Desmitificación del arte (o cuando el arte desaparece detrás del producto)
La desmitificación del arte es un fenómeno cultural que atraviesa casi todas las disciplinas: cine, televisión, música, artes visuales, donde el contenido se transforma en un producto de consumo inmediato y rápido. Esta tendencia desplaza las cualidades esenciales de la obra —originalidad, autenticidad y profundidad— en favor de una fórmula comercial orientada a generar ganancias y alcanzar a una audiencia masiva. Lo que alguna vez fue considerado arte se convierte en un simple entretenimiento que sacrifica la introspección y la crítica social en aras de la superficialidad.
Cine: La mercantilización de la narrativa en franquicias y remakes
El cine actual, cada vez más dominado por la repetición de franquicias y remakes, ha perdido la capacidad de crear algo nuevo o de ofrecer un contenido que invite a la reflexión. En este contexto, el caso de las franquicias de Rápidos y Furiosos representa una industrialización de la narrativa en la que cada entrega presenta un espectáculo exagerado de acrobacias y efectos especiales, pero carece de una narrativa que aporte algo significativo. Grodal (2009) destaca cómo “el cine ha abandonado su función de reflexión social, transformándose en una fábrica de efectos visuales” (p. 87).
Disney también ha recurrido a la explotación de la nostalgia, adaptando sus clásicos animados en versiones de acción real como El Rey León (2019) y Mulan (2020). Estos remakes, aunque visualmente impresionantes, carecen del espíritu y la expresividad de las originales, demostrando cómo la industria prioriza el éxito financiero sobre el valor artístico. En palabras de Barthes (1968), “la repetición constante de una obra diluye su esencia y convierte el arte en un producto vacío” (p. 45).
La expansión de franquicias de superhéroes es otro fenómeno significativo en la mercantilización del cine, donde las películas de Marvel y DC dominan la taquilla global. La narrativa de los superhéroes, con excepciones notables, se ha convertido en un ciclo predecible de efectos especiales que reduce la profundidad de los personajes. Según Goss (2017), “la hegemonía de las películas de superhéroes refleja una trivialización de la narrativa y transforma la aventura en un producto de consumo reciclable” (p. 108).
Televisión: La banalización de Tolkien de El Señor de los Anillos a Los anillos de poder
La obra de J.R.R. Tolkien, con su complejidad mitológica y sus temas épicos, ha sido objeto de una transformación simplista en la serie de Amazon Los anillos de poder (2022), que ha sido recibida con escepticismo por críticos y fanáticos. La serie se desvía considerablemente de la obra original de Tolkien y prioriza el espectáculo visual sobre el contenido filosófico y moral de la obra. Según Murray (2022), esta serie muestra cómo “la mercantilización en la televisión ha llevado a la degradación de obras literarias complejas en narrativas simplistas, cuyo propósito es el entretenimiento rápido y la popularidad comercial” (p. 203).
La adaptación de Peter Jackson de El Señor de los Anillos, a diferencia de la serie, logró equilibrar la épica visual con una narrativa que respetaba el sentido y la mitología de Tolkien, logrando una obra de gran impacto cultural. Los anillos de poder, sin embargo, ha recibido críticas por adaptar la obra en una dirección más accesible y orientada al espectáculo. Eco (1986) reflexiona que “la adaptación sin respeto por la obra original lleva a la mutilación cultural, donde se pierde el significado auténtico” (p. 102), y este es un caso claro de esta tendencia en la televisión actual.
Música: La estandarización del éxito y los fenómenos de Bad Bunny, Lil Nas X y Billie Eilish
La música popular ha sufrido una transformación drástica con la llegada de plataformas de streaming como Spotify, que han redefinido el éxito en términos de retención y reproducción rápida. En este entorno, Bad Bunny se ha convertido en un fenómeno global, pero su música se construye bajo fórmulas y patrones simples orientados a captar la atención del oyente y alcanzar el máximo número de reproducciones. Su estilo lírico explora temas de provocación y superficialidad, que, si bien logran captar a una audiencia amplia, carecen de la profundidad o la reflexión que caracterizaba a la música de décadas anteriores.
La música de Bad Bunny refleja una cultura de lo instantáneo, donde la calidad y la complejidad lírica son secundarias. John (2019) argumenta que “la música se ha convertido en un producto desechable que prioriza la popularidad viral en lugar del valor artístico” (p. 89). Esta tendencia marca un contraste con épocas en las que la música popular fue una plataforma para expresar luchas sociales y valores culturales profundos. Bob Dylan y The Beatles, por ejemplo, lograron combinar el éxito comercial con un compromiso genuino con temas sociales y culturales, una fórmula que parece haberse perdido en el actual contexto musical.
Además, el impacto de Bad Bunny en la industria también es un reflejo de cómo los algoritmos determinan los gustos del público, promoviendo canciones que cumplan ciertos parámetros comerciales. Adorno (1941) advertía que “la industria musical trivializa los contenidos, transformando la música en un producto de consumo uniforme y repetitivo” (p. 112). En lugar de innovar, muchos artistas contemporáneos siguen las fórmulas de éxito de plataformas como Spotify, sacrificando la autenticidad y el riesgo artístico en favor de las métricas de popularidad.
El caso de Bad Bunny no es único; artistas como Lil Nas X y Billie Eilish también representan una nueva era en la música, en la que el impacto comercial y la presencia en redes sociales pesan tanto como la calidad musical. Lil Nas X, por ejemplo, saltó a la fama con Old Town Road, una canción que se hizo viral gracias a las redes sociales y que fue ampliamente promocionada en plataformas digitales. Sin embargo, más allá de su éxito comercial, muchos críticos consideran que la música de Lil Nas X carece de profundidad y sigue estrategias de marketing más que una evolución artística genuina. Su trabajo puede interpretarse como un ejemplo de “entretenimiento de fórmula” en lugar de un esfuerzo por aportar algo nuevo a la industria musical (Cook, 2020).
