Atardecer en los límites, por Mauro Marino Jiménez
El horizonte ardía en un espectáculo de oro líquido, con pinceladas carmesí que danzaban sobre el borde de un mar apacible. Un hombre y una mujer estaban sentados en un risco, observando cómo el sol se despedía con la dignidad de un dios que no temía desaparecer. El aire llevaba consigo una brisa fresca y salada, y ambos guardaban silencio, como si no quisieran interrumpir el diálogo entre el cielo y el agua.
Él: (rompiendo el silencio) Es fascinante, ¿no? Cómo el sol que vemos ahora no es realmente el presente. La luz tarda ocho minutos en llegar hasta aquí. Estamos viendo el pasado.
Ella: (sonriendo mientras juega con un mechón de cabello) Entonces, ¿no estamos viendo el atardecer?
Él: (mirándola de reojo) Estamos viendo una ilusión. Un eco. La luz que tocó el sol hace minutos y ahora muere aquí, en nuestra mirada.
Ella: (señalando el horizonte) Pero, aunque sea un eco, lo sentimos real. Su calor, su color, incluso su belleza. No parece importarnos que no sea el “ahora”.
Él: (pensativo) Es curioso. El sol es constante, pero lo vemos fragmentado. Como si el tiempo mismo jugara a dividirlo.
Ella: (mirándolo fijamente) Tal vez eso no sea malo. Vivir en fragmentos, quiero decir. Cada momento que pasamos aquí, aunque sea un reflejo del pasado, nos conecta con algo más grande que nosotros mismos.
(El hombre desvía la mirada al horizonte, su expresión endureciéndose ligeramente.)
Él: (en voz baja) Conexión… Es una palabra interesante. En ciencia, todo está conectado, pero no necesariamente por algo profundo o trascendental. Simplemente por leyes naturales: gravedad, electromagnetismo, las fuerzas nucleares… Todo es mecánico.
Ella: (arqueando una ceja) ¿Mecánico? ¿Así ves el mundo?
Él: (encogiéndose de hombros) Es lo que es. Un conjunto de partículas interactuando en un vacío inmenso. Cada átomo de este sol, de ti y de mí, responde a leyes precisas, impasibles. No hay alma en eso.
Ella: (suspirando mientras su mirada se suaviza) Y sin embargo, aquí estamos. Sintiendo algo que la ciencia no puede medir.
Él: (con una leve sonrisa irónica) ¿El amor?
Ella: (mirándolo directamente) No solo el amor. Algo más profundo. Algo que trasciende nuestras moléculas, que resiste incluso a la idea del vacío.
(El hombre permanece en silencio. Ella continúa, su voz adquiriendo un tono más reflexivo).
Ella: Dices que todo es mecánico, pero… ¿quién puso las reglas? ¿Quién decidió que la gravedad existiera, que la luz viajara, que pudiéramos siquiera ser conscientes de nuestra existencia?
Él: (frunciendo el ceño) ¿Hablas de Dios?
Ella: (sonriendo suavemente) Hablo de algo más que un nombre. De una voluntad, quizá. Una fuerza que no solo creó, sino que puso vida donde podía prosperar. Donde podía… amar.
Él: (inquieto) Suena demasiado romántico. La ciencia no necesita intenciones para funcionar.
Ella: (levantándose lentamente, mirando al horizonte) No, pero el amor sí.
(El sol, ahora medio oculto bajo el horizonte, parecía encender los bordes del mundo. Ella continuó, como si hablara tanto para él como para el infinito.)
Ella: Piensa en esto: en el universo mecánico que describes, ¿por qué existiría algo tan irracional como el amor? No es práctico, no obedece reglas, no tiene lógica. Y sin embargo, lo buscamos. Nos define. ¿No te hace preguntarte por qué?
Él: (cruzándose de brazos) Podría ser solo un truco evolutivo. Algo para garantizar la reproducción, la supervivencia.
Ella: (mirándolo fijamente, con una leve sonrisa) ¿Y por qué sentimos amor por cosas que no necesitamos para sobrevivir? Un atardecer, una canción, incluso otra persona cuando sabemos que puede hacernos daño.
(El hombre guarda silencio. Ella se sienta de nuevo, más cerca esta vez).
Ella: (en voz baja) Lo que yo creo es esto: hay una conexión entre todos nosotros y la creación misma. Una fuerza que quiso que fuéramos más que engranajes en una máquina perfecta. Que pudiéramos mirar el sol y sentir su calor, no solo medirlo. Que pudiéramos amar y ser amados, no solo existir.
Él: (mirándola con seriedad) Es una idea bonita, pero también peligrosa. Buscar intenciones donde solo hay hechos…
Ella: (interrumpiéndolo) ¿Y si los hechos son parte de la intención? ¿Y si el universo no solo nos hizo posibles, sino felices?
(El hombre no responde de inmediato. El sol desaparece por completo, dejando un resplandor cálido que se desvanece lentamente. Ambos se quedan mirando el cielo ahora teñido de violeta).
Él: (después de un largo silencio) No sé si puedo creer eso. Pero… me gusta cómo suena.
Ella: (sonriendo) No necesitas creerlo. Solo sentirlo.
(El hombre la mira, su expresión suavizándose. La oscuridad comienza a envolverlos, pero no parece importar. Por un instante, el universo mecánico y el alma humana se encuentran en un delicado equilibrio).
(El atardecer termina, pero algo nuevo empieza).