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Primera regla del club de la pelea:
nadie habla sobre el club de la pelea

No era una mujer que destacara por nada en particular. Su trabajo de oficina lo hacía con la rutina de quien sigue instrucciones sin cuestionarlas. Era buena en lo que hacía, no perfecta, solo correcta. Esa noche, cuando volvía del trabajo, caminaba por una calle vacía, hasta que los pasos de varios tacones la hicieron girar. Un grupo de mujeres desfilaba por la acera, como si el pavimento fuera una pasarela iluminada. Todas eran altas, delgadas, con ropas extravagantes y maquillaje que brillaba bajo la luz de las farolas. La escena parecía un espectáculo improvisado, pero se sentía extrañamente orquestado.

Al final del desfile, los curiosos que se habían detenido a mirar aplaudían, incluso lanzaban monedas. La líder del grupo, una mujer alta de cabello corto, con una mirada que taladraba, recogió el dinero sin decir una palabra. Solo sonrió, una sonrisa que más que alegría parecía una invitación peligrosa. La protagonista se quedó mirando desde lejos, intrigada pero aún distante.

Los días pasaron, y la escena de las modelos en la calle quedó en su cabeza. Una tarde, al salir de la oficina, se encontró con ellas nuevamente. Esta vez, dentro de un hospital. Desfilaban por los pasillos, entre pacientes y médicos, como si estuvieran en un show de alta costura. Al finalizar, la líder miró directamente a la protagonista y, sin decir palabra, hizo un gesto con la cabeza. Era una invitación.

A la siguiente noche, decidió seguirlas. Llegaron a una fábrica abandonada, donde las mujeres ensayaban desfiles y discutían sobre nuevas rutas y lugares para su próximo show. La líder estaba en el centro, dominando la conversación con pocas palabras y miradas penetrantes. Se unió al grupo, sin saber bien por qué. Quizá era curiosidad, quizá algo más.

Al principio, no encajaba. Sus pasos eran torpes, su vestimenta tímida comparada con las otras. Sin embargo, con el tiempo fue ganando seguridad. Comenzó a usar ropa más osada, se atrevió a caminar con más fuerza, y las miradas de las demás empezaron a cambiar. Ganó su respeto, pero no el de la líder. Esa mujer imponente seguía distante, sin mostrar ni un ápice de aprobación.

Los desfiles se hacían cada vez más grandes. La competencia entre las chicas crecía, las discusiones eran constantes y, en más de una ocasión, alguna terminaba en el suelo tras un empujón o un golpe. Al principio, los hombres que observaban desde la acera disfrutaban el espectáculo, pero pronto notaron que esas peleas no eran parte del show. El entusiasmo se desvaneció y, con él, los aplausos y el dinero.

El club comenzó a desmoronarse. Las chicas seguían desfilando, pero ya no había público, ya no había dinero, solo tensiones y violencia. La líder permanecía impasible, como si todo fuera parte de un plan que nadie más comprendía.

Una noche, después de un desfile fallido, la protagonista decidió confrontarla. Encontró a la líder en una vieja covacha, cerca de la calle donde todo había comenzado. Allí, entre sombras y polvo, la acusó de haber destruido el club. Las palabras subieron de tono, y pronto las dos estaban gritando. La protagonista la insultaba, la culpaba, exigía una explicación, mientras la líder solo la miraba con una mezcla de desprecio y lástima.

Fue entonces cuando, en un momento de silencio, el espacio polvoriento de esa covacha se quedó en silencio. En realidad no había nadie frente a ella. Las paredes reflejaban una figura que gritaba sola, discutiendo con su propia imagen en el espejo, con otra que la abrazaba y se burlaba de ella. La líder nunca existió. Era ella misma todo el tiempo. Pero la protagonista no lo entendió completamente. Seguía allí, gritando, sin darse cuenta de que estaba perdida en su propio reflejo, en una guerra consigo misma que nunca podría ganar.

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