La humanidad del poeta (100 años de Trilce), por Sergio Schvarz

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En el mes de octubre del año 2022 se realizaron varios homenajes a César Vallejo por el centenario de la publicación de “Trilce”.

En Perú, en Trujillo, se realizó una maratón de lectura sobre la vida y la obra del poeta; en la sede de la Universidad de Berna, en Suiza, se hizo un evento cultural-académico; en el Centro Cultural España en Santo Domingo hubo varios invitados internacionales. Por la cantidad de homenajes que hubo en varios lugares de España y del mundo, se habló de una “ola vallejiana” que tuvo nuevos abordajes de sus obras, principalmente de “Trilce”.

En Uruguay la Academia Nacional de Letras realizó su homenaje con una disertación titulada “La génesis de Trilce” a cargo de Jorge Kishimoto, director del Centro de Documentación e Investigación César Vallejo, especialista en vida y obra del poeta.

Los poemas de “Trilce” nacen, en su mayoría, mientras está preso, en el que fue “el momento más grave” de su vida, según él mismo. César Vallejo estuvo detenido ciento doce días en la cárcel de Trujillo por algo que no hizo. En el año 1920 fue acusado de incendio, asalto, homicidio frustrado, robo y asonada, y fue encarcelado. Todo eso se demostró, posteriormente, que no tuvo ninguna responsabilidad (fue desagraviado públicamente en 2008).

No hay duda que la experiencia de la cárcel lo humaniza. Ya había publicado “Los heraldos negros”, donde se manifiestan los grandes temas que irá desarrollando a medida que transcurren las distintas experiencias que va viviendo y sintiendo, desde el primer “Hay golpes en la vida tan fuertes… Yo no sé!/ Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,/ la resaca de todo lo sufrido/ se empozara en el alma… Yo no sé!” que inaugura su poesía édita.

La muerte de su madre (agosto 1918), un fracaso amoroso (mayo 1919), el fallecimiento de un amigo (noviembre 1919), maestro despedido a fines de 1919 y luego la cárcel, dieron marco a todo ese dejo amargo que se expresa en el poemario y que es parte, también, de su personalidad, aunque sus poemas se escriben de un modo original, novedoso y difícil de desentrañar en su totalidad.

Vallejo escribe sobre la mujer, como imán y sorpresa, como duda; sobre la ausencia de Dios, a resultas de lo injusto del mundo; sobre la nostalgia por la infancia, allí donde todo se conserva entre la inocencia y la pureza, y sobre la muerte, que empieza a apretar su cerco y se muestra como un destino inexorable. El centro de la poesía de Vallejo está en el hombre, su humanidad y su humanismo.

En este “cholo universal”, como alguna vez fue nombrado, hay un mestizaje simétrico: ambos abuelos paternos son sacerdotes españoles y las abuelas son indígenas. Quizá por eso su propio lenguaje es culto e incluso utilizando palabras antiguas, por un lado, pero también utiliza expresiones comunes, campesinas y populares. Su mundo, ese mundo duplicado y dialéctico a la vez, convive en su poesía. Pero no desatiende las nuevas palabras que surgen de elementos que no estaban antes en la poesía: las vinculadas a nuevas síntesis en las metáforas —y que traerían el rompimiento con el modernismo—, a los términos científicos y de la naturaleza, mezclados, y a neologismos.

César Vallejo

El poemario de Trilce podemos inscribirlo como el antecedente inmediato de la vanguardia poética en español, puesto que toda su formulación parte del extrañamiento sobre cosas y situaciones que pueden ser cotidianas, pero sobre todo del cuestionamiento sobre su papel en pos del hombre y el papel del hombre mismo. El concepto de humanidad.

El libro se compone de setenta y siete poemas que tienen una estructura autónoma, rompiendo con la imitación o la influencia literaria anterior, una liberación en cuanto al uso del verso libre, aun cuando los endecasílabos de Vallejo son verdaderas obras maestras, como en “Los heraldos negros, y es un tipo de verso que utilizó de continuo hasta el final.

El eje de su poesía es la palabra, el conocimiento de palabras cultas y antiguas, y de ese modo puede volver al pasado, utilizando ciertas expresiones que reflejan un conocimiento literario sobre los clásicos. Pero también inventa, crea, nuevas palabras, hace conjunciones de términos, refleja matices, acentos u otros puntos de vista. Trilce mismo podría significar triste y dulce al mismo tiempo.