Billie Eilish, aunque se ha posicionado como una artista con una propuesta “oscura” y única, también utiliza un estilo que, según algunos críticos, se adhiere a una estética comercial calculada. La imagen melancólica y rebelde de Eilish ha sido transformada en una marca, generando un gran atractivo para el mercado juvenil. Sin embargo, esta estética, que inicialmente buscaba ser una declaración de autenticidad, ha sido absorbida y explotada por la industria, creando un producto “disruptivo” que, en realidad, es controlado y diseñado para satisfacer una demanda de mercado específica. Según Manabe (2019), “la música de artistas contemporáneos parece ser un reflejo de la estrategia comercial más que una expresión auténtica” (p. 174).
Artes visuales: el fenómeno del hamparte y la banalización en las instalaciones
En las artes visuales, el “hamparte” —un término acuñado por Antonio García Villarán— describe piezas que carecen de valor artístico genuino y que, sin embargo, se venden a precios exorbitantes y ganan popularidad en redes sociales. El caso de la “banana pegada a la pared” de Maurizio Cattelan es paradigmático: esta obra, valorada en $120,000 en Art Basel, generó una controversia mundial al mostrar cómo el arte contemporáneo puede trivializarse en favor de la viralidad. Baudrillard (1981) sostiene que “el arte ha perdido su esencia de contemplación y crítica, y se ha convertido en un simulacro, una simple réplica que vive solo para ser vista” (p. 90).
A esta tendencia se suman obras de Yayoi Kusama, cuyas instalaciones de espejos y luces son populares entre los usuarios de redes sociales, no por su contenido estético profundo, sino porque permiten al espectador capturar imágenes visualmente atractivas. Estas obras son diseñadas para la viralidad, y su éxito radica en el atractivo visual y la capacidad de ser compartidas, más que en el contenido artístico. El “hamparte” redefine el arte visual en términos de “lo vendible”, donde lo importante no es la creación artística en sí, sino su potencial para el marketing en redes.
Reflexión: hacia una cultura de la superficialidad
La desmitificación del arte en el contexto actual refleja una transformación profunda en el rol del arte dentro de la sociedad, que cada vez se orienta más hacia el consumo inmediato y la gratificación rápida. La industria cinematográfica opta por la repetición de fórmulas de éxito comprobado, sacrificando la innovación y la narrativa significativa. En televisión, las adaptaciones de obras complejas, como la de Tolkien, son transformadas en productos comerciales, sacrificando la fidelidad al espíritu de la obra original. En la música, artistas como Bad Bunny, Lil Nas X y Billie Eilish personifican la tendencia hacia un arte superficial que prioriza el éxito viral sobre la calidad. Y en el ámbito visual, el “hamparte” es un reflejo de cómo el arte se ha convertido en un espectáculo que vive en la viralidad, sin ofrecer una experiencia de reflexión o transformación.
En palabras de Benjamin (1936), “la obra de arte, al ser reproducida y comercializada en masa, pierde su autenticidad y se convierte en un objeto de consumo”. La pregunta que surge es si es posible recuperar la esencia del arte en un contexto en el que la industria ha mercantilizado casi todas las formas de expresión. La respuesta es compleja, ya que implica un cambio de paradigma en el que el valor del arte no se mida por la popularidad o el retorno financiero, sino por su capacidad de provocar, inspirar y transformar.
La cultura de la superficialidad plantea desafíos importantes para el futuro del arte. Si el arte contemporáneo desea escapar de la lógica del mercado, necesita un retorno a la autenticidad, donde la obra vuelva a ser un reflejo de la condición humana y no solo un producto desechable. Para que el arte conserve su valor como agente de cambio, debe reencontrarse con su propósito original: el de cuestionar, reflexionar y enriquecer.
Referencias
Adorno, T. W. (1941). On popular music. Studies in Philosophy and Social Science, 9, 17-48.
Barthes, R. (1968). La mort de l’auteur. Communications, 8(1), 12-17.
Baudrillard, J. (1981). Simulacra and Simulation. Semiotext(e).
Benjamin, W. (1936). The Work of Art in the Age of Mechanical Reproduction. Schocken Books.
Byrne, M. (2020). The art of the remake: Cultural nostalgia in contemporary cinema. Film Studies Journal, 18(3), 60-80.
Cook, N. (2020). The algorithm of pop: How streaming platforms redefine the role of music in modern culture. Journal of Contemporary Music Studies, 56(2), 19-35.
Eco, U. (1986). Apocalípticos e integrados. Lumen.
Goss, B. (2017). Superhero cinema: A cultural analysis of comic book blockbusters. Routledge.
Grodal, T. (2009). Embodied visions: Evolution, emotion, culture, and film. Oxford University Press.
John, S. (2019). The music industry in the age of algorithms. Journal of Contemporary Music Studies, 56(2), 85-101.
Manabe, N. (2019). The commodification of rebellion: Contemporary music and market trends. Popular Music Review, 42(3), 171-187.
Merchandise and Licensing Industry. (2020). The franchise machine: How repetition and merchandising drive box office sales. Entertainment Business Journal, 14(4), 102-114.
Murray, P. (2022). The commercialization of fantasy: The case of Tolkien’s adaptations in film and television. Fantasy and Media Studies, 3(1), 200-225.