Ideas de cuarentena: cuando vuelves a tu estado natural, sin que sea el de tu propia especie (reflexión)
Cada vez que converso por una reunión en línea, espero el momento más adecuado para preguntar a la gente si extraña la calle en estos días de reclusión. Sin embargo, debido al silencio incómodo de mi imprudencia, termino repreguntando de otra forma: ¿extrañas salir a tomar un helado?, ¿el pollo a la brasa?, ¿visitar a tus familia y amigos?, ¿viajar? Allí, la respuesta siempre es afirmativa.
Esta práctica, reprobable en una investigación formal, me lleva a recordar algo que había vivido hace mucho tiempo: no es que extrañemos la calle en sí. Lo que ocurre es que tenemos que salir a ella para llegar a lo que deseamos conocer o vivir. Por eso mismo, no provoca preguntar si extrañamos los asaltos, la contaminación ambiental, el ruido asfixiante, el tráfico o la desesperanza que nos dan los precios en los escaparates de las tiendas más exclusivas. No hay forma (al menos para mí) de extrañar eso.
Cuando comencé a escribir, en mi época universitaria, pasé mucho tiempo recluido por voluntad propia. Necesitaba entender cosas; pero no tenía un mundo digital que me las diga. No había redes sociales, los chismes se contaban por teléfono o te perseguían por el campus. Las noticias falsas tenían menos espacio para crecer y los adultos sabían más de tecnología que los jóvenes. Por eso, necesitaba el apartamiento. Me iba mejor la vida retirada que la desbordante. La búsqueda de las verdades propias llegó, se asentó y se convirtió en una única forma de vida… Y la llegué a amar por muchos años.
En esa época tenía la oportunidad de cruzar la puerta. La mayor parte de las veces no lo hacía. Iba a la universidad, navegaba por un libro o jugaba videojuegos. Y, a pesar de mi poca voluntad por salir de mi espacio, siempre tuve amigos que disfrutaban lo mismo que yo; pero sí tenían el valor e interés de salir fuera de la cuarta pared.
¿Qué ocurre cuando pasas por una reclusión?
– Tu forma de pensar será distinta. Para comunicarte fluidamente con los demás, primero tendrás que “leer” lo que está pasando con ellos, porque normalmente van a estar en otra sintonía.
– Te sentirás como un invitado, o alguien que llegó accidentalmente a un grupo. Si alguien te rechaza o fastidia, se sentirá peor de lo que realmente es. Ten calma.
– Tu imaginación y tus sueños llenarán el poco espacio que dejas a la sociedad. Tendrás que domesticarlos o tirarles un hueso, porque pueden llevarte a una cadena de errores. La escritura, la composición o la pintura suenan muy bien aquí.
– Tendrás poca indulgencia con ciertas cosas… Sobre todo contigo mismo. Por eso, si no tienes un éxito rápido en el exterior, puede que te sientas culpable o fracasado… Y buscarás corregir los errores inmediatamente. Ten paciencia. El mundo es desordenado, y deberás comprender que la mayor parte de las cosas no depende (o no deberían depender) de ti.
– Tendrás la tendencia a querer y decepcionarte demasiado rápido de las personas. Y aunque eso se puede sanar con el tiempo y aprendiendo que hay más que de un modelo de personas para ser amadas, tendrás que medirte en lo poco que sabes de los demás. Trata de no comparar lo que deseas con lo que ocurre.
– Como hablas y actúas con ideas que salen de ti, podrías convertirte en alguien entrañable, y que haga que la gente tenga esperanzas en la humanidad. Sé responsable con lo que hagas en adelante. También se podrían decepcionar.
Cuando escribí Los exiliados: Fines y reinicios de la Tierra 2 (la segunda novela de mi trilogía), supe que tenía que conjurar estas sensaciones. Había aprendido de ellas; pero escribirlas fue todo un privilegio. Por ello, quisiera compartir las primeras líneas de esta historia contigo.
Lagunas
I
Un muchacho cambia el teclado gastado de su ordenador por otro recién sacado de su envoltura. El trueque se hace con el aparato encendido pues porfía que no habrá conflicto entre las dos piezas. Acierta. Ingresa los comandos que se visualizan a través de una pantalla negra. A pesar de un filtro protector para su visión, se frota los ojos con un poco de cansancio y aprovecha para despojarse de una lágrima nacida de su ojo seco. De pronto, el ruido de su nave espacial llenándose de combustible y con piezas recién instaladas irrumpe en el silencioso estudio.
- ¿Te aburriste de leer? -le consulto.