César Vallejo conocía el ultraísmo, cuyo centro estaba en Madrid allá en 1919 y en Buenos Aires alrededor del año 1921. Conocía a Huidobro, por supuesto, y el creacionismo, pero también en ese momento en Europa está el futurismo al estilo Marinetti (gusto por el arte primitivo, que identifica con la pureza), y la vanguardia pasa a ser, según Mariátegui, el gran pensador peruano, una mezcla de revolución y decadencia, con el fascismo que apoyaba Marinetti mientras que del otro lado estará Mayakovski, Eluard y Aragón hacia el comunismo, más Tzara, el dadaísta.

Una de las cosas más impresionantes de Trilce es la mirada del niño, la ingenuidad y la pureza, mostrada desde una fonética infantil (“una onomatopeya pueril”), no desde el niño que fue sino desde el niño que aún es.

La escritura del tiempo es alterada a propósito para expresar la continuidad: “El traje que vestí mañana…”, “paso la tarde en la mañana triste”.

Las categorías tradicionales “se han roto”, dice Fernández Retamar en el prólogo de la “Obra poética completa César Vallejo”, y su poesía “se afirma en la anécdota, en lo concreto” (p. XIII), como una manera nueva de entrar en contacto con las cosas. En dicho prólogo, que resulta fundamental porque expone párrafos del trabajo teórico del poeta, nos muestra su pensamiento:

“…invoco otra actitud. Hay un timbre humano, un latido vital y sincero, al cual debe propender el artista, a través de no importa qué disciplinas, teorías o procesos creadores. Dese esa emoción, seca, natural, pura, es decir, prepotente y eterna, y no importan los menesteres de estilo, manera, procedimiento, etc. … La autoctonía no consiste en decir que se es autóctono, sino en serlo efectivamente, aun cuando no se diga”. (p. XV)

Hay prosismos, coloquialismos (peruanismos relacionados al campo, y a lo indígena, más que a la ciudad) y un tono conversacional pero también la poesía de la inmediatez y la verdad a pesar del temor que puede provocar, y la rediviva esperanza, como un imán ineludible que no se quiere dejar pasar. “En los poemas de Vallejo pasan cosas”; hay temporalidad y drama, dice Fernández Retamar, y el crítico peruano Julio Ortega (1991), definiendo la poesía vallejiana, agrega: “agudeza y flexibilidad de un habla dramática e irónica, tribal y mundana, oral y arcaica, regional y técnica, pronta al neologismo y lo agramatical, remota y actual”.

Según Mariátegui: “Al poeta no le basta traer un mensaje nuevo. Necesita traer una técnica y un lenguaje nuevos también. Su arte no tolera el equívoco y artificial dualismo de la esencia y la forma” (p.138). Y agrega: “Hay en Vallejo un americanismo genuino y esencial, no un americanismo descriptivo o localista”. (p. 139)

Sus setenta y siete poemas, sin títulos, con numeración romana, se liberan de la métrica y la rima. Todo lo que está a mano en su universo le sirve para expresarse y él se sirve de eso. Son poemas herméticos, con sentidos difíciles de desentrañar, donde lo simbólico juega un papel importante y donde el dolor y las angustias de la vida quedan de manifiesto (“que la tinta se trasmute en sangre”).

“desgraciadamente,

el dolor crece en el mundo a cada rato,

crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,

y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces

y la condición del martirio, carnívora, voraz,

es el dolor dos veces

y la función de la yerba purísima, el dolor

dos veces

y el bien de ser, dolernos doblemente.

Jamás, hombres humanos,

hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,

en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!”
(Los nueve monstruos)

La experiencia de la cárcel condiciona toda la existencia del poeta, fiel a un estilo dostoievskyano. Llega a sufrir no por sí mismo sino por las condiciones miserables de la reclusión. Es difícil superar esa experiencia sin que le sea tocado el corazón, atravesado por todas las injusticias. Siempre son los pobres los que más sufren, concluirá, concluiremos.

Por eso puede ser fácil decir: “Yo nací un día/ que Dios estuvo enfermo, grave” (“Espergesia”, aunque es anterior a Trilce, muestra la continuidad de su pensamiento) y terminar en la certeza de saber que “Moriré en París con aguacero/ un día del cual tengo ya el recuerdo./ Me moriré en París —y no me corro—/ tal vez un jueves, como es hoy de otoño” (Piedra negra sobre piedra blanca).

