciadas.


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Más allá de las diferencias en el gusto o la profesión, dos personas virtuosas tienen mucho en común para compartir y crecer. Felizmente, las virtudes (al igual que los vicios) también son cultivables.

No te digo esto para que te molestes o desilusiones. Una relación virtuosa requiere que busquemos lo mismo en nosotros. Si tienes puntos en rojo, tienes de aquí en adelante para cultivar lo bueno que hay en ti. Y mientras más lo tengas trabajado, también será más fácil de que encuentres a quienes multipliquen esas cualidades.

Las personas inteligentes también toman malas decisiones

Ana y Felipe parecían una bella pareja. Fueron amigos durante varios años, hasta que decidieron convivir. A la gente le gustaba verlos juntos, porque eran inteligentes, talentosos y amenos. Sin embargo, Felipe tenía un vicio: buscaba estar con mujeres de forma compulsiva, como consecuencia de un problema de su infancia. Ello lo convirtió en una persona que vivía entre la búsqueda de afecto y la culpa. Ana, ya con dos hijos y obligaciones de crianza que la desbordaban, tenía dos opciones: tratar de resolverlo con ayuda profesional o atacarlo. Luego de sentirse desamparada y seguir los consejos de varias amistades que le sugirieron ponerlo en su lugar, optó por lo segundo.Ana hizo público el vicio de Felipe, destacó sus peores momentos y lo presentó como el peor padre del mundo. Felipe, resentido y expuesto, le respondió con el mismo sentido y calibre, mostrándola como una mujer cegada por el odio, la intolerancia y la mezquindad. Ya te imaginarás lo que pasó: dividieron a sus amigos, perdieron trabajos, destruyeron su reputación y tuvieron a sus hijos en medio de una pelea que se debió resolver con ayuda profesional. Pero ya era tarde: habían destruido una parte de sus vidas, llegando a un punto de no retorno.Aunque Ana y Felipe parecían tenerlo todo, no eran perfectos. A veces es una cuestión de conversar; otras, de trabajar juntos en el problema; o, por último, de separarse diplomáticamente. Por otra parte, hacer público un conflicto de pareja provoca que la gente siempre tenga un sesgo, información incompleta y excusas para magnificar los defectos de alguien. Las declaraciones de Ana y Felipe quedaron como una muestra del desprecio que sienten hacia alguien a quien una vez quisieron. Para compartir tu vida, mirar y observar es un ejercicio que te permitirá  trabajar hacia dentro, entender el tipo de sentimientos que ofreces, comprender lo que ocurre con los otros y medir las consecuencias de tus actos más allá del momento. Si no haces ambas cosas, irás sin garantías hacia cualquier relación.

Con todo, reflexionar sobre las personas que se acercan rápidamente hacia nosotros siempre será una costumbre sana, si actuamos con discreción y prudencia. Ninguno de nosotros es perfecto… Pero si acumulamos imperfección en nuestro círculo más cercano, dudo que consigamos muchos éxitos. En cambio, si trabajamos en mejorarnos y potenciar las virtudes de quienes están cerca a nosotros, la experiencia será más que interesante. 

Otro lado de la moneda está en quienes observan constantemente, con perjuicio para ellos mismos. Piensa en cuántos errores encuentran a cada lado donde miran; que piensan en estándares muy altos sobre las personas con las que se relacionan; que confirman que su sentimiento más frecuente es la decepción; que tienen una relación de amor-odio con el mundo que los rodea. Me gustaría comentarte un poco sobre ellos.

Seguramente recordarás la película o el libro Los viajes de Gulliver. La historia de un hombre que naufragó en un país de diminutos habitantes, llamado Liliput. Para Gulliver fue una aventura extraña y curiosa; para los liliputienses, su visitante fue motivo de horror (lo ataron como mejor pudieron), pero también de fascinación y de codicia, pues se convirtió en la mejor arma contra sus vecinos en guerra. 

¿Sabías por qué estaban en guerra? Pues, porque las familias reales estaban en desacuerdo sobre cuál sería el lado del huevo más adecuado para partir. Allí se perdían las pobres vidas de los liliputienses. Allí se iban su seguridad social y su fe. Allí la preocupación sobre la vida de los guerreros. No en vano, Jonathan Swift (autor del libro) los hizo sofisticados, ambiciosos y pequeños. Era un pueblo desarrollado económica y socialmente; pero con una perspectiva de vida empequeñecida por el clasismo, el engreimiento y la sinrazón. De eso se trataba la metáfora sobre el mundo, que el autor imprimió a su protagonista.

