Microrrelatos sobre el año nuevo, por Mauro Marino
Queridos lectores, despedimos este 2024 con una breve pero significativa lista de microhistorias sobre el año nuevo.
La última lista
Isabel escribía con fervor: dejar el trabajo, aprender francés, empezar yoga, salvar su matrimonio. Cada palabra era un escudo contra el vacío que sentía desde hacía años.
A las once y cincuenta y nueve, mientras revisaba su lista, un rayo de lucidez la golpeó: ¿Y si no era el año el que debía cambiar, sino ella?
Lanzó el papel al fuego, sonrió, y brindó sola.
A las doce y diez, sin remordimientos, escribió una nueva lista: “Comprar más vino”.
El grito del tiempo
—¡Feliz Año Nuevo! —gritaban todos en la plaza, celebrando como si el tiempo se pudiera amarrar con serpentinas.
Desde la cima del campanario, el reloj se carcajeó, arrastrando con él a las campanas:
—Es irónico, ¿no creen? Ustedes lo llaman nuevo, pero yo los veo arrastrar los mismos días viejos, como niños con juguetes rotos.
¿Qué respondería alguien que pudiera escucharlo? Nada. Estaban demasiado ocupados gritando.
El hombre del espejo
Diego odiaba los años nuevos. Las multitudes, las promesas vacías, el ruido… Prefería pasar las noches del 31 solo, bebiendo frente al espejo de su sala. Este año no fue la excepción.
A medianoche, alzó su copa para brindar con su reflejo.
—Uno más, ¿eh? —murmuró.
El reflejo sonrió, pero esta vez no levantó su copa. En lugar de eso, susurró:
—¿Te has preguntado si estoy celebrando que sigues aquí… o que es mi turno ahora?
La copa cayó al suelo.
El susurro del fuego
En el pueblo de Solario, cada Año Nuevo encendían una gran hoguera. La tradición decía que el fuego purificaba el pasado y aseguraba un futuro brillante.
Esa noche, Marcos se acercó demasiado, hipnotizado por las llamas. Una voz surgió entre los chasquidos:
—Dame tu deseo más profundo.
—Quiero un año sin errores —susurró.
El fuego rugió en respuesta. Cuando Marcos despertó al día siguiente, todo estaba detenido. El sol no salió, los relojes no avanzaron. El fuego había cumplido su deseo: ningún error, porque nada volvería a suceder.
Los mensajes del pasado
Adriana encontró un conjunto de cartas en el desván de su abuela, cada una fechada el 31 de diciembre de años distintos, todas dirigidas a ella.
“Querida Adriana,” comenzaban, “este año será diferente si haces lo que te digo.”
Las instrucciones eran simples: no abrir ciertas puertas, no hablar con ciertas personas, evitar ciertas decisiones.
Siguió las indicaciones durante años, hasta que una carta decía simplemente:
“Este es el último año. Mira el espejo.”
Lo hizo. Y allí estaba otra Adriana, más vieja, escribiendo la primera carta.
El primer día
Año Nuevo llegó con euforia. Andrés despertó con resaca, pero al abrir la ventana, no vio nada: ni sol, ni cielo, ni edificios. Solo un blanco infinito.
Un mensaje apareció en su teléfono:
“Gracias por participar en la simulación. Iniciando reinicio en 10… 9…”
Andrés intentó gritar, pero todo desapareció antes de que pudiera hacerlo.