 El ultraísmo a lo Vallejo, donde lo que se lee parece no tener sentido, o, por el contrario, podría tener muchos sentidos (los que provoca en el lector el desconcierto), la necesidad de ir a las palabras una por una para intentar llegar al hueso, lo hace particular. Porque en la poesía de Vallejo se trabaja la palabra como si fuera arcilla. También cuenta una historia que a veces hay que decodificar para entenderla. Otras veces parece un niño con sus juegos, de atropellada narración, a menudo extraña y/o extraviada, con palabras nuevas, o la unión de dos palabras en una. A veces parece que el poema carece de un sentido lógico, pero ese tono ultraísta que decíamos, a cuentagotas, nos muestra que el poeta se vale de todos los elementos que lo rodean, hasta los más estrambóticos y simbólicos para expresar una idea, una emoción o un sentimiento.

La falta de la madre, y perdóneseme que vuelva a ello, su muerte, su ausencia, es un hecho que marcó su vida. En el poema XXVIII dice: “He almorzado solo ahora, y no he  tenido/ madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,/ ni padre que, en el facundo ofertorio/ de los choclos, pregunte para su tardanza/ de imagen, por los broches mayores del sonido”, y además lo hace cuando sucede el momento del almuerzo, su falta, en ese preciso momento (donde, quizás más se hacía notar) es fatal porque transgrede todo lo que ha sido, ella no puede ser sustituida, y si lo es solo será mayor la comprensión de la necesidad y la ausencia de su madre, se notará más, por contraste: “Cuando ya se ha quebrado el propio hogar,/ y el sírvete materno no sale de la/ tumba,/ la cocina a oscuras, la miseria de amor”. (p. 92)

Y entonces solo queda un recuerdo, aunque de dolor: “Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir/ de tales platos distantes esas cosas,/ cuando habráse quebrado el propio hogar/ cuando no asoma ni madre a los labios./ Cómo iba yo a almorzar nonada.”

La mujer que le acompaña, apenas nombrada, puede hacer gestos como el que haría su madre, el de coserle un botón, por ejemplo, pero nada será igual. Veamos, por ejemplo, el fin del romance: “Me gustaba su tímida marinera/ de humildes aderezos al dar las vueltas,/ y cómo su pañuelo trazaba puntos,/ tildes, a la melografía de su bailar de juncia” (es decir al arte de escribir música y un bailar como las juncias cuyo tallo es largo, estrecho, tenaz y flexible).

Hemos hablado sobre ese niño que pervive en Vallejo, el poema LII, dice: “Y nos levantaremos, cuando se nos dé/ la gana, aunque mamá toda claror/ nos despierte con cantora/ y linda cólera, materna”  (p. 112), y allí reside ese punto de libertad que es inherente a Vallejo. De esa libertad viene y eso le hace no temer a lo que vendrá, porque ha de ser libre.

César Abraham Vallejo Mendoza, el peruano universal que cambió el modo de ver de la poesía latinoamericana también busca la armonía como categoría poética, tanto cuando usa la rima medida y un ritmo preciso como cuando se libera de ese “corset” y busca dar mayor precisión al mensaje poético.

Hacia el final de “Trilce” rompe con la estructura que había construido y hace un poema versos con un discurso más coherente, pero siempre es extraño, nos sonará extemporáneo y moderno a la vez, y eso nos confundirá. E incluso se nombra a sí mismo desde afuera, como si se viera desde arriba, vieja vibración zen: “Fósforo y fósforo en la oscuridad/ lágrima y lágrima en la polvareda”. (Poema LVI)

Estoy seguro que en estos días revueltos que está pasando el Perú, si Vallejo pudiera aparecerse entre nosotros, diría, seguramente recordando a Pedro Rojas que escribía en el aire: “Viban los compañeros”:

“…Entonces, todos los hombres de la tierra/ le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;/ incorporóse lentamente,/ abrazó al primer hombre; echóse a andar”. (Masa)

(Obra poética completa, de César Vallejo, Ediciones Casa de las Américas (primera reimpresión), 1993, La Habana, Cuba, 301 páginas)

Bibliografía:

Mariátegui total (Tomo I) Primera edición. (Edición conmemorativa del Centenario del Nacimiento de José Carlos Mariátegui), editorial Amauta, 1994, Lima, Perú, 2094 páginas.

César Vallejo: poema y tormentos, de Raúl Torres Martínez, editorial EUNED, 1999, San José, Costa Rica, 316 páginas.

Hacia la voz del hombre: ensayos sobre César Vallejo, Alejandro Mora Risco,  Editorial Andrés Bello, 1971, Santiago de Chile, 248 páginas.

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1 thought on “La humanidad del poeta (100 años de Trilce), por Sergio Schvarz

  1. Excelente artículo crítico. Es muy claro, puede ser usado para la enseñanza de la literatura, sobre todo tomando en cuenta las dificultades de leer y estudiar un libro como Trilce.

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