“Gulliver atado por los liliputienses”, de Gulliver’s Travels: Coloured Picture Book for the Nursery, Thomas Nelson and Sons, LondonFuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/c/cc/Gulliver_Coloured_Picture_Book.png

En otros viajes de Gulliver, como la isla flotante de Laputa (dedicada a la ciencia sin un fin práctico), y el país de los Houyhnhnms (caballos con gran nobleza, y que veían a los seres humanos como esclavos de sus bajos instintos) observamos algo parecido. Si te dedicas a analizar en profundidad, con el tiempo sentirás que te encuentras con un mundo ilógico, destructivo y malicioso. Por esa razón, es bueno que tengas agudeza; pero que no te dejes atormentar por ella.


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Cuando observamos en profundidad, es inevitable que veamos los problemas del mundo. Sin embargo, también debemos aprender a lidiar con su existencia. Esto también significa contar con la oportunidad para cambiar alguna situación desfavorable, si no nos hace demasiado daño.

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Al dejar de interesarnos por el exterior, corremos el peligro de ver solamente el reflejo de nuestros propios pensamientos. Irónicamente, alimentar esta idea nos pondría en una relación tóxica con nosotros mismos. 

De hecho, si eres una persona sensible e inteligente, seguramente tendrás la tendencia a enfrentar una extraña dicotomía: a más agudeza sobre las cosas, tu felicidad probablemente disminuirá. Charles Bukowsky sentenció que la inteligencia produce tristeza. Sigmund Freud pidió, como condición para el diagnóstico de depresión o baja autoestima, verificar primero si uno estaba rodeado de idiotas. Ideas como estas han rodeado a la literatura, el cine y la filosofía. La comprensión del mundo nos pone a salvo de relaciones tóxicas con “liliputienses”; pero la excesiva autonomía nos pone en una suerte de limbo, el cual podría convertir nuestra propia percepción en un oxímoron: tanto más creemos conocer lo malo de los demás, tanto más dejamos de comprender lo que realmente ocurre con ellos. 

Lo que te cuento tiene un correlato en el mundo de la ciencia. Según Elaine Aron (2006), una Persona con Alta Sensibilidad (PAS) (caracterizada por el pensamiento profundo sobre las cosas, la capacidad de sobre estimularse frente a los fenómenos del mundo, una alta empatía y aguda percepción) tiene una permanente confrontación con sus emociones, debido a la agudeza de sus sentidos y la forma en que estos terminan afectando su equilibrio emocional. Si se adiciona a esto que su alta empatía va a atraer a las personas como la miel, tendremos a alguien que no gustará mucho de estar en grupo; le costará mucho salir de relaciones tóxicas; y acabará viviéndolas como se hace con el síndrome de Estocolmo. Es decir, sintiendo empatía por la persona que la secuestró.


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Una mala relación en un espíritu sensible puede acumular resentimiento y ganas de no brindar oportunidades a los demás. No caigamos en esa trampa. 

Tan importante como saber estar solos es reconocer una buena compañía. Por eso, si bien tu sensibilidad te podría hacer pagar un alto precio diariamente, ten la seguridad de que también te puede beneficiar. Sé paciente. Mira y observa de forma intercalada. Si solo haces lo primero, no distinguirás lo sano de lo tóxico. Si te enfocas en lo segundo, podrías caer en una relación tóxica con tus propias ideas, o mantener una percepción negativa sobre los demás. No pierdas la fe. Hay mucha gente buena, varias personas interesantes y algunas extraordinarias. Solo es cuestión de aprender a defenderte de las que no lo son, convencerte de que mereces ser feliz y buscar relaciones virtuosas.

Finalmente, te recomiendo que pienses en tu capacidad de observar. Así como ocurre con los ojos, que pueden desgastarse por el uso y el exceso de atención, debes acostumbrarte a parpadear. Si no lo haces, lo más probable es que, como yo, termines con el ojo seco al final del día. 

Siguiente: ¿Cómo me defiendo?

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