El muchacho deja su juego en pausa y voltea rápidamente. Me mira un segundo. Cierra los puños y mira en una dirección neutra para no fortalecer su enojo.
- ¿Por qué viniste? -pregunta con desdén.
- ¿No tienes que estudiar para un examen?
- ¿No tienes nada más que decir? -me responde.
- Parece que no te sorprende verme… ¿Sabes quién soy?
- Eres quien escribe sobre mí. -Me responde con amargura.
- ¿Y no tienes ganas de hablar?
El muchacho toma uno de los libros de su estante. Tiene la intención de arrojármelo. Duda. Lo deja a un costado. Él se había ganado ese libro en un concurso. Un concurso humilde, pero justo. La justicia, sobre todo cuando escasea, no se arroja a la cara de las personas.
- ¡Quiero que me des oportunidades!
- Y yo quiero dártelas; pero creo que antes te mereces una explicación.
El joven me clava su mirada. Lo veo serio, pero atento. Se está grabando mi imagen. Quiere leer lo que pienso a través de mi lenguaje no verbal, así como trató de analizar mi tono de voz algunos segundos atrás. Siempre le ha gustado recoger información.
- César, -continúo- mereces todas las oportunidades del mundo. Pero me preocupa que lo que encuentres te disguste y te haga renunciar… Así que te pregunto: ¿de verdad quieres tener oportunidades fuera de este refugio?
El joven deja de analizarme y me mira con hostilidad. La palabra “refugio” le molesta. Era demasiado invasiva, pero me ayudó a que estudie mi mensaje. Sigue pensando en el exterior con curiosidad adolescente y abulia de senectud. Durante un tiempo pensó que conocer el corazón de las personas lo pondría más cerca de ellas. Fracasó completamente. Por eso prefirió esconderse dentro de sí mismo. Construyó un mundo interior hermético y primitivo, en el que reinaba el orden y el razonamiento causal.
- Tú no quieres oportunidades, César. Solo te quedas aquí. Lees, juegas, conversas contigo mismo. Expandes tu mente y entrenas tu cuerpo; pero ni siquiera hablas con los que están afuera. ¿Acaso tienes miedo?
- Tú sabes que no tengo miedo.
- Entonces… ¿Te molesta lo que percibes de la gente?
César se pone de pie. No tiene ningún libro ni nada en sus manos. Camina despacio hacia mí. Pero antes de alcanzarme, se dirige hacia la puerta. La abre.
- Quiero que te vayas. -me espeta.
- Me encantaría, César…. Pero antes debes responderme.
El muchacho lee mi lenguaje corporal. Sabe que no seguiré sus palabras, así me arroje un libro o un piano. Intuye que no puede deshacerse de mí por la fuerza.
- Si no te vas, me iré yo primero. Manipularé a la gente. Me divertiré engañando. Haré que se equivoquen y pierdan la cordura. Tomaré lo que considere mío por derecho. ¡Acabaré con el mundo que creaste! ¿Serías feliz si hago eso?
- Si realmente pensaras hacer eso no me lo dirías tan abiertamente. Ni siquiera decirlo te hace feliz.
- Entonces… ¿Para qué has venido?
- Para decirte que debes ser más fuerte, César. Fuerte como nunca has imaginado. Y no hablo de arrojar un libro, darme una paliza o tratar de convencerme, sino para empezar a comprender lo que verdaderamente está ocurriendo en este mundo y disfrutar lo bueno que tiene la vida… Sé que podrás.
- ¿Amar al mundo? -me interrumpe.
- ¿No te has dado cuenta de que, muy en el fondo, te importa la gente?
El muchacho deja de mirar hacia mí. Piensa en Flavia. Ella le importa mucho. Mira el cigarrillo a medio terminar en su cenicero y piensa en su familia. Se siente duro consigo mismo. Se pregunta nuevamente sobre cuáles eran las oportunidades que estaba buscando.
- Entonces, ¿crees que puedo interesarme en alguien más allá de mi familia? -me interroga.
- A alguien y a muchos. Y ellos te pueden devolver mucho más de lo que das, querido César. Pero llegar a amar es un proceso largo y sumamente complejo. Eso es lo que quería decirte. Que tus mayores triunfos serán cuando puedas querer, honesta y abiertamente, a personas que hoy no deseas encontrar.
César mira sus manos y luego el cigarrillo que termina de consumirse en el cenicero. Baja la mirada con una exhalación de alivio y gratitud. Luego se ríe de la inmensa torpeza que tuvo consigo mismo y de cuánto necesitaba de una visita como esta.