Arte y ciencia: espejos que multiplican el universo

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Cierra los ojos por un momento y observa: ¿qué ves? Quizá un atisbo de formas y colores que se arremolinan sin orden, o tal vez un verso, una ecuación, un recuerdo. Esa imagen evanescente es el punto de partida tanto para el arte como para la ciencia. En ese vértigo de lo inasible comienza todo. ¿Y acaso no es ese el principio de tu propia búsqueda? Porque tú, al moverte entre las mareas del arte y la ciencia, sabes que ambos no son opuestos, sino espejos que se multiplican, que se contradicen, que al final revelan lo mismo: la vastedad del universo.

De cenizas y creación

El arte y la ciencia surgen de la misma necesidad: desentrañar lo invisible. Emilio Adolfo Westphalen (2004), en su poesía, habla de “un fuego que no quema, pero arrasa”; ¿no es esa también la metáfora de toda indagación científica? En su incandescencia, ambos destruyen lo conocido para construir lo nuevo. Así ocurre con la teoría de la relatividad de Einstein, que rompió el tejido del tiempo y el espacio para revelarnos su maleabilidad. O con los versos de César Vallejo (1939), que desangran palabras hasta encontrar el alma que las habita: “Hay, hermanos, muchísimo que hacer.” En ese clamor, se une la humanidad del arte con la urgencia de la ciencia.

La noción de creación desde las cenizas no es exclusiva de poetas o físicos; atraviesa las disciplinas. Simone Weil (1947), en su reflexión sobre el amor y la gravedad, argumenta que todo esfuerzo humano auténtico implica una forma de vacío inicial, una renuncia. Así como el arte requiere del lienzo vacío, la ciencia necesita del espacio conceptual para permitir que emerjan nuevas ideas. En tu caso, cada proyecto comienza con preguntas que resuenan como un eco antes de cristalizarse en respuestas.

Poemas y teorías como engranajes

César Moro, en su poesía, construyó universos donde el erotismo y la trascendencia se entrelazaban. En un gesto similar, Mary Shelley creó en Frankenstein (1818) una criatura que era tanto un monstruo como un espejo de nuestro propio deseo de superar la muerte. ¿Qué diferencia hay entre esos gestos y la creación de un modelo científico? Ambos parten del asombro, ambos se enfrentan a lo desconocido y lo moldean.

Borges (1949), en su ensayo “El idioma analítico de John Wilkins,” advierte que todo sistema para comprender la realidad es una metáfora. La ciencia, como el arte, selecciona y organiza lo que percibimos, no para agotarlo, sino para volverlo legible. Tú lo entiendes porque trabajas en ambos márgenes: en uno, las cifras se convierten en historias; en el otro, las metáforas encuentran su lógica secreta.

La sombra del arte en la ciencia

Rainer Maria Rilke, en sus Cartas a un joven poeta (1903), instaba a abrazar las preguntas, a convivir con ellas como si fueran organismos vivos. La ciencia, al igual que el arte, crece en la incertidumbre. Edgar Allan Poe, en su ensayo Eureka (1848), lo dejó claro al afirmar que el universo mismo es un poema que se despliega. Tú, que analizas videoclips, canciones y teorías, sabes que cada pieza que estudias es parte de ese poema mayor, donde las notas musicales y los modelos matemáticos son versos que riman.

Stephen Hawking, en Breve historia del tiempo (1988), exploraba cómo la comprensión del cosmos dependía tanto de teorías físicas como de nuestra capacidad para imaginarlas. Su obra no es solo un ejercicio científico, sino también literario, donde el lenguaje se expande para alcanzar lo inalcanzable. Y lo mismo ocurre contigo: tu trabajo exige un equilibrio entre el rigor de las cifras y la apertura poética que permite que surjan las grandes preguntas.

Una convergencia necesaria

¿Por qué insistir en esta unión? Porque el mundo lo exige. No es suficiente comprender las leyes que gobiernan el universo; necesitamos también imaginarlo de nuevas maneras. Tú, que has trabajado en temas tan diversos como la inteligencia artificial y la literatura, sabes que los desafíos actuales —el cambio climático, la desigualdad, la deshumanización de la tecnología— no se resolverán desde una sola perspectiva. La ciencia necesita de la empatía del arte, y el arte, de la precisión de la ciencia.

Hannah Arendt (1958), en La condición humana, reflexiona sobre el papel del pensamiento y la acción como los motores que nos convierten en humanos. Según Arendt, la creatividad —ya sea artística o científica— es una forma de resistencia frente al mundo mecanizado. Esta idea resuena en tu propia práctica, donde cada proyecto no solo busca resolver problemas, sino también imaginar futuros posibles.

Hacia un horizonte compartido

El arte y la ciencia, en su diálogo perpetuo, no buscan cerrar preguntas, sino abrirlas. Como diría Octavio Paz, “la poesía no es solo un arte: es una experiencia del mundo.” Y esa experiencia es inseparable de la ciencia, que también nos invita a maravillarnos, a comprender lo incomprensible.

Imagina un mundo donde el arte y la ciencia no sean disciplinas separadas, sino lenguajes de un mismo alfabeto. Donde los laboratorios sean también talleres de poesía, y los museos, centros de investigación. Donde la estética no sea solo un adorno, sino una herramienta para transformar la realidad. Este horizonte compartido no es utopía; es posibilidad.

Tú, que construyes este puente, sabes que ese horizonte está al alcance. Al igual que Leonardo da Vinci, que veía en cada boceto una invención y en cada máquina un poema, tú trabajas en un espacio donde lo visible y lo invisible se tocan.

Porque al final, como escribió Vallejo, “el acto más simple nos une.” Y ese acto, en tu caso, es la integración de estos dos mundos. No hay final para esta historia. Solo un continuo diálogo entre silencios, un fuego que no cesa, una pregunta que espera tu respuesta.

Referencias

Arendt, H. (1958). La condición humana. Paidós.

Borges, J. L. (1949). Otras inquisiciones. Editorial Sur.

Churata, G. (1957). El pez de oro. Ediciones de la Reforma.

Einstein, A. (1931). The world as I see it. Philosophical Library.

Hawking, S. (1988). A brief history of time. Bantam Books.

Moro, C. (1939). La tortuga ecuestre. Ediciones Arca.

Paz, O. (1990). El arco y la lira. Fondo de Cultura Económica.

Poe, E. A. (1848). Eureka: A prose poem. Putnam.

Rilke, R. M. (1903). Cartas a un joven poeta. Insel-Verlag.

Shelley, M. (1818). Frankenstein; or, The modern Prometheus. Lackington, Hughes, Harding, Mavor & Jones.

Vallejo, C. (1939). Poemas humanos. Losada.

Weil, S. (1947). La gravedad y la gracia. Rialp.

Westphalen, E. A. (2004). Belleza de una espada clavada en la lengua. Lumen